Parte I

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-Leandro, despertad, rápido.

-Vamos, Náyade, déjadme dormir.

 La elfa frunció el ceño, movió sus manos con suavidad, casi como si bailase, y un chorro de agua fria salió del lago directo hacía la cara del joven, que se levantó rápidamente.

- Alguien se acerca –dijo ella. Es hora de moveros.

 Leandro se levantó y se colocó su camisa de manta y su capa con capucha color negra, dejando un charco tras de si. La elfa y el muchacho se escondieron entre el follaje de los árboles. Al poco tiempo, apareció un hombre de barba crecida con un vendaje en sus ojos. Venía dando tumbos por su falta de visión, y de pronto dio un paso en falso y cayó al agua.

-¿Crees que pueda salvarse solo?

-Si nada ahí dentro quiere matarlo, tal vez...

-Tengo que salvarle, Náyade.

 Antes de que ella pudiera replicar, Leandro ya se había lanzado al agua. Como lo supuso, las ondinas, una especie de ninfas sub desarrolladas, intentaban ahogar por diversión al hombre, que portaba una armadura y por el peso, se le dificultaba escapar. Leandro nadó hasta las criaturas de piel azulada con cabellos verdes y las miró a los ojos. Las criaturas entraron al instante en una ilusión donde el lago se había secado y  comenzaban a secarse y deshidratarse sin ninguna esperanza. Su mayor miedo. Estas comenzaron a agitarse violentamente, sin poder respirar.

 Una vez que le libró de sus ancas, Leandro tomó al hombre y le ayudó a nadar a la superficie, donde Náyade los miraba con angustia.

 -Deberíamos dejarle aquí, Leandro. Los humanos no son de fiar.

-Náyade, tú me has educado. Tú me enseñaste a obrar el bien y ahora me pides que le abandonemos aquí. Si no puede ver, de nada ha servido que le salvase de las ondinas. No durará otro día aquí.

 La elfa suspiró, su hermosa cara puso un ceño fruncido y exclamó

-Bien. Pero tú le arrastrarás hasta el refugio.

Cuando el hombre despertó, la lluvia y la noche habían caído. Se hallaban en el interior de una cueva, con una fogata encendida.

-¿Se encuentra bien, señor?

- ¿Dónde estoy?-dijo llevándose una mano a la cabeza.

-En el bosque exterior. ¿Qué le ha pasado?

-¡Oh pequeño joven, que no he pasado ya! Mi nombre es William. Fui caballero del rey Luis X, el justo. Eso fue antes de que Alpiel entrara con sus tropas al reino. Camine sin rumbo hasta que, según recuerdo, caí en un estanque y unas criaturas me arrastraron hacia el fondo.  ¿Quien eres tú, chico? Por que suenas como un chico. 

- Mi nombre es Leandro, y esta es mi amiga Náyade.

-Mucho gusto -dijo el hombre.

-Ojalá pudiera decir lo mismo -replico ella.

-Lo siento. No le agradan mucho los humanos.

-Por tu nombre y tu referencia a que no es humana, supongo que eres una elfa.

-Podría ser una ninfa.

-No, no. Las ninfas son dulces y seductoras.

 Náyade gruño y se sentó en el suelo, abrazando sus piernas sin dejar de ver al caballero. 

 -¿Y cómo llegaste aquí, chico?

Leandro bajó la mirada.

-Fui expulsado de la aldea. Tengo la marca de la vergüenza, no puedo regresar.

- Un momento, ¿eres el maldito?

Ella se levantó de un salto.

-Te prohíbo que uses esa palabra de nuevo en mi presencia, humano. Atrévete a pronunciarla de nuevo y te clavaré una flecha directo en la garganta.

-Entonces sí eres una elfa...

 Náyade se acercó amenazante al hombre, pero Leandro reaccionó rápido y pudo interponerse entre ambos.

-Tranquilízate, elfa –dijo de manera despectiva. Esto es bueno. Verás, chico. Me perdí en el bosque porque soy miembro de una orden secreta que planea recuperar el reino.

-¿Cómo puedes pertenecer a una orden que planea una guerra si no puedes pelear?

- Pero con la ayuda del maldito...

-¡Te lo advertí!

La hermosa elfa sacó de su carcaj una flecha con la velocidad de un hipocampo nadando con la corriente. Disparó la flecha directo a la manzana de adán de William, pero con un movimiento igual de rápido, el caballero atrapó la flecha cuando la punta estaba a escasas pulgadas de su cuello.  Leandro pegó el brinco, exaltado.

 -¿Cómo pudiste atraparla sin verla?

-La flecha, rompe el aire, hace ruido. Sientes el aire rompiéndose cerca de tu piel. Tus sentidos se agudizan cuando te falta uno. Para información de tu amiga elfa, puedo pelear aún.

 Náyade volvió a sentarse.

-Y quiero que tú, chico, te nos unas.

-¿Yo? No bromees. Soy demasiado joven, no puedo pelear, muy apenas se cazar mi propia comida.

-Tranquilízate, te entrenaré personalmente para que te conviertas en un gran caballero.

 Leandro miró a Náyade, quien le respondió con cara de "es tú decisión".

 -Muchas gracias, pero creo que rechazaré la oferta –dijo y salió de la cueva. La elfa le siguió.

 -¿Te da miedo pelear?

-No, no. No sé. Me gusta estar en el bosque, vivir contigo.

 Náyade se acercó a él y le tomó de la mano.

-Leandro, no. Quedándote en el bosque, no harás nada más que sobrevivir.  Tienes que salir de aquí, empezar a vivir. Si ganan la guerra, si les ayudas, podrás volver a casa.

-¿Y tú?

Ella sonrió.

-Eso vendrá después. Es tu oportunidad de volver a casa.

 Una sonrisa de oreja a oreja se le dibujo en el rostro al chico, quien abrazó a su amiga y corrió al interior de la cueva.

 -Está bien, lo haré. 

El malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora