Después de haber pasado una semana en el castillo de Arturo, Azirafel ya conocía hasta los más recónditos rincones. Es por eso que llegar a la alcoba de Crowley esa mañana no había sido demasiado difícil. Estaba en el mismo piso, en el ala oeste del castillo, cerca de las escaleras que daban a la torre de los reyes. La puerta tenía el mismo grabado que la de Azirafel, con un león rugiente y hierático que lo escudriñaba como si conociera uno de sus secretos. Conforme rozó los nudillos contra el roble, se abrió de sopetón y Crowley apareció detrás de ella. Se estaba recolocando las gafas de sol ovaladas.
-No he podido dormir en toda la maldita noche.
-Buenos días a ti también, querido -le saludó Azirafel desdeñoso, acompañándolo una vez salió al pasillo, de camino a la mesa redonda-. Yo solo he hecho que dormir desde que llegué aquí.
-Pues a eso mismo me refiero, Azirafel -dijo, aunque no se había referido a nada aún-. Este castillo expele unas vibraciones muy particulares que me están martilleando la cabeza desde hace una semana.
-Puede que sea yo.
Los zapatos de tacón de madera de Crowley sonaron con un clac clac al pararse en medio del pasillo. Llevaba otra vez la capa con el broche real, como el día que fue a visitarlo al monasterio.
-No seas ridículo, ya sé cuáles son tus vibraciones. ¿No notas algo raro?
-¿Aparte de tu presencia? -Azirafel caminó hasta él, mirando las bóvedas de cañón que no presenciaba desde los tiempos de los romanos. El castillo tenía un aire moderno-. Pues no, para nada.
Crowley continuó con la caminata y Azirafel se vio obligado a apremiar el paso para seguirlo por la galería. Acompañado del murmullo con eco que profesaban sus zapatos en la piedra, Azirafel reflexionó en las palabras de Crowley. Lo cierto era que se encontraba tremendamente cansado desde que había llegado allí, aunque había achacado su extenuación al viaje y a la humedad y su mal olor.
Desde las ventanas diáfanas del castillo entraba unos rallos suaves y brumosos que parecían revolotear alrededor de Crowley, como si no se atrevieran a tocarle. Para cuando llegaron a la sala de la mesa redonda, ya había allí algunos caballeros. Parecían mantener una discusión con Arturo Pendragon sobre cómo disponer las tropas con el fin de detener las invasiones vikingas que amenazaban el sur del país.
-¡Oh, padre Azirafel! -el rey sujetaba un caballito de madera en la mano-. Me alegra que haya podido acudir a la reunión. Veo que sir Crowley le ha enseñado el castillo.
-Nada que él no pudiera hacer -murmuró Crowley quitándole hierro al asunto.
-Aun así, fue de gran ayuda -Azirafel se había acercado a la mesa y contemplaba el mapa de Dumnonia-. ¿Estaban discutiendo asuntos bélicos? Puedo volver en otro momento, si es que Su Majestad lo desea.
-No se preocupe, padre. El rey no sería capaz de organizar una flota ni aunque su vida dependiera de ello -Lancelot del Lago, la mujer de pelo corto que Azirafel había conocido una semana atrás, había puesto su brazo sobre los hombros de Arturo-. Incluso le vendría bien un poco de iluminación divina.
-Pues tu destreza para cabalgar está por debajo de la de las doncellas -contestó Arturo con voz firme, aunque estaba claramente turbado.
-No tema, Su Majestad. Por ahora no he conseguido dotar de poderes divinos a los demás -bromeó Azirafel, y vio por la periferia cómo Crowley le miraba de soslayo. A veces le agradaba comprobar que tenían una especie de acuerdo tácito, solo entre ellos dos.
La puerta de la habitación chirrió al abrirse.
-Padre Seagrim -le saludó Arturo distraído-. Por fin podemos dar comienzo a la reunión. Siéntense, adelante. Veréis, hemos sufrido problemas en el castillo, dejando a un lado la inminente invasión de los grupos vikingos.
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when all my best doth worship thy defect / good omens
FanfictionEs el siglo IX y Azirafel ha decidido dedicarse a la vida monástica encerrado en St Michael's Mount, al sur del reino y, mientras tanto, a Crowley le es encomendado formar parte de la orden del rey Arturo en Camelot. Cuando se vean envueltos en una...