Capítulo 1 - El castillo junto al río

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   ─¡Fuera, cucaracha inmunda!─ grité, blandiendo el machete empapado en sangre verde, ante el último duende que me quedaba exterminar después de una rápida aunque intensa limpieza

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   ─¡Fuera, cucaracha inmunda!─ grité, blandiendo el machete empapado en sangre verde, ante el último duende que me quedaba exterminar después de una rápida aunque intensa limpieza. Estaba seguro de que mi abuelo guiaba mi machete: en sus crónicas, yo había leído acerca de una pelea contra lobos librada en el límite del Inexplorado.

   ¡Y ahora a mí me tocaba combatir contra duendes, y de los carnívoros! Qué impresionante vivir aventuras como esta a mis quince años. Y además en una caverna perdida en la inmensidad del Bosque Durmiente, en uno de los ocho reinos de la gran Isla del Hada Madre. Y además valiéndome únicamente de mí mismo: confiados en que el príncipe Philippe y yo habíamos exterminado a la totalidad de los duendes que ocupaban esta caverna, hace dos días que el príncipe decidió salir de expedición, solo. En cuanto a mí, asumí la misión de cuidar nuestro refugio, cosa que vengo cumpliendo lo mejor que puedo.

   Jamás soñé con que conocería en persona a un príncipe, pues en mis tierras no existen. Pero sí los hay en esta, la isla de las hadas. La teleportación desde mi natal Kalkalis hasta la isla no fue obra de la tecnología de mi mundo, ni siquiera se trató del resultado de un experimento fallido. Logré teleportarme gracias a un libro mágico, heredado de mi tatarabuelo Edmund Scott ─"el abuelo Edmund", como lo llamamos en mi familia─, de quien también heredé una misión propia de un cuento de hadas y que no sé si podré cumplir: rescatar nada menos que a una princesa, y vaya uno a saber qué hazañas me estarán esperando.

   Sentado en una roca y bien vigilante, me puse a recordar la primera vez que vi al príncipe, poco después de mi llegada a esta isla. Yo había aparecido en el borde de un brezal, cerca del río. Creo que en el mismo sitio donde décadas atrás había aparecido el abuelo Edmund, mucho antes de que yo naciera. Al otro lado del saucedal del río se erguía un castillo, idéntico al que mi abuelo había descrito en su diario de exploraciones a la isla de las hadas. No tuve tiempo de detenerme a admirar los muros blancos y los techos azules: paralela al camino de tierra por donde avanzaba una caravana de viajeros con aspecto de mercaderes, marchaba una formación de infantería ─soldados con armadura, lanzas y un estandarte con la imagen del Hada Madre entrelazada con los blasones de Indre, el octavo reino─ que captó mi entera atención. También a pie, encabezaba la formación un muchacho de pocos años más que yo ─le calculé unos dieciocho─, esbelto, gallardo en su majestad y con espada al cinto. Guiaba a paso firme a sus hombres, y de vez en cuando miraba hacia los viajeros de la caravana. Es sabido que los mercaderes nómadas llevan consigo noticias de lejanas tierras, y pensé que quizás en ese asunto estaría puesto el interés de aquel muchacho.

   Yo conocía muy bien el material reunido por Edmund durante su estadía en el reino de Indre, y por eso no tardé en intuir que el muchacho en cuestión podría tratarse del príncipe mencionado en las profecías: tenía toda la apariencia de un héroe. Un héroe aventurero con los ojos puestos en el horizonte, y a quien le adiviné un corazón hecho de pura nobleza. Me pregunté si en la isla habría otros como él; pero lo creí difícil, pues su aspecto lo hacía realmente único.

Entre auroras y espinas (Diario de exploraciones #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora