6. La declaración inesperada.

103 2 0
                                    

Había sido un día muy ajetreado para Lady Anne y su madre. Desde que fueron a visitar a Lady Caroline, el día anterior, se vieron llenas de cosas por hacer antes del baile. Desde temprano fueron a comprar lo necesario para la noche del sábado, y también se dedicaron a visitar a varias personas con el fin de averiguar un poco más sobre Melmont e hija, pero no consiguieron saber nada más de lo que ya sabían.

Estaban saliendo de la casa de Lady Leese, gran amiga de la condesa, cuando vieron que el conde Graham estaba bajando del carruaje.

—George, ¿que haces aquí? —preguntó su esposa al verle—. Creí que nos veríamos en casa.

El conde se acercó a ella con una sonrisa y besó su mejilla. —Decidí salir temprano del club y venir por ustedes.

—Pues vaya gesto, señor. —respondió la condesa, con una amplia sonrisa, tomando del brazo a su esposo. Luego miró a su hija, que se veía algo extraña—. ¿Qué pasa, Annie?

—Nada... -respondió Anne jugando con sus dedos—. Es solo que quiero visitar a Helen y a su madre. Tengo ganas de saber si irán al baile; a demás no las he visto en varios días.

Los condes se miraron, ya era algo tarde para hacer una visita y no eran esperados, ¿cómo saber si estarían en casa?

—Pero Annie -dijo el conde—, ya es algo tarde, ¿no crees? —dijo tratando de disuadirla—. ¿Por qué no mejor vienes mañana con más calma?

—Lo sé, pero no me demoraré. Anda, solo dos calles más.

Los condes se volvieron a mirar algo sorprendidos por la insistencia de Anne. Pero como no era muy tarde y la casa de los Carbury no estaba lejos, como su hija lo había dicho, decidieron acceder. —Esta bien, mientras tú vas a verlas, nosotros vamos a caminar un rato por el parque. —le dijo la condesa—. Pero no tardes, ¿de acuerdo?

Anne sonrió y asintió varias veces. —Prometo no tardarme, solo pasaré a saludar.

—De acuerdo. Nos veremos a las siete en la entrada del parque. Y no tardes más, jovencita. —sentenció el conde—.

—Sí, sí, sí, papá. -—respondió Anne empezando a caminar hacia la otra calle, con paso acelerado, mientras que los condes se encaminaron hacia el parquecito.

Al cabo de unos minutos Anne llamó a la puerta, y esta fue abierta por la ama de llaves, quien, al ver a la joven, le recibió con una cálida sonrisa.

—¡Lady Anne! Qué sorpresa verla. Creí que no la vería hasta pasado el baile. —le dijo mientras la encaminaba a la salita, indicándole que se sentara.

—Tenía que pasar a ver a Lady Carbury y a Helen por lo mismo, quiero saber si planean ir al baile y cómo es que tomaron la invitación. —dijo Anne mientras revisaba la salita en busca de madre e hija—. ¿Se en encuentran en casa? —preguntó al no verlas y al no escuchar si venían a su encuentro.

—Me temo que no Milady. -—le respondió la ama de llaves—. Salieron hace un rato. Creo que fueron a ver lo de los vestidos para el baile.

—Entonces, ¿sí irán? —preguntó interesada Anne.

—Sí, Milady, bueno, eso dijeron. —se quedó callada un momento, observando a la joven. Parecía que las quería esperar, por lo que le preguntó si deseaba hacerlo.

—Pues, aun tengo tiempo. —dijo Anne mirando al reloj qué indicaba las siete menos veinte—. Espero que no le moleste que lo haga.

—¡Oh, por supuesto que no, Milady! ¿Cómo cree? Aguarde aquí, póngase cómoda en lo que le traigo una taza de té. —le dijo el ama de llaves con otra sonrisa.

Un enredo aristocráticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora