Entré el lunes de buena mañana, asustada, sola, decaída, enferma, con ganas de quitarme la vida y muchos otros pensamientos horribles que se me pasaban por la cabeza. El primer día, he de admitir que fue muy duro, a cada momento de soledad que había un río de lágrimas caía, en cambio, en los momentos en los que me podía juntar con mis compañeras, las cosas cambiaban. Estar con ellas era algo mágico, cada vez que salía a la sala común, mi mundo se pintaba de colores. Todas ellas estaban pasando por lo mismo que yo, me entendían, me escuchaban y lo más importante, desde el primer día sin apenas conocerme, me apoyaban.
El segundo día no fue tan malo, los momentos de soledad seguían acompañados de lágrimas pero yo ya era consciente que después de mucho tiempo, había encontrado algo que necesitaba con mucha intensidad: apoyo, pero no apoyo de la gente que me apreciaba sino apoyo de gente que me entendía.
Al tercer día algo muy bueno pasó, no encuentro razones ni sentido alguno pero mi mente cambió. Decidió que todo lo que había estado haciendo no era lo correcto y que tenía que poner todo mi esfuerzo en cambiar, en cambiar para obtener una vida saludable como cualquier persona normal. Fue ese mismo día cuando decidí apagar la voz de mi parte enferma y escuchar solamente la voz de la parte sana, esa voz que había permanecido por tanto tiempo oculta, por fin volvió y más fuerte que nunca.
Desde ese día todo cambió para bien, la sonda me la quitaron de una y confiaron en que yo podría comer por mi misma, y así fue, empecé a comerme todo lo que me ponían delante con un solo objetivo: salir del hospital cuando antes, pero salir sana y fuerte.
Todo el mundo me decía que ese hospital iba a ser como una cárcel, pero para mi no fue así, yo lo viví más como una pequeña acampada. Eso fue gracias a todos los que me acompañaban, pero en el fondo sé que se lo debo todo a mis compañeras, sin ellas yo no hubiese podido salir de ese hoyo tan profundo en el cual yo solita me había metido.
Las semanas pasaron muy rápido y yo mejoraba a un ritmo admirable hasta que un lunes, sin que yo me lo esperara, me dieron el alta. Nada más recibir la noticia me eché a llorar, pero raramente no eran lágrimas de alegría. Yo no quería irme de ahí, un sitio tan seguro y reconfortante sabiendo el peligro que me esperaba en el exterior. Solamente pensar en tener que continuar la lucha sola de nuevo, me causaba un temor horrible, un temor que tuve que superar porque la decisión ya estaba tomada.
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Historia de una anoréxica
AlteleEsta es parte de mi historia con un TCA, la historia irá continuando a menudo que las cosas cambien