y ojalá estuvieses conmigo...

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Las rutinas no son exactamente algo que no puedas cambiar, pero te ayudan a organizarte. Aunque ésta en particular no encajaba del todo en la definición exacta de "rutina", les daba sentido a sus vidas. No querían que esta parte de sus rutinas cambiase, incluso cuando sentían que había algo amenazante en ella. Entonces la mantuvieron por dos años.

Ahí estaba ella.

Por fin se dirigía a la cama luego de un largo día que incluyó su trabajo de media jornada y la carrera de sus sueños en una universidad prestigiosa en plena temporada de exámenes parciales. Un bajo susurro de "buenas noches" a sus padres y un beso en sus mejillas marcaron el final del día para la joven. Subió las escaleras, algo impaciente. Dejó su mochila sobre la silla, en el mismo lugar donde la agarró a primera hora de la mañana, para que quede lista y así repetir el proceso al día siguiente. Se sacó su pantalón de jean y su camisa, y tiró ambas prendas al piso. Después, agarró su pijama blanco ubicado al borde de la cama. Se lo puso, se sentó en la cama y se peinó el pelo en una cola. Algunas personas habían señalado esta costumbre suya: de acuerdo con una creencia popular de Latinoamérica, si una mujer se peinaba en la cama, los viajeros se retrasarían. Otras descartaban esta creencia y opinaban que era solo una forma elegante de rechazar a un hombre cuando la mujer no quería saber nada con él. Verdadero o falso, no le importaba. Para ella, eran puros cuentos chinos. Caminó hacia el baño, donde se cepillaría los dientes y se limpiaría el rostro con un poquito de algodón y una loción. Después de terminar con todo eso, estaba finalmente lista para dormir. Eligió "Hielo Negro", de Becca Fitzpatrick, para conciliar el sueño esa noche, pero los pasos a seguir luego de su sencilla rutina de belleza variaban desde chequear sus redes sociales hasta escribir historias en su laptop color rosa oro.

No había nada en su rutina que no estuviese dispuesta a cambiar. Desde ya, todo lo que hacía podría sufrir cualquier tipo de modificaciones. Era apenas una preparación para lo que venía después: la verdadera rutina que no podría cambiar, ni aunque lo intentase.

Y... ahí estaba él.

Sus oídos estaban colmados de risas y música insoportablemente alta, que lo obligaban a estar en un estado de ánimo que no era el que sentía. Sus amigos habían encontrado con quien pasar la noche, si es que no tenían a alguien ya. Las voces chillonas de las desconocidas le ponían los pelos de punta. Hablaban de compras, cosméticos, conjuntos de ropa y cien más de sus costumbres estúpidas, y sus amigos estaban muy atraídos para darse cuenta de que las chicas eran la definición de "plásticas". O muy borrachos, una de dos. Él no lo estaba, solamente había tomado un shot de tequila. Podría haber tomado otro y dejarse caer en los brazos de alguna de esas rubias, pero no quería. Tenía una rutina que seguir.

Una de esas chicas, la que no fue elegida antes, se sentó a su lado y le sonrió, pestañeando repetidas veces para seducirlo. No sirvió. Se fijó en su teléfono: 23:30. La noche era joven, pero no le importaba en absoluto. Trató de convencerse de que estaba cansado. O sea, ¿no se suponía que lo estuviese? Después de un recital agotado en otro país europeo y un viaje de ocho horas, no había dudas de que ansiaba una cama. El verdadero interrogante era porqué sus amigos no se sentían igual. Al mismo tiempo que esa pregunta invadía sus pensamientos, levantó su cabeza en el momento justo para descubrir que sus amigos se estaban yendo del lugar con esas chicas. La de las pestañas postizas incansables lo miró, curiosa. Él fingió sonreír y abrió su boca para decir algo. Pero no pronunció ni una palabra: solo se puso de pie y se fue, dejándola desconcertada.

A pesar de que la juventud que significa tener veintitrés años no debe ser desperdiciada, él debatía que esa no era la forma de aprovecharla. Preferiría usar ese tiempo para componer nuevas melodías o canciones merecedoras de muchos premios. Todo lo que quería era estar en paz consigo mismo. Bueno, casi todo. Quería algo más que no era tan fácil de conseguir. Le frustraba no poder conseguirlo. Había una única forma de hacerlo, e iba a implementarla esa misma noche.

Apenas llegó a la habitación del hotel, tomó su guitarra y comenzó a tocar acordes. Había una frase en su mente, una canción que nacía, y le recordaba a ella. La necesitaba, tanto como respirar. El chico dejó la guitarra en el lazo izquierdo de la cama y respiró hondo. Antes de cerrar sus ojos, volvió a controlar su teléfono.

Era casi medianoche.

medianoche; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora