Capítulo 6: Charlas

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Capítulo 6: Charlas

La noche anterior, la cena había sido un show. Los Maestros se preguntaban por qué Tigresa había dejado de asesinar con la mirada a Shan para hacerlo con Po. Era cierto que el recién llegado había dejado de asistir a la cena de esa noche, pues alegaba que estaba cansado y no tenía demasiada hambre. El oso, sin embargo, seguía tan contento como lo había estado por la mañana y le devolvía una mirada divertida a su amiga.

-Po, ¿has encontrado lo que buscabas en el pueblo? -preguntó Grulla.

-Sí -contestó él -. Tuve que buscarlo durante horas y recorrer un montón de tiendas, pero finalmente di con el adecuado.

-¿Y qué es? -cuestionó Mantis.

Tigresa se puso tensa y apoyó los codos en la mesa para poder juntar sus manos por debajo de la cara. Saltaban chispas en sus ojos rojos. No se atrevería a decirlo, ¿verdad?

-Era...un regalo para mi padre. Hace tanto tiempo que no le veo que quería darle algo. Así que pasé por el restaurante y se lo di.

-Eso es genial, Po, pero aún no sabemos lo más importante...-dijo Mono, seriamente.

A Tigresa y a Po se les encogió el corazón. ¿Por qué se había puesto tan serio de repente? ¿Acaso sabía algo? Tigresa apretó las garras sin que nadie se percatara. El silencio se hizo en la mesa. Todos esperaban a que Mono continuara. La felina fue consciente de que en breves segundos aplastarían su reputación y se llevó el vaso de agua a la boca.

-¿El qué? - se atrevió a preguntar Po casi sin voz y con cara de circunstancia.

-...¿Encontraste un cerebro nuevo para Shan?

Tigresa escupió el agua que tenía en la boca y repentinamente todos soltaron una sonora carcajada. Ni siquiera la seria Maestra supo contener la risa de los nervios que había pasado. En apenas unos segundos, todos callaron de la sorpresa. Habían visto a Tigresa sonreír, pero nunca habían escuchado su risa. Era bonita y melodiosa. Po quedó prendado al instante de ella. Los demás se quedaron con la boca abierta.

-¿Tigresa se ha reído? -preguntó Víbora, anonadada.

-¡Es el fin del mundo! -teatralizó Mantis.

-¡Eh, ¿qué pasa? ¿Es que acaso reírse es algo malo? -preguntó la felina, ceñuda, intentando defenderse.

-En tu caso, seguro -contestó Mono.

-Yo también tengo sentido del humor...aunque no lo parezca -dijo, levantándose -. He terminado. Me voy a la cama. Que descanséis.

-Que duermas bien, Tigresa. Y cómoda...-le deseó Po.

Tigresa se fue dando un portazo. Estaba a punto de volver sobre sus pasos para asesinar a ese panda tonto que se empeñaba en avergonzarla. En cuanto estuviera solo, lo cogería y lo machacaría. De esta no se libraría tan fácilmente.

Casualmente, no había terminado de pensar en todo lo que le haría cuando la puerta de la cocina se abrió y salió el panda, despidiéndose de sus amigos. Tigresa esperó oculta en las sombras. Po pasó por delante sin notar su presencia. De repente, unos ojos rojos y amarillos brillaron en la oscuridad y el oso pegó un respingo. Esos ojos eran terroríficos cuando su dueña estaba de mal humor.

-Tenemos que hablar.

Tigresa lo agarró de uno de sus regordetes brazos y lo arrastró hasta un pasillo lejano. Cuando estuvo segura de que nadie los escucharía, lo soltó bruscamente contra la pared.

-¿A qué estás jugando, Po? - bramó la felina.

-¿Que a qué estoy jugando? -repitió el panda, un poco perdido.

La Ley de la naturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora