Capítulo 3

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Orión sonríe. Y sólo por eso, Sergio es feliz.

La capital de Louisn queda a cien metros del castillo; es un pueblo lleno de casas pequeñas, con calles de piedra y muchos niños corriendo de un lugar a otro. Para ellos, la guerra que se ha mantenido es como una lejana pesadilla que suelen olvidar por momentos.

Todos reconocen en Sergio a un rey, general y héroe, pero ninguno es capaz de acercarse más de un metro por temor y aquel miedo lo nota Orión.

-¿Por qué te tratan así?

-Son súbditos, ¿cómo deben tratarme, según tú?

-No lo sé, deberían apreciarte.

-No soy como Dennise o Cíndela y ellos lo saben, exijo respeto y se me da. Eso es todo -le explica.

-¿Eres así con todos? -le pregunta.

A lo largo del camino, muchas miradas curiosas han sentido algo de lástima por el acompañante del general pero cuando él se detiene y lo mira a los ojos, todos temen lo peor.

-No entiendes nada, chiquillo.

-¿Por qué no me lo explicas?

-Es muy complicado.

-Puedo entender.

-Mejor cállate.

-¡Pero quiero entender! -exclama y siente las miradas de todos sobre él esperando el puñetazo que se merece.

-¿Entender? Por supuesto, te haré entender -le dice y lo lleva del brazo por varios callejones entre las casas.

Se detienen cuando Sergio considera que nadie los podrá ver u oír, sabiendo que nadie se acercaría por miedo.

Orión lo mira en espera de la explicación y él muestra la más sádica de sus sonrisas.

-Te lo explicaré, enano -comienza a decirle acercándose peligrosamente a él-. Ellos saben de lo que soy capaz, temen porque me conocen.

Sergio pasa su mano por la mejilla del joven, tal y como había hecho la noche anterior y como había deseado volver a hacer desde entonces.

-Tú también deberías temer, chiquillo -advierte acercando su rostro al cuello de Orión y dejando un rastro de leves mordiscos.

Orión hace un peculiar sonido de forma involuntaria.

-No te temo -contesta intentando permanecer tranquilo.

Sergio sabe que se ha perdido, al igual que su razón, desde el momento en que él lo enfrentó mirándolo a los ojos.

-Pues deberías -llegado aquel punto su voz es ronca y su propio cuerpo le traiciona buscando más que el cuello del joven.

-Yo no...

-Ellos me pertenecen, todos ellos. Tú también.

Orión intenta empujarle pero su cuerpo no tiene la suficiente fuerza.

-¡Déjame! -exclama, aunque nota que no ha funcionado porque siente como él ha removido parte de su camiseta y sigue con su rastro, ahora, de besos y mordiscos- ¡He dicho que me dejes!

En un determinado momento, logra separar a Sergio de su cuerpo.

El grandioso general Sergio Louisn perdió el control, que decepcionante. Él mira con temor a Orión, quien se mantiene inmóvil, luego fija su mirada café en sus manos que intentaron despojar al chico de su vestimenta y, por último, pasa su dedo índice por sus labios causantes de los diminutos moretones en el cuello y pecho del joven y la respiración entrecortada del mismo.

Cae de rodillas al suelo, todavía en shock, y cierra los ojos.

Él, que durante tantos años reprimió cualquier sentimiento que pudiese tener su ser, que se preparó en el ejército y derrotó a todos sus superiores sin esfuerzo, que veló por el bien de un pueblo que no debía ser suyo; él, simplemente, se dejó llevar y cayó en la trampa, ese joven sería su perdición.

Orión se agacha a su lado e intenta ayudarle pero él le grita cosas incomprensibles y aparta con golpes sus manos que insisten en que se levante.

Un grito les hace saber que los guardias del palacio los están buscando. Así que Sergio se levanta y mira al joven, quien comprende a la perfección cual será su merecido castigo por querer saciar su curiosidad.

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El sonido de los tacones se detiene y escucha la puerta abrirse de golpe.

Sergio deja sus documentos de lado y gira su silla para ver a una enfadada Cíndela bajo el umbral de la puerta, su cabello está recogido y usa una réplica exacta del vestido blanco con encaje verde que tanto adoraba su mamá.

-¡¿Cómo has sido capaz de mandar a encerrar al pequeño Orión?! -pregunta ignorando que él sólo es un año menor.

-Me ha enfadado; una acción en mi contra es una acción en contra de mi reino.

-Este no es tu reino, ¡es de Dennise!

-¿Y ella qué sabría de manejar un reino?

-Lo mismo que tú sabías cuando comenzaste.

Sergio se levanta de la silla enfadado y camina hasta su hermana menor.

-Me vi obligado a ser quien tomará el control de Louisn -le dice.

-¿Por qué? ¿no podías dejar que se ocuparán los compañeros de papá?

Sergio ríe.

-¿Acaso crees que el dinero para mantener tus tres casas, tus criadas y todas las réplicas de los vestidos de mamá que tienes, crece en los árboles? ¿quién crees que te da ésos lujos? ¿y has notado que hay una guerra allí afuera? ¡¿sabes por qué este reino se ha mantenido en pie?!

-Sé que mi hermana renunció a su vida por el bien de la futura reina y, ahora, mi hermano renuncia a la suya por el orgullo al decir que este lugar se mantiene gracias a él -dice con las lágrimas amenazando en ir más allá de sus ojos azules.

-No llores, Cíndela...

La joven abraza a su hermano y comienza a sollozar. Sergio se siente culpable porque su hermana no lloraba por aquella tragedia desde hacia mucho.

Entonces supo que lo que hizo estuvo mal.

El tirano puede caerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora