La confesión de Inuyasha

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Inuyasha no pudo estar tranquilo después de esa ocasión, tenía una ansiedad extraña que lo incomodaba a cada instante, sentía una pesadez en el pecho y hasta a veces su respiración se entrecortaba. Imágenes de Kagome se le venían a la mente sin siquiera darse cuenta y en ocasiones eso llegaba a molestarse ya que su cabeza le hacía recordar una y otra vez lo que su corazón deseaba…ver nuevamente a Kagome. Se encontraba comiendo tranquilamente con sus amigos mientras Kikyo se encontraba en las afueras alimentándose de almas, Sango y Miroku no dejaban de observar como Inuyasha miraba atentamente el arroz dentro de su tazón, como si estuviera contando cada grano cocinado allí dentro. Shippo le dio un golpe para que volviera a la realidad.

- Si la quieres ver, ¿por qué no vas en vez de estar contando los granos de arroz?

Inuyasha lució avergonzado por unos segundos. Después le devolvió el golpe.

- Mocoso del mal, deja de decir tonterías. Yo no tengo la necesidad de verla.

- Si, claro…-dijo el más pequeño- no es tanta tu necesidad, pero bien que la llamabas anoche mientras dormías, perro.

El hanyou comió rápidamente su almuerzo y se limpió la boca. Se puso de pie, dejando a todos absortos y tomó su espada para después dirigirse hacia la entrada. Volteó a ver a sus amigos, quienes, con complicidad, le sonreían. Esto lo molestó aún más de lo incómodo que ya se sentía por la insistencia en sus miradas.

- Escuchen bien, demoraré un poco en regresar, pero no se imaginen otra cosa ¿entienden? Estaré aquí en dos días.

Esto los sorprendió.

- ¿Pero adónde vas tanto tiempo, Inuyasha? -preguntó Miroku.

- Tengo que encargarme de algunas cosas con Totosai, así que no me esperéis si demoro. Intentaré no retrasarme, no quiero que Naraku os encuentre.

- ¿Acompañarás a Kagome a algún lado? -preguntó tranquilamente Sango.

- ¡No iré a verla, pesados!

Y rápidamente salió de la cabaña, con un rumbo desconocido, supuestamente, pero ellos, con aquella gran sonrisa, sabían de antemano que él iría a buscar a su adorada Kagome. Dos años…y no había aprendido a ser sincero. Suspiraron todos, incluso Kirara. Volvieron a fijar su mirada en el plato de comida y retomaron su merienda una vez supieron lejos de su vista a Inuyasha, quien estaba, claramente, yéndose a buscar a Kagome, debido a la promesa que le hizo de ir con ella a ver a su madre. Vio a Kikyo sentada en un árbol y se dirigió a ella, parecía estar dormida mientras sus serpientes desaparecían sigilosamente por el bosque. Se quedó un rato mirándola. Parecía tan tranquila que no halló diferencia, en aquel momento, entre la Kikyo del pasado y la Kikyo de ahora. La joven se sintió observada de repente mientras intentaba conciliar el sueño y rápidamente despertó, viendo a Inuyasha muy cerca de ella. Él se alejó cuando la sintió fastidiada.

- Perdona si te desperté.

- Estaba intentando descansar un poco, pero igual no podía. ¿Pasa algo?

- Voy de salida por unos días, Kikyo. Intentaré no retrasarme demasiado.

La joven, sin mirarlo, comenzó a atarse el cabello en una cola, como habitualmente lucía. La diferencia entre Kagome y Kikyo era mucha -pensó él- mientras intentaba permanecer serio ante ella. Lo que había descubierto al estar dos años al lado de Kikyo, es que no podía comportarse como cualquier persona o simplemente no podía ser él mismo, en cada momento debía cuidar sus palabras, siempre sentía cierta distancia entre ellos y no podía hablarle libremente ni mostrarse afectuoso o sobre protector con ella, ya que tenía miedo de que ella reaccionara incómoda ante ello. La presión estando con ella siempre podía sentirla.

La partida sigilosa de KagomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora