3. Visiones

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3. Visiones.

Me fui rápidamente a mi habitación. No me apetecía hablar con Martha y Josh sobre mi día en el cole. Tampoco hacer deberes.

Pero encontré con facilidad que hacer. Dormir.

Cuando abrí los ojos me encontraba en una habitación blanca. La nada.

Normalmente en aquel sitio me encontraba con cinco seres. Todos tenían el cabello rubio y los ojos grises. Tres hombres y dos mujeres. Cuando cumplí los diez años, ellos me empezaron a llamar del nombre de Cashia. Yo no entendía nada. Ellos tampoco hicieron nada para responder el por qué.

Me encontraba sola. Estaba confundida. De repente unos chicos de mi edad, todos rubios y con  ojos grises, aparecieron de la nada. Se miraron entre ellos y una chica rubia del pelo largo dió un paso hacia mí, aún que la distancia entre ellos y yo era bastante.

Con la mano hizo un gesto y de repente aparecieron unas medias columnas con encima diferentes armas. Hachas, látigos, arcos, espadas, navajas y muchos otras armas (excepto armas de fuego) habían encima de esos bloques blancos.

-Elije dos armas.-dijo la chica con voz autoritaria. Parpadeé. ¿Qué clase de sueño era este? No pensaba tener instintos asesinos.

-¿Qué?- logré pronunciar pero solo fue un leve e inseguro susurro.

La chica se mordió el labio intentando no reírse,  cosa que fracasaron sus compañeros. Me puse roja como un tomate al oír sus carcajadas. Y aumentaron.

-Elije un arma- repitió la muchacha.

-¿No eran dos?-la pregunta salió de mi boca sin poder contenerla. Malditos filtros.

De repente las risas cesaron y los rostros, antes con una mueca de diversión pura, pasaron a una de desconcierto y con rastro de seriedad.

-Chica perspicaz- oí como se lo decían entre los dos chicos. Sentí las orejas calientes.

-Elije- volvió a decir la adolescente con una pizca de impaciencia.

Miré con determiniento las armas. Debía elegir. Y empecé a eliminar las armas que no "deseaba". Aún que yo no quería hacerlo.

Los cuchillos y las hachas se quedaban eliminadas rotundamente. No quería ver a la gente desangrándose.

Miré con interés a los látigos. Sobre todo a uno hecho de marfil y oro. Era una de esas pulseras que se dan más de una vuelta y acababa en la cabeza de una serpiente con los ojos esmeraldas. Simplemente hermosa. La cogí con cierto titubeo, y cuando me la puse en la muñeca noté como si ajustaba a esta sin ser demasiado fuerte. Una tímida sonrisa apareció en mi boca.

Como si buscara una  aprobación, levanté mi vista hacia los chicos que se encontraban delante mio. Algunos estaban sentados y otros de pié charlando. El único que me miraba era un adolescente mayor que yo. Su cabello era rubio tirando a rojizo, estaba cortado estilo militar, dejando sus ojos grises al descubierto. Nos miramos por largos segundos, sin decir nada. Me perdí en sus profundos ojos grises, que parecían que me iban a tragar en cualquier instante. Todo desapareció y solo quedamos él y yo. 

Y entonces un carraspeo nos volvió a la "normalidad". Sentí como mis mejillas teñirse de un color como la cereza. 

-Veo que ya has escogido un arma. Date prisa, coge otra. Tu entrenamiento tiene que empezar dentro de poco.- Dice un chaval con tan largo pelo que no pude ver sus ojos pero instintivamente supe que eran grises. Como no.

-¿Entrenamiento?- Pregunté entre procupada y confundida. Ellos se miraron entre si. Entonces una chica con el pelo corto y liso me respondión con un toque de brusquedad.

-Claro. ¿Porqué te crees que estamos aquí? Ni que fueses alguien importante.- ¿Me acaba de decir lo que me acaba de decir? ¿Perdona? Vale que la gente me ignore y se aparte de mí pero una cosa es eso y otra muy distinta es recordarme que no tengo ningún amigo (ni siquiera un chico) en mi cara. He oido muchas cosas estúpidas sobre mí, pero son rumores que se dicen en voz baja.

-Pues tendré que ser alguien importante para que vosotros vengaís. ¿No?- La miré con un toque de enojo a punto de florecer. La chica pasó de un estado de autosuficiencia a uno de casi shock. Por el rabillo del ojo pude atisvar al chico del peinado militar sonriendo de lado, como si no quisiese sonreir del todo.

Volví a ver las armas y cogí una ballesta de madera y marfil, junto a sus flechas a juego, que había visto mietras examinaba los artilujios. 

-Ya están las dos armas. ¿Y ahora qué?- Pregunté con una seguridad que no sabía de donde la había sacado.

El chico con los ojos grises intensos, sonrió plenamente y me respondió con voz neutra:- A entrenar.

Infinito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora