Capítulo I: Despedidas, y... Mi pequeña margarita.
Creo que se podría decir que entre todas las cosas que más detesto en la vida, la número uno son las despedidas. Y no se porque las detesto tanto si durante toda mi vida he tenido que despedirme de los que amo. Sin saber cuándo, donde o si siquiera los volveré a ver.
Las personas no siempre estarán para ti, tarde o temprano se irán y quedarás solo en el mundo, porque la única persona que siempre estará para uno, es uno mismo.
Tal vez mi madre tenía razón cuando dijo que todas las personas nos quedamos solas algún momento. Aún a si no he podido adaptarme a despedirme, por más que quiera hacerlo.
Creo que la peor parte de despedirse de alguien no es decir adiós, es tener que aprender a vivir sin esa persona y tener una tristeza constante dentro de ti. Aunque con el tiempo ya no es ni siquiera una tristeza constante, es más a una tristeza ocasional, porque con o sin algunas personas, la vida sigue.
Aún con rastros de esa tristeza ocasional, seguía habiendo una persona en el mundo por la cual luchar, y por la cual vivir. Theodore Dankworth, mi abuelo.
— Mi pequeña, no sabes lo orgullo que estoy de ti, de que hayas podido lograr una de tus metas y encaminarte a la siguiente. Sabes, tu madre siempre soñó con este momento, con verte caminar hasta un avión que te encaminaría hacia tu futuro, con tener que dejar de verte seguido y tener que hacerlo solo en ocasiones, pero estoy seguro que nunca imaginó dejarte, para siempre. Te pido por favor, que la recuerdes siempre, y que logres lo que tengas que lograr por ella, pero más importante, por ti.
Llorar la muerte de mamá es algo que hemos hecho desde hace tiempo, pero comprendimos que llorar no nos la iba a devolver, aprendimos que tenemos que seguir viviendo aún cuando es difícil a vivir sin ella.
— Ella nunca será olvidada, abuelo. Era el ser de luz que se encargó de iluminar nuestras vidas, y que siempre será nuestro motivo para seguir adelante. Mientras yo viva, ella siempre vivirá— exclamé mientras abrazaba a mi abuelo. Luego de la muerte de mi madre, Theodore se convirtió en mi tutor legal, pero a parte de eso, se volvió lo que el imbecil de él ser que me engendró nunca fue para mi, un padre.
— Tu madre donde quiera que esté debe estar muy orgullosa de ti, y se que cuando logres tus demás metas, lo estará aún más— dijo mientras deshacía el abrazo pero aún con nuestras manos juntas dijo:— Por favor cuídate mucho, y recuerda llamar a este pobre viejo. Lee esto cuando estés en tu residencia.— acto seguido me extendió un sobre color lila, se notaba un poco deteriorado, como si hubiese sido guardado hasta este momento, con algunas margaritas dibujadas y en una esquina con una caligrafía casi impecable se encontraba escrito un Pauline Dankworth, el nombre de mi madre.
Abracé por una última vez a mi abuelo, y algunos miembros más de mi familia, que estaban ahí para despedirse de mi, ya que emprendía mi viaje hacia las universidad de mis sueños, también conocida como la University Riveltyn o como la universidad donde mi madre conoció al ser que me engendró.
Mientras que caminaba por el túnel del avión un grito, más bien dos, me hizo voltearme— ¡Oye, flaca! No te olvides de las morochitas Dankworth.— y esas eran las voces de Jessie y Meredith Dankworth, o como se conocían en la familia, las morochitas Dankworth. De una estatura perfecta, ni tan altas ni tan bajas, un tono de piel hermoso, y un estilo envidiable, las morochitas eran sin duda la definición de belleza, y cabe destacar, las mejores primas del mundo.
— ¿¡Cómo olvidarme de las mejores primas!?— dije mientras les lanzaba un beso, y emprendía de vuelta mi camino.
El vuelo no tardaría tanto, pero durante todo ese tiempo podría despedirme de mis familiares y amigos de los cuales no me pude hacerlo.
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The Sinner
ActionTres palabras, nueve sílabas, veinticuatro letras: Tranquila, anticuada, simple. Esas son las palabras con las que Irene Dankworth describiría su vida, solo antes de involucrarse en todas las cosas que pondrían en riesgo su futuro y, tal vez, hasta...