Capitulo IX

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El largo automóvil negro se dirigió hacia el sur a través de la hermosa campiña inglesa. En el asiento trasero, Nicholas miró a Daniel. Estaba sentado muy erguido. Tenía el abundante bello rojizo peinado hacia atrás. Desde la mañana no había sonreído o reído o realizado algún comentario más que "sí, señor", o "no, señor".

— Daniel, yo... —

Daniel lo interrumpió.

— Creo, lord Stafford, que ya hemos hablado de esto. Soy el señorito Montgomery, su secretario, ni más ni menos. Espero señor, que recuerde eso y que no le dé a la gente la impresión de que soy algo más.

El conde se volvió, suspirando. No sabía qué decirle y, en realidad sabía que este era el mejor camino, pero en estas pocas horas ya lo echaba de menos.

Un momento después, vio la torre de Thornwyck, y su corazón se aceleró un poco. Él había diseñado este lugar. Tomó lo que conocía y amaba de sus otras cosas, reunió sus ideas y creó este lugar. Tardaron cuatro años en cortar las piedras y traer el mármol de Italia. En el patio interior había torres con cristales curvos.

Cuando lo detuvieron, sólo estaba terminada la mitad, pero esta era tan hermosa como cualquier edificio de la comarca.

Frunció el entrecejo cuando el conductor giró. Parecía tan vieja. Había estado aquí hacía sólo un mes, y entonces era nueva y perfecta. Ahora la chimenea estaba rota, el tejado también tenía partes rotas, y algunas de las ventanas las habían tapiado.

— Es hermosa — comentó Daniel, y luego agregó: — señor. —

— Se está derrumbando — replicó Nicholas, enojado. — ¿Y las torres del ala oeste nunca se terminaron?

Cuando el automóvil se detuvo, Nicholas bajó y observó todo. Era un lugar triste, la mitad sin terminar en ruinas, y la otra parecía tener cientos de años (lo cual era realmente así, pensó, desalentado)

Cuando se volvió, Daniel ya tenía las maletas en el vestíbulo del hotel.

— Lord Stafford tomará el té a las ocho de la mañana — le estaba indicando al recepcionista. — El almuerzo puntual al mediodía. Deben entregarme el menú con anticipación — se volvió hacia él. — ¿Le firmará usted el registro, señor, o debo hacerlo yo?

Nicholas le miró de manera represiva, pero Daniel se volvió antes de poder verlo. Firmó rápidamente el registro y luego el recepcionista los guió hasta la habitación.

Era hermosa, con empapelado rosa oscuro y una cama con cuatro columnas y un cobertor rosa y amarillo. A los pies de esta había una banqueta amarilla y verde claro, sobre una alfombra rosa.

— Necesitaré un catre — dijo Daniel.

— ¿Un catre? — preguntó el recepcionista

— Por supuesto, para dormir. No creerá que voy a dormir en la cama del señor, ¿verdad?

Nicholas hizo girar los ojos. Había estado en el siglo veinte lo suficiente como para saber que el comportamiento de Daniel era extraño.

— Sí, joven — respondió el recepcionista. — Le enviaré un catre — Ios dejo solos.

— Daniel — comenzó Nicholas.

— Señor Montomery— replicó él con tono frío.

— Señorito Montgomery — repitió él con la misma frialdad, — que envíen mi equipaje. Voy a mirar mi casa.

— ¿Quiere que lo acompañe?

— No, no quiero un lastre — le respondió, enojado, y se fue.

Si muriera MañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora