El día que te encontré

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Hoy Sebastián me ha dicho que me quiere y no pude evitar llorar, la sinceridad en su afirmación me abatió por completo, me conozco demasiado y sé dónde se encuentran mis flaquezas. Que él me quiera y que yo acepte su cariño partiría del egoísmo más insano, no sabe lo que dice, no es consciente de lo que significan sus palabras.

—Te quiero —ha dicho así sin más.

Quererme a pesar de lo que soy, cómo podría, no debería, quizá ni siquiera lo siente y solo lo ha dicho, ojalá que no lo sienta, que no me quiera; por favor, no me quieras, te voy a destruir, cabrón, te voy a hacer daño. No me quieras, por favor, no lo hagas.

El cosquilleo que sentí en la palma de mis manos cuando lo dijo me paralizó por un momento, pero luego, ese ardor incesante en mi pecho me hizo desprenderme de su agarre; acabábamos de tener sexo por primera vez: yo lo busqué, yo le coqueteé, yo lo provoqué para que sucediera. No buscaba nada sano, no quería ser ni su amante ni su amigo, solo quería seguir mis impulsos y lo hice, sin embargo, él me dijo que me quiere y toda perspectiva cambió. Salí de la habitación fingiendo una sonrisa, me encerré en el baño y me puse a llorar.

Han pasado dos horas desde entonces y sigo aquí, huyo de él, no quiero verlo, lo evitaré a toda costa. Debería afrontarlo, dejarle las cosas claras y decirle que es un pendejo, que seamos hombres y solo desahoguemos nuestros impulsos, que no necesitamos nada más, los hombres solo tenemos que aligerarnos de vez en cuando y ya está, acabas y se acabó, no hay caricias, no hay besos, es un proceso rudimentario que no incluye los te quiero. Debería salir ahora mismo y gritárselo a la cara, no sabe quién soy, no conoce lo que me ha formado y por eso ha tenido ese atrevimiento, debería hacerlo, decírselo, pero no puedo, no puedo porque yo también lo quiero, aunque sea egoísta, aunque luego de quererme él terminé odiándome, aunque pueda hacerle daño por quien soy, lo quiero.

Lo que soy, o lo que me hicieron creer que era, me hizo pensar todos estos años que nunca nadie podría quererme, tal vez por eso, ese par de palabras dichas con tanta sinceridad me descolocaron por completo, por eso me cuesta aceptar que es mutuo, me da miedo aceptarlo porque no quiero ilusionarme, no quiero pensar que tengo una maldita oportunidad, el sueño de la libertad me acompañó desde pequeño: desprenderme de lo que me ha definido toda mi vida, pero los golpes recibidos me hicieron ver que eso que anhelaba era inalcanzable, al menos no como yo quería.

Recuerdo que cuando era pequeño y todavía creía en Dios, le imploré con toda la fe e inocencia que un niño de ocho años puede tener, que mi papá muriera.

Una vez mamá me dijo: «Solo muerto podremos librarnos de este imbécil». Meses después fue ella la que murió, no..., no murió, decirlo de esa forma suena como si su corazón de pronto hubiese dejado de latir, como si sus ojos se hubiesen cerrado con lentitud en ese instante de descanso y paz que viene con el último suspiro; no ella no murió, recuerdo verla retorcerse por el suelo del jardín, recuerdo ver la sangre escurriendo por su vientre y por su boca, recuerdo sus ojos abiertos, paralizados y llenos de miedo. No, mi madre no murió, mi padre la asesinó, se libró de ella antes de que ella pudiese librarse de él, o quizá, él solo la ayudo en su deseo de ser libre, me gusta creer eso, me aferré a esa creencia en aquel tiempo: que con la muerte venía la libertad.

Papá lloraba a diario por aquellos días cuando nadie más lo veía, yo gateaba en silencio hasta su despacho por las madrugadas y a través de la puerta oía a sus flaquezas salir; fueron años difíciles para todos, papá estaba dolido, en sus ojos podía verse el dolor que sentía, sus palabras llenas de ira hacia nosotros eran la forma que utilizaba para sublimar su desolación, en aquel entonces no lo entendía, ahora lo sé: nosotros con nuestra ingenuidad, con nuestra fragilidad, con nuestra inestabilidad, fuimos el objetivo perfecto que él encontró para canalizar su sufrimiento, y en el alcohol, encontró el remedio para olvidar y justificar todo el daño que hacía; papá sufría y todos los que estábamos a su alrededor lo hacíamos también, por eso le imploraba a Dios que papá muriera, que fuese libre.

El día que te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora