¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
❧ 𝙻𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘 𝚙𝚞𝚍𝚎 𝚝𝚎𝚗𝚎𝚛 ☙
Freya sostuvo el vaso con agua y tomando los extremos de su falda caminó por el sendero de tierra. El polvo se pegó a sus zapatos, chasqueó la lengua sin remedio. Hacía mucho calor en aquella época del año. Los fuertes rayos del sol se volvían un infierno para quien se expusiera a ellos. El aire era caliente y a pesar de estar cerca del mar se podía sentir el cálido vapor de la tierra.
— Toma. —extendió el vaso hacia Eren. El joven se mantenía inclinado arrancando la cosecha del cultivo, concentrado en la labor. Al escuchar la voz de Freya alzó el rostro y cerró un ojo incómodo por los últimos fuertes rayos solares. Él sol estaba cayendo, pero aún quemaba con fuerza—. Anda, tienes que hidratarte. Llevas toda la mañana y toda la tarde trabajando.
— Gracias. —lo aceptó sin remedio, poniéndose de pie y rebasando en altura a la rubia. Freya lo miró quitarse el sombrero mientras bebía apresurado el líquido. Soltó su falda que aún sostenía y tomó el delantal para limpiar el rostro del moreno, las perlas de sudor adornaban su piel sonrojada.
— Debiste tomar un descanso. —susurró bajando la tela y mirándolo a los ojos. En las cuencas verdes se podía percibir el cansancio acumulado mezclado con el insomnio. Debajo de sus párpados se apreciaban las bolsas negras producto de noches en vela—. Casi anochece, regresa a la casa. He preparado la cena.
— Sí. —accedió sin poner objeción. Se agachó para recoger la canasta llena de frutas y verduras mientras en su otra mano sostenía las herramientas que había utilizado—. ¿Qué has estado haciendo? Te vi sentada en esa mecedora por horas. —indagó con curiosidad. Le había llamado la atención verla allí tan concentrada mientras él labraba la tierra.
— Ah, eso. —miró al suelo y cayó en cuenta que los extremos de su falda se habían ensuciado por el descuido de no levantarla—. Solo estaba reparando un par de prendas. A algunas de tus camisas se le desprendieron los botones y tenías unos pantalones sin dobladillo.
— Gracias. —colocó su mano en el pequeño hombro de la mujer a su lado. Le dió una rápida mirada y guardó aquella imagen en su cabeza. Más tarde, cuando las pesadillas no lo dejaran dormir, pensaría en ella y en los días que pasó allí a su lado. Habían jugado a tener una vida tranquila, pero toda fantasía debía terminar.
— Está bien —sonrió y jaló la puerta, quitándose los zapatos en la entrada y sacudiéndolos—. ¿Te bañarás primero? —giró su cabeza hacia él sin dejar de caminar hacia la mesa de madera junto a la ventana.
— Sí, no tardaré. —colocó la canasta en la mesa y dobló en el pasillo, subiendo las escaleras, perdiéndose a la vista de la rubia.
Freya observó todo a su alrededor sintiéndose abrumada. La luna aparecía débilmente en el cielo con su característico color blanco amarillento. Más allá había un mundo sin igual, un lugar con una preciosa vista al cielo y un luminoso árbol. Era su casa y la estaban esperando. Ymir Fritz tendría compañía dentro de muy poco.
