Madame LeBlac dio tres golpecitos a la puerta en busca de respuesta. Al no obtenerla decidió entrar a la habitación de Marie. Sabía que ella no se molestaría, pues ya lo había hecho muchísimas veces antes.
Buscó con la mirada a la joven y la encontró al fondo. Tenía na vista fija en la ventana que daba hacia la calle. LeBlanc sonrió aliviada al ver que Marie ya llevaba puesto el vestido de baile. No estaba equivocada cuando le dijo a su señor que su hija sabía la importancia de aquella ocasión. Madame comenzó a caminar hacia ella con paso calmado.
—Mira, Cécile, ni un alma en la calle. Y es de esperarse pues papá ha invitado a casi toda la cuidad a su... baile. —comenzó a hablar Marie con tono despectivo. No compartía la visión de su padre por llegar de un país a otro y hacer una fiesta para darse a conocer. Tras una breve pausa siguió hablando. —Pero ya debería yo estar acostumbrada a este tipo de cosas, ¿no? Desde que tengo memoria siempre ha sido así y al parecer no va a cambiar.
LeBlanc quería responderle pero al abrir sus labios no pudo emitir palabra alguna. Le dolía, en el fondo de su corazón, que su pequeña hablara así, aunque también sabia que no podía evitarlo, pues tenía razón.
El silencio se prolongó unos cuantos minutos más antes de que Marie volviera a romperlo.
—Creo que sabes que discutí con él, si no, no estarías aquí... Pues sí, sí lo hice, y con tal de hacerle enojar le dije que no bajaría al baile, aunque debo hacerlo. No lo haré por él, sino por mí. Al parecer estaremos aquí de por vida y es necesario entablar relaciones con los demás. —la joven hizo otra pausa y esta vez volteó a ver a su nana, quién la veía con gesto triste y a la vez temeroso. Marie sonrió de forma melancólica y volvió a dirigir la mirada a la ventana.
—No mires las cosas de ese modo, ma petite... —imploró LeBlanc.
—¿Y cómo quieres que las vea si es verdad? ¿Cómo no ser pesimista con esto cuando todos van a venir por curiosidad? Por ver la fortuna de un hombre, y su hija a quien todos toman como un trofeo a ganar. No, no digas que no es verdad porque sabes que lo es. —ahora Marie hablaba con despecho y enojo. Su nana pudo notar que sus ojos color café se llenaban de lágrimas. No podía más, no aguantaba ver así a la que consideraba su propia hija. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, llevando sus manos a la cabeza Marie. La joven puso un poco de resistencia, pero el consuelo y gesto de su nana le pudo más. Correspondió a su abrazo; la rodeó con su brazos a través de la espalda y se quedó recargada en su pecho mientras lloraba.
LeBlanc también comenzó a llorar, pero trató de disimularlo. Tenía que ser fuerte para su pequeña. Tras unos momentos Marie se apartó y le dio la espalda a Madam, se limpió las lágrimas lo más rápido que pudo y puso su espalda recta, con pose orgullosa, en lo que suspiraba.
Otro silencio prolongado se produjo entre ellas.
Ya calmada, Marie dio media vuelta y sonrió un poco más animada. Volvió a tomar aire y a sacarlo con un profundo suspiro.
—Si quieres puedo decirle a tu padre que te has sentido mal y no puedes bajar. —le sugirió LeBlanc mientras observaba el cambio en la expresión de Marie.
La joven negó moviendo la cabeza lentamente y cerrando los ojos con pesadez. —No, nana, voy a bajar y voy a disfrutar de la música, los invitados, la comida. Complaceré a mi padre, así no tendrá nada que reporcharme en un futuro.
—Pero, ma petite...
—Ya está decidido, a demás, tiene mucho tiempo que no asisto a un baile. —Marie optó por sonreír y caminó unos cuantos pasos para sentarse en una silla, frente al tocador.
LeBlanc la siguió con una mirada confuza y observó el rostro de la joven por medio del espejo.
—Mi querida Cécile, no pongas esa cara y ayúdame a peinarme. Ya casi es la hora en la que los invitados lleguen. —Marie también miraba a su nana a través del espejo. Tomó su cepillo y se lo enseñó.
—Sí, ma petite... —respondió Madame con tono abnegado.
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Un enredo aristocrático
Mystery / ThrillerUna invitación a un baile es recibida por cada familia de la alta sociedad Inglesa. ¿El remitente? Un señor que nadie ha visto, pero del que nadie deja de hablar.