Capitulo XXI

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Las sombras de la habitación se agrandaban y Nicholas aún dormía. Una sirvienta trajo una bandeja con comida, pero Nicholas no se despertó. Cuando llegó la noche, Daniel encendió velas y lo observó, tan pacífico en la cama, con el cabello oscuro contra la tez blanca. Durante cuatro horas no hizo otra cosa más que contemplarlo, y cuando vio que no había señales de fiebre, comenzó a distenderse y a ocuparse de sí mismo.

La habitación estaba decorada con riqueza, como correspondía a un hijo de la casa. La repisa de la chimenea tenía varios platos y copas de oro y plata, y Daniel sonrió al mirarlas. Ahora comprendía a que se refería Nicholas cuando le dijo que su riqueza estaba en su casa. Como no había bancos para guardar las riquezas de una gran familia como la de los Stafford, todo lo que poseían lo transformaban en hermosos objetos de oro y plata decorados con joyas. Sonriendo, tocó un jarro y pensó que sería maravilloso que las acciones de su familia se convirtieran en vajillas de oro.

Junto a la chimenea había una larga hilera de diminutos retratos ovalados, todos realizados en exquisitos colores. La mayor parte pertenecían a gente que no conocía, pero uno de ellos era de lady Margaret cuando era joven. Sus ojos se parecían a los de Nicholas. Había un hombre mayor que tenía la misma mandíbula que Nicholas. ¿Su padre?, se preguntó. Había un óleo en miniatura de Kit. Y al fondo estaba Nicholas.

Tomó el retrato de la pared, lo sostuvo un momento y lo acarició. ¿Qué había sucedido con estos retratos en el siglo veinte? ¿Habría algo colgado en algún museo con una tarjeta de Persona desconocida al lado?

Con el retrato en la mano, recorrió la habitación. Junto a la ventana había un asiento con un almohadón, y se dirigió hacia él. Sabía que la tapa se levantaba, y se preguntó qué guardaría Nicholas dentro. Mirándolo para asegurarse de que estaba dormido, colocó el retrato en un estante y levantó la tapa. Crujió, aunque no muy fuerte.

Dentro del asiento había rollos de papel atados con trozos de hilo. Tomó uno, lo desató y lo extendió sobre el suelo. Era el plano de una casa, y Daniel supo de inmediato que era Thornwyck.

— ¿Estás rezando? — le preguntó Nicholas desde la cama, y Daniel saltó.

Se acercó a él y le tocó la frente.

— ¿Cómo te sientes?

— Me sentiría mejor si no hubiera un hombre hurgando en mis cosas privadas.

Daniel pensó que parecía un niño cuya madre hubiera mirado su caja de secretos. Levantó el plano del suelo.

— ¿Le has mostrado esto a alguien más además de a mí?

— Yo no te lo he mostrado — replicó, y trató de agarrar la punta del papel, pero Daniel lo retiró. Débil, se recostó contra las almohadas.

Daniel metió el plano en el asiento.

— ¿Tienes hambre? — sirvió en un tazón de plata la sopa de una olla que se encontraba en la chimenea para mantenerla caliente. Se sentó junto a Nicholas y comenzó a darle de comer. Primero, protestó, como todos los hombres; pero luego, accedió.

— ¿Has estado mirando mucho tiempo los dibujos? — le preguntó entre bocado y bocado.

— Sólo he abierto uno. ¿Cuándo piensas comenzar a construirlo?

— Es una tontería. Kit podría... — se interrumpió y sonrió.

Daniel supo que estaba pensando en lo cerca que había estado de perder a Kit.

— ¿Está bien mi hermano? — le preguntó.

— Perfectamente sano. Mejor que tú. El no perdió sangre como para llenar un río — le limpió los labios con una servilleta, y él le tomó los dedos y se los besó.

Si muriera MañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora