IBuenos Aires es un hormiguero que cruje al salir el Sol, las primeras horas arde entre noticias y reportajes. En primera plana se encuentra titulada "Madre da a luz a su beba en una feria americana" o "Nadie pudo llevarla al hospital y tuvo a su bebé en una feria". El cuerpo de Asunta sentía arder, le daba escalofríos la dulce mirada que le dedicaba su hija. Sintió algo apretarle el corazón, y no era una sensación agradable.
Cuando Asunta estaba cerca de Roma parecía vestir de armadura, no por cuestión de culpa o algún pedazo de sentimiento oxidado. Ella inconscientemente elegía su lado intocable y neutro. No era como las madres de las propagandas o de los programas televisivos, no sentía ese lado maternal.
Una enfermera le ofreció a la joven el diminuto cuerpo de su hija. Miró por segundos, y se le cruzó por la mente todo el doloroso embarazo.
"Apenas es el comienzo" Se dijo mentalmente a sí misma. Aquel sufrimiento que pasó le causaba rechazo, no quería tenerla en sus brazos por unos días, así que negó con ambas manos la ofrenda de la enfermera. La mujer de uniforme la miró confundida y se llevó a la pequeña a otra sala.
—Marcela, ¿qué haces con la bebé? Te dije que se la dieras a la mamá —refutó la partera momento después de verla entrar.
—Pero la mamá no la quiere tener.
—¿Cómo?
—Que no la quiere tener —se acercó más a su compañera y le susurró.
—Decile que tiene que amamantar la beba —comenzaba a colmarse de impaciencia.
—Pero...
—Dale, andá.
Marcela iba y venía con la bebé en sus brazos. Ambas estaban alteradas. La enfermera, porque no sabía a dónde ir. Roma, porque tenía hambre y necesitaba algo de calor.
Después de tener a su hija, Asunta sufrió sus consecuencias. Una de esas fue la depresión post-parto. Le mataba el alma no poder ser libre y tener a cargo una vida. De día se la pasaba en la cama, sólo se levantaba para calentar leche, dársela a la pequeña y ver pasar su miserable reflejo. De noche, venía su hijo a dormir con ella y recibía sólo comentarios negativos de su madre. No la escuchaba, su mente estaba llena de pensamientos intrusos. Siempre callaba y a su silencio lo adornaba con una cara seria. Se hundía en lo más profundo de su existencia. Le mataba el hecho de estar sola y no recibir ayuda de nadie. ¿Qué iba a hacer con dos hijos y sin trabajo?
Si Roma lloraba, no intentaba callarla.
La pequeña iba creciendo por su cuenta, en el colegio no conocían a sus padres, a su hermano lo tenían en la repudiable mira gracias a su caótico existir. Roma rechazaba cualquier cosa que tenía que ver con él, su presencia le causaba molestia. Él era mayor, imponía poder y avergonzaba a su hermana.
Una noche de otoño, él llegó sigilosamente con una bolsa llena en su mano izquierda. En el oscuro no pudo notar que su hermana estaba en el comedor observando cada movimiento suyo. Antes de entrar a su pieza, Roma lo interrumpió.
—¿Qué haces con eso?
Ella prendió la luz, y el mayor no tenía nada en sus manos.
—¿De qué hablas? —contesta con una pregunta y seguridad.
—Sí escuché que traes una bolsa, mostrame antes de que se levante mamá.
—Pero mirá si a vos te voy a dar explicaciones. Andá a dormir.
ESTÁS LEYENDO
Roma
Short StoryROMA ; Mi corazón siempre será un delator de todo este crimen pasional donde hay algo oculto en cada sentir.