Capítulo 2

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25 de marzo de 2022, Nueva York / Actualidad


No estoy loca… no estoy loca… no estoy loca.

—No estoy loca, es su culpa. Todos mienten y dicen cosas que no son ciertas, pero si supieran la verdad… la verdad.

—¿Quiénes mienten? ¿De qué verdad hablas? —Su mirada es seria. Sus largas piernas están cruzadas con delicadeza, y su manera erguida de sentarse es imponente. Todo en ella me da a entender que me está prestando suficiente atención. Sin embargo, eso no me asegura que será diferente a los otros. Ellos no creían que estaba diciendo la verdad; pensaban que todo era un invento, parte de mi enfermedad, una simple ilusión de un trastorno mental.

Las cicatrices en mi cuerpo no eran evidencia suficientemente concreta y mucho menos...

—Lucía Pearce, ¿aún sigues aquí?

—Nunca, jamás, en su asquerosa vida, vuelva a decir ese maldito apellido, y mucho menos para referirse a mí. —Mis palabras la confundieron—. Ese es un sucio apellido, manchado de sangre y crueldad en cada una de sus letras. La familia que lo poseía estaba podrida y enferma. Así que, por favor, no me vuelva a llamar de esa forma.

Su mirada se quedó fija en mí unos largos segundos, como si estuviera analizando algo, luego la volvió hacia la pequeña libreta que sostenía en sus manos.

—Mis colegas anteriores mencionaron que siempre hablas de “ellos”. ¿Qué son “ellos”, Lucía? ¿Por qué tu reacción cambia al hablar de ellos? Quiero saber quiénes son “ellos” y por qué son la causa de tu temor. —Cada palabra salió de sus labios pintados de un rojo profundo sin titubear. Era directa, clara, iba justo al punto.

—¿Para qué quiere saber, doctora Foster? ¿Para burlarse de mí y que me sigan tachando de maldita loca? —Sonreí indignada.

—He leído tu expediente con mucho detenimiento, y puedo decir con certeza que tu caso es un tanto extraño e interesante. No, no me quiero burlar de ti ni hacer lo mismo que los demás incompetentes de este psiquiátrico; quiero hacer todo lo contrario. Quiero ayudarte y liberarte de este lugar. —Eso me sorprendió; sus palabras estaban llenas de seguridad en sí misma, y eso me reconfortó, aunque fuera un poco—. Te diré algo, Lucía James: creo en ti y creeré en lo que me digas si tan solo confías en mí. —La doctora Foster se levantó de su lugar y se acercó a mí. En ningún momento aparté la mirada de ella, y cuando sus manos cálidas tocaron las mías con suavidad, todo mi ser, extrañamente, se sintió... ¿relajado? Como si algo me susurrara al oído que podía confiar en esta persona que había conocido hoy y que había salido de la nada—. ¿Quiénes son esas personas, Lucía, y qué te hicieron para haber caído aquí?

Me tardé unos segundos en responderle, dudando si debía contarle la misma historia que había relatado a los demás psiquiatras o simplemente quedarme callada y dejar que yo y mi cordura nos pudriéramos en este sitio.

Al final, terminé diciendo lo siguiente, lento, tan lento que lo entendiera claramente y que no se perdiera ni una sola palabra de lo que pronuncié:

—Los demonios sí existen, doctora Foster, y no... No son esos que tienen cuernos o alas negras y son horripilantes: los demonios son algo más, algo mucho más real, más coherente.

«Los demonios somos nosotros, los seres humanos. Somos una especie monstruosa, capaces de dañar, destruir y quemar todo a nuestro paso con tal de obtener lo que anhelamos como una vil obsesión.

Somos violentos, sin sentido común, sin diferenciar entre el bien y el mal, solo dejándonos llevar por el demonio que habita en nuestro interior, en lo más recóndito de nuestro ser, de nuestra oscura mente. Somos una especie tóxica, repulsiva, egoísta, inhumana. Hacemos todo lo que sea capaz de cumplir nuestros deseos, avaricia o como quiera llamarlo, cegándonos al hacerlo, incapaces de ver a quién causamos daño en el intento.

Los demonios estamos aquí, doctora Foster, viviendo en un mundo que poco a poco destruimos con nuestras propias garras. Matando a los pocos ángeles que pisan nuestro infierno. Arrancando vidas como si fueran simples insectos.

El monstruo está en nuestro interior, pidiendo a gritos dejarlo salir, susurrándonos al oído que puede ser nuestra liberación, tentándonos a hacer cosas increíbles, magníficas. Esa bestia, ese demonio, toca todas las noches nuestra puerta, se mete bajo la cama, rasguña el suelo en busca de atención, queriendo que lo acompañemos a su mundo y mostrarnos todas las atrocidades que podemos cometer juntos. Te muestra sus afilados dientes con una sonrisa perturbadora, juega con tu mente... y cuando ya no tienes salida, cuando sabe que te tiene atrapado en la palma de su mano, cuando huele tu miedo y entiende que te entregaste por completo a él, ahí todo comienza; el verdadero infierno se abre paso hacia ti.

Los humanos somos los verdaderos demonios, y no son esos cuentos bíblicos que te muestran página tras página, haciéndote creer cosas que no son solo para persuadirte de la verdad... de la más genuina y triste realidad…»

Acercando mi rostro hacia ella, en un suave y leve susurro, prosigo:

—“Ellos”, esas cosas no son personas, esos que me hicieron daño sin siquiera temblar… —La miré directamente a los ojos sin titubear, mostrándole aquel vacío que ellos crearon en mí—. Aquellos seres que se hacen pasar por humanos no son nada más y nada menos que bestias, animales, demonios que se alimentan del dolor, la sangre y el llanto de los demás. Ellos son los monstruos debajo de mi cama y los que me abrieron un camino directo hacia el averno.

La Obsesión De Los Pearce ⟨+18⟩© ✓ REESCRIBIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora