Desperté, pero no parecía así. Intente frotar mis ojos, pero mis manos no respondieron a mi orden, no sentía mis dedos. Entrecerré mis ojos, acostumbrándome a la penumbra. Intenté levantar mis manos nuevamente, estas reaccionaron acalambradas, pero no se movieron debido a las cadenas que las mantenían en mi espalda. Cuando mis ojos por fin se acostumbraron, pude distinguir el lugar en el que me encontraba. Una especia de cueva húmeda y sofocante excavada en piedra. Sentía que me faltaba el aire, junto con la sensación de que un gran peso se encontraba sobre mí y me aplastaría tras su inminente derrumbe. El sonido de mi respiración agitada me envolvió, haciendo que por fin notara el silencio que me envolvía desde que desperté.
- ¿Hola? -
-Hey, así que ya despertaste-
El eco no me permitió descubrir el origen de la voz masculina, pero la escuché cerca, irreconocible. Intenté nuevamente localizarla.
-¿Quién eres?-
-Aqui abajo es mejor conservar el anonimato, dulzura-
Hice una mueca. La ronquez con las que hablaba no era por desgaste, sino por sed. De pronto mi garganta me rogaba un poco de agua.
-¿Dónde es "aqui abajo"?-
-Es verdad, eras un saco de papas cuando te trajeron. Estas en el palacio, dulzura, pero no la parte que quisieras. Son las mazmorras-
Mis ojos al fin se estaban acostumbrando a la oscuridad. Las paredes de piedra húmeda rodeaban un espacio pequeño. Solo una fila de barras de metal me separaba del hombre que me hablaba.
-¿Qué pasará ahora?- pregunté angustiada.
-Supongo que depende, ¿Qué hiciste?-
Estaba hiperventilando, pero no era idiota.
-¿Qué hiciste tu?- contraataqué.
-Entiendo, cada quien en sus asuntos-
Escuché un ruido metálico chirriante. Observé rápidamente mis muñecas y mis pies rodeados por cadenas que salían de la pared.
-Espera, ¿somos los únicos?-
Una risa breve e irónica me respondió.
-¿Vivos? Quizá. No he escuchado hablar a otro. Curiosamente, no han bajado por alguien en mucho tiempo. Cuando tiras basura solo te olvidas de ella ¿no?-
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Perdí la cuenta de los minutos. Intenté mantener la calma, controlar mi respiración, pero el aire era asfixiante, los olores de un lugar encerrado bastaban para volverme loca.
Porque lo haría. Me volvería loca y luego moriría por hambre o por sed, debilitada por los intentos de zafar de la roca mis extremidades adormecidas.
Estaba por reiniciar la cuenta por doceava vez cuando escuché pasos apresurados acercándose. Eran guardias que se detenían justo frente a mi celda. El guardia del patio rodeado en llamas vino a mi mente. Me arrinconé todo lo que pude, pero los guardias no estaban mirándome.
-Eh, tu. Muévete ladrón- Pero no esperaron una respuesta. Abrieron la celda de enfrente y entraron. Volví a escuchar la voz ronca de antes.
-Ah, ¿volvieron tan pronto, nenas? Sabía que me extraña...-
El sonido de los golpes que siguieron ahogó sus palabras. Cuando terminaron escuché las cadenas caer y como lo arrastraban por el pasillo. Alguien esculpió y casi pude escuchar:
-Nos vemos, dulzura-
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El ladrón no era una compañía amena, pero al menos ahí estaba, una presencia entre la oscuridad. Ahora que se lo habían llevado no tenía ni siquiera eso.
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Adila
FantasyAdila pertenece a una grupo de personas denominado calaña, el nivel más bajo. Se encuentra obligada a trabajar para los humanos, los que no son una anormalidad como ella y el grupo al que pertenece. ¿Por que la calaña es tan diferente? Ellos tienen...