Eran demasiadas impresiones para un solo día, sobre todo para Celeon quien estaba notablemente débil, con su poder suprimido y tan afligido por todo lo que pasó en menos de 24 horas. Su cuerpo no soportó y terminó desmayado camino al palacio del rey de Barad-Dûr, solo pudo ver un poco de los túneles iluminados por hermosas y exóticas plantas con luminiscencia, pero no fue capaz de ver el esplendor de la gran metrópolis.
Despertó dos días más tarde después de los hechos, estaba realmente aturdido y obviamente no reconocía nada a su alrededor, ni siquiera a el mismo. Ya no vestía el camisón blanco de algodón élfico, ahora cargaba uno de seda negra, sus heridas estaban curadas, aunque aún estaba débil.
La habitación era hermosa, era una combinación de colores obscuros con ornamentas doradas en cada mueble y su acabado era de estilo gótico. La cama al centro era tan mullida y cómoda que casi deseó quedarse ahí mas tiempo, la oscuridad el lugar lo invitaba a seguir soñando que todo estaba bien, pero no podía hacer eso.
Se arrastró a la orilla de la cama queriendo evitar el grueso pabellón que la cubría, su cuerpo estaba pesado y le dolía todo. Sus pies descalzos, heridos y temblorosos tocaron el suave alfombrado, se sostuvo de cada mueble para llegar a la ventana.
Empujó la cortina lo suficiente para ver el mundo de afuera, sus ojos se abrieron grandes de tal impresión, el castillo estaba muy por lo alto de todo el lugar, había innumerables edificios, casitas y desde ahí, incluso a esa distancia alcanzaba a penas a ver el mercado de las hadas plebeyas. Era oscuro, si, nada que ver con Eucastia donde siempre brillaba el sol, ese lugar tenía luz gracias a la vegetación y los minerales adaptados al lugar para brindarles luz.
Era como ver un desfile de linternas azules, moradas, verdes flotantes, levantó la vista y se sorprendió a un más, era como ver el cielo estrellado, pero aún más sorprendente pues sentía que si volaba un poco podría ser capaz de bajar un trozo de estrella, por supuesto, no eran estrellas, eran preciosos minerales.
Estaba impresionado, no era nada como le habían contado, pero no se podía quedar más ahí babeando por el paisaje, no estaba ahí de visita diplomática y menos de turista. Justo en ese momento escuchó la puerta abrirse, Celeon volvió su mirada algo en estado de alerta, era como un conejo asustado a este punto.
Solo era una doncella, una chica simple cabello castaño y ojos grises, seguramente una noble a juzgar por su tamaño mediano y que no cargaba un atuendo de criada, era un vestido de doncella personal.
— ¡Alteza! Ha despertado... ah lo sorprendí, siento. —
Se inclinó ante Celeon con gracia y educación.
—Mi nombre es Veriana, soy hija del marqués de Loadran y estoy aquí para asistirlo en su estadía en Barad. —
Celeon levantó la mano con cierto nerviosismo, siempre le ha incomodado las formalidades, mas aún ahora sabiendo su posición.
—Por favor, enderézate... ahora mismo no estoy en calidad de príncipe ¿no es verdad? —
La chica levantó la vista con una mirada incomoda, pues era cierto ya la vez no, el rey ordenó tratarlo con respeto, pero estaría encerrado en esa jaula de oro hasta corroborar su inocencia y para eso debía pasar el templo. La prueba era dolorosa para quien habla con la verdad y mortal para quien miente.
—El rey Thaenatos ordenó tratarlo como lo que es, un príncipe de nuestro reino vecino. También dijo que cuando se sienta mejor tenga una audiencia privada con el, así que por ahora no se preocupe ¿quiere desa...? —
—Ahora. —
—¿Disculpa? —
—Estoy bien ahora ¿puedo solicitar una audiencia ahora mismo? —
No tenía hambre, bueno, tal vez sí, pero era más importante el asunto del asilo político y sacar a Dylia del calabozo, no quería más que eso, ni siquiera el apoyo de tropas del reino oscuro. Esto era problema de familia, problema interno de Eucastia y no involucraría a el rey de Barad en esto.
Veriana se mostró nerviosa, pareció dudosa pues el príncipe parado frente a ella se veía muy pálido, ojeroso y notablemente delgado.
—Solo ¿puedes mandar mi nota solicitando? No quiero imponerme, no es correcto abusar de la amabilidad del rey y eso lo sé, solo es una solicitud y si me rechaza lo intentaré después, pero es urgente esto, por favor...—
Su voz era amable, pero desolada y triste, se notaba el dolor por el que estaba pasando, eso la conmovió. Con un suspiro que demostraba redición aceptó.
—Está bien su alteza, llevaré sus deseos al rey. Mandaré a llamar a las criadas para que lo asistan en un baño para estar preparados en caso de que la solicitud sea aceptada. —
Celeon aceptó con una sonrisa que iluminó su rostro algo demacrado.
—
Transcurría el tiempo, Veriana aun no volvía y Celeon estaba aun mas nervioso, ya se había aseado, lo habían arreglado con un hermoso vestido plateado ceñido a su esbelto cuerpo, un poco suelto de sus muslos, hombros descubiertos y pedrería incrustada como decoración.
Su cuello lucía un bonito collar delicado y discreto, cabello rubio dorado permanecía suelto dejando ver esas hermosas ondulaciones naturales, eran como cascadas de oro que caían de sus hombros blancos.
Su rostro había sido ligeramente maquillado para ocultar las ojeras y palidez, era hermoso ahora mismo.
Todo era para no verse como un grosero pordiosero ante el monarca del reino, pero la vestimenta no podía importarle menos, inclusive dejó a la vista la gema dorada incrustada en su piel tras su nunca, el núcleo de su magia y corazón ¿acaso eso tenía relevancia? Todo lo que ama está en peligro ahora.Mientras Celeon caminaba de lado a lado Veriana entró exaltada con una carta.
—Su majestad lo atenderá ahora, lo escoltaré a la sala del emperador. —
Celeon sonrió e incluso la abrazó con alegría.
—Gracias, gracias, muchas gracias ¿nos vamos? —
—Lo asistiré en lo que pueda alteza y si, de prisa, su majestad espera y no es alguien que guste de tirar su tiempo. —
Celeon asintió y se puso en marcha.
El castillo era inmenso, elegante, pero inmenso. Cuadros de los distintos gobernantes, esculturas de la madre lunar talladas en mármol gris, pinturas de el padre sol en conjunción con la madre luna, acabados de oro e innumerables habitaciones.
Podría jurar que es más lujoso y grande que su castillo de Eucastia,
Finalmente después de un largo camino llegó al frente de unas grandes puertas plateadas y dos lunas talladas con incrustaciones de zafiros. Las puertas se abrieron lentamente y con la espalda recta, la frente en alto y todo su valor entró dando pasos firmes.
Su caminar fue sobre una alfombra roja cubriendo el suelo de mármol, solo podía ver al hombre sentado en el trono, tenía el mismo porte que su padre.
Trató de evitar mirarlo directamente a la cara sin antes saludar, cuando llegó al frente se inclinó como lo hacía con su padre.
—Celeon de Eucastia-Dûr saluda y presenta sus mejores deseos al rey. Que la gracia de la luna se pose siempre sobre su cabeza. —
—Levanta el rostro...—
Habló la hermosa voz, varonil, serena y paciente, no podía desobedecerlo. Su mirada se alzó lentamente y entonces sus ojos de encontraron.
El corazón le dio un brinco, su respiración se detuvo y en su vientre miles de mariposas volaron, fue como abrir una ventana y dejar entrar el aire limpio en pecho.
Algo había encajado, algo que no sabía que era.
El rey era un hombre gallardo, afilados ojos violetas, cabello tan negro como la noches y largo, sedoso ¿Qué se sentirá hundirse en el? Su porte imponía respeto, incluso su expresión apacible era perfecta y... su nombre era Thaenatos.
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Relatos de Barad: El sol
FantasyAVISO: Esta historia es completamente BL, el protagonista es de sexo masculino aunque tiene apariencia femenina. ---------------- Un hada de luz llega al reino de Barad mal herido y rogando por asilo, no esperaba que su destino estuviera en esa tie...