...dondequiera que vaya.

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—¡Llegó 5 Seconds of Summer! —su hermana irrumpió en la habitación y la despertó—. Dale, ¡hoy es el día! ¡Los vamos a conocer y los vamos a ver en vivo!

Técnicamente, era improbable que los conocieran, y tendrían que esperar un día entero para verlos. Aún así, no iba a arruinarle la emoción tan temprano.

—Bueno —se quejó. Odiaba que la despierten tan agresivamente. Parecía que alguien la hubiera arrancado de manera violenta de sus maravillosos sueños de amor con un chico rubio de ojos azules. Por suerte, no fue uno de esos días. Aunque venía soñando con él más seguido que lo habitual desde que acordaron dejar que todo se desarrolle según designio divino, esa noche él estuvo ausente. No le preocupaba. En cuanto se reencontrasen, le iba a explicar lo que fuera que había pasado. Le pediría perdón y le cantaría algo, para mostrarle cuánto se arrepentía de haberle fallado. Siempre lo hacía. Sonrió. Con mucha suerte, había sino otra noche complicada, nomás.

Lo fue, de hecho. Ingresos, salidas, aeropuertos, pasaportes, equipaje. Otro país, otro recital. Esta vez, uno agotado. Qué manera de tocar en Argentina por primera vez. Estaba tan emocionado que ya había elegido lo que iba a usar esa noche, y había incluido sus botas doradas. Uno de sus compañeros de banda le preguntó si todo estaba bajo control mientras el avión llegaba a destino. Todo estaba bien, pero no había logrado pegar un ojo en toda la noche. Iba a dormir en el hotel un rato, aunque fue imposible hacerlo durante el vuelo. Su mente no paraba de pensar: por ahí, porque siempre le entusiasmaba excepcionalmente la idea de visitar ese país en particular. El porqué no lo sabía. Había algo en ese lugar que hacía que su corazón se acelerase. Algo sobre esa noche que lo ponía ansioso.

Y a ella también. ¿Por qué estaba ansiosa? Si cualquiera dijese que era porque moría por ver a esa banda famosa, se equivocaría. El único motivo por el cual iba a ir a ese recital era para cuidar a su hermana. Como estaba muy ocupada siendo adulta, en ninguna circunstancia iba a posponer fechas de entrega de tareas, o perder el tiempo que podía aprovechar para estudiar, para perder la cabeza por cinco chicos que cantaban canciones. Ah, paren, eran cuatro. ¿Qué? Si se llaman FIVE Seconds of Summer... ¿Cuatro, decís? Já, ¿ven a lo que se refiere? Es absurdo. Pasaba sus días escuchando viejas bandas de rock, pero se rehusaba a escuchar una sola canción de esos chicos que su hermana amaba con toda su existencia (no había que volverse tan loca, era una simple obsesión adolescente). El plan era perfecto... hasta que el regalo de sus padres a su hermana cuando cumplió quince lo rompió en mil pedazos. ¿Dos entradas? Entonces, ¿querían que vaya con su hermana? Ah, la puta madre.

La puta madre, dijo él, porque el hotel era una locura. Nadie en la banda era consciente de que tenían tantos fans en ese país. Como algunos no habían conseguido entradas para el recital, querían conocerlos, así sea a con una ventana de por medio. En realidad, no les importaba nada, porque era un día lluvioso en Buenos Aires y todos los fans estaban ahí esperando que la banda saliera a saludarlos. Habían averiguado demasiado rápido en qué hotel se quedaban. Él quería dormir. Ellos gritaban a pleno pulmón. Él necesitaba descansar tranquilo por un rato. Ellos querían que les tocasen canciones y se sacasen fotos con ellos. Él solo quería conectar con ella.

Su examen de Lengua Inglesa estaba a la vuelta de la esquina y necesitaba estudiar, pero su hermana no la iba a dejar hacerlo. Aunque prometió que iban a (intentar) conocer a los australianos, esperaba tener al menos algunas horas para estudiar. No había caso. Le resultaba imposible concentrarse de todos modos. Cerró el libro y bufó. Gritó el nombre de su hermana: era momento de irse.

Ese corto recreo fue suficiente para dormir un poco, gracias a Dios. Estaba tan cansado que se había dormido de inmediato. No soñó. Lo supo en cuanto abrió sus ojos. Su compañero le dijo que iban a tomar un café y lo invitó. Aceptó porque no quería quedarse ahí toda la tarde. Se vistió, y se fueron.

Ella le sugirió a su hermana que pasen a comprar un café antes de llegar al hotel. Su hermana empezó a quejarse, pero después de un corto silencio, accedió. Después de todo, la chica estaba ahí contra su voluntad. ¿Lo estaba? Porque algo dentro de ella le decía que esa cafetería era el lugar indicado para estar.

No era una cafetería internacional y elegante, solo una argentina. Sus compañeros querían que ese fuese el lugar, y él no pudo oponerse. Era nada más que un café. Va a pedir un latte, por favor. Eh, disculpá, ella estaba primero. Ah, él hablaba un idioma diferente. Sí, el lugar estaba lleno de extranjeros... Pero, ¿por qué su hermana estaba casi hiperventilando? Era nomás un chico con una gorra y anteojos...

Pero la conocía. Estaba de piedra. Sus compañeros lo notaron y comenzaron a hablar con la pequeña, sin importar lo malo que fuese el inglés de la nena. Su hermana le pidió ayuda, pero ella no la escuchó. Sus ojos estaban clavados en el extraño. Los de él, en la extraña. Y algo lo impulsó a tomarla de la mano, al tener la loca idea de que seguía dormido. No lo hacía. Ella era real, y estaba frente a él.

—¿Princesa? —susurró, con un poco de esperanza.

Él también era real, y estaba frente a ella.

—Parece que sí, bebé —respondió, con la sonrisa más grande que él haya visto.

Y ni siquiera era medianoche.

medianoche; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora