Capítulo uno - Sanatorio

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Un sedán negro se dirigía a altas horas de la madrugada por la interestatal Berding, el conductor era el Dr. Ricardo Perto. Conducía hacia las afueras de la ciudad rumbo a su trabajo, como siempre, siguiendo su rutina de todos los días. El único día de la semana que se tomaba libre eran los domingos para poder estar con su familia, pero esta vez se encaminaba mucho más temprano de lo que habituaba debido a que lo había llamado la subdirectora del centro psiquiátrico donde trabajaba para indicarle que habían recibido un nuevo caso y que le interesaría diagnosticarlo, de cualquier modo, siendo él el director de la institución, tenía que conocer todos los pacientes internados en su clínica. Al llegar al lugar hacía un frío pre-invernal fuera de lo común; las instalaciones del edificio eran antiguas pero se mantenían en muy buen estado, el Dr. Ricardo se estacionó y se apeó del vehículo y como sabía que no era recomendable fumar dentro, decidió fumarse un cigarro antes de entrar, le costó prenderlo por el viento que soplaba, pero cuando lo logró se quedó viendo por un momento al patio de recreación del hospital, pensó sobre su trabajo, tantos casos de personas trastornadas de la mente, psicosis, demencia, amnesia, bipolaridad...Cuando pasas tanto tiempo y tan seguido escuchando las historias de los pacientes, algunas carentes de sentido y otras llenas de resentimiento resulta difícil que no se te pegue un poco esa manía, pensó el Dr.

Colmein era el nombre de aquella institución, una estructura muy antigua y lúgubre que inspiraba de todo menos confianza, era inusualmente grande y amplia y para ese entonces contaba con alrededor de 108 años de historia, sus blancos pasillos y altos techos se encontraban siempre iluminados a excepción del horario que corresponde de 10:00 pm a 5:00 am que era el horario de sueño de los pacientes, la vigilancia era constante para evitar cualquier situación desagradable que pudiera acarrear problemas a la institución y habían 3 turnos de guardia entre doctores, disponibles todo el tiempo. Colmein no era un lugar para cualquiera, solo se recibían los casos más extremos determinado por los jueces de la ciudad, por ende muchas veces las jornadas laborales no eran tan agradables entre los gritos y risas de algunos pacientes, sobre todo en la noche, una dosis de risperidona a un psicótico bastaba para calmarlo unas horas. La parte más observada y cuidada del hospital era el ala C de la estructura, se hallaba un poco aislada del resto del edificio porque ese no era un lugar para andar con juegos, los pacientes del ala C eran casos criminales que fueron diagnosticados con algún trastorno lo suficientemente grave para estar en vigilancia constante las 24 horas del día, asesinos, psicópatas, sociópatas y megalómanos era lo único que te podías encontrar detrás del umbral del ala C, lo más extremo de lo extremo, almas desdichadas que buscaban la muerte pero no la encontraban, gente irremediable. El Dr. Ricardo terminó de fumar y se dispuso a entrar, en la entrada recibió a la subdirectora, la doctora Alicia Allard, mujer delgada de ojos almendrados y morena.

-Buenos días doctor, esta mañana recibimos un nuevo caso, se llama Úrsula Tenor, fue llevada aquí por sentencia del juez Iván para que sea diagnosticada por usted, fue acusada de una serie de crímenes que incluyen el asesinato, le dejé el expediente en su escritorio- Dijo la Dra. Allard. 

-Muy bien Alicia, trataré con ella dentro de hora y media, primero voy a hacer los informes generales de la semana pasada y firmar unos documentos- Dijo el Dr. Ricardo.

-Ricardo, me han dicho que tenga cuidado con ella, al parecer no es un caso cualquiera, el juez dijo específicamente que durante su estancia aquí dedicara su atención a ella y que no la dejen de vigilar.

-Como siempre, Alicia-Concluyó el Dr.

El Dr. Perto entró en su oficina, la luz era tenue porque así lo prefería él, la oficina era espaciosa, llena de libros de psiquiatría y trastornos mentales, tenía una ventana con vista al patio de recreación de los pacientes, parecía más una cárcel que un patio y eso le disgustaba, en la pared de enfrente de su escritorio había un cuadro de un tigre peleando con un hombre y debajo de ese cuadro, estaba una daga bien ornamentada de considerable tamaño, siempre le habían recomendado al Dr. que la quite pero él se negaba alegando que hacía una decoración perfecta con su maravilloso cuadro, la oficina tenía un diván al mejor estilo de Freud y su escritorio de caoba hacía un juego perfecto, la oficina estaba hecha con muy buen gusto, lo único que desentonaba era un espejo al lado del escritorio en el que el Dr. siempre se observaba para recordarse cada día que estaba envejeciendo, contaba ya con 51 años, había subido de peso y aunque se mantenía en forma ya no poseía el mismo vigor que durante su juventud. Se encontraba cansado ya de lidiar con maníacos; medía alrededor de 1,74 metros pero era muy robusto y contaba con una cicatriz en el pómulo derecho, recuerdo de una fractura causada por un paciente violento, procedió a revisar todos los documentos para firmar, era su rutina.

ColmeinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora