Parte II

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-Bienvenido chico, al bosque oscuro.

Aquel lugar no era más que una extensión del bosque exterior, con la diferencia que a esta zona jamás llegaba la luz del sol, haciéndola el hábitat perfecto de criaturas como ogros o licántropos, inclusive algunos vampiros que sentían atracción por la eterna noche del área. Es por ello que Leandro iba tan nervioso caminando delante de William, quien tenía una antorcha en la mano. El chico caminaba delante en función de guía, para poder esquivar las gruesas raíces de los árboles.

-Creo que deberíamos descansar aquí, seguir con el alba de la mañana- dijo el caballero

-¿Cómo sabrá cuando sea de día?

-Tú duerme.

A Leandro le hubiese gustado seguir esa orden, pero apenas cerró los ojos, tuvo un sueño muy lúcido, muy real. Soñó que se encontraba en un salón lleno de riquezas incontables. Sentía miedo y angustia. Y de pronto, era atravesado con una espada en el pecho, por un hombre de cabello negro y ojos cafés. Leandro se levantó exaltado y miró a William, que estaba ya levantado y tenía una mirada muy seria.

-Silencio. Mis sentidos, están mareados. Huele a muerte, y solo siento...

Un aire helado apagó la antorcha del caballero.

-Frío.

Unas figuras oscuras y densas se acercaron a ellos de entre la espesura del bosque.

-Dime que ves, chico.

Leandro no podía hablar. La mancha oscura iba tomando forma, de una cabeza, unos brazos, pero no piernas. Y no era uno, si no cientos. La temperatura bajo a un grado tal que una fina escarcha de hielo se formó sobre todo alrededor.

-Estamos rodeados por sombras.

Es por eso que había tenido la pesadilla. Las sombras eran los fantasmas de brujos que pasaron al lado oscuro de la magia. Si una sombra se le aparecía a alguien, significaba que esa persona estaba próxima a morir. Eran, en cierto sentido, buitres sobrenaturales. Muchas personas mueren con solo ver una sombra. Es tanto el miedo a la muerte, o la señal de que es inminente, que le causa al humano una pérdida de la fuerza para vivir. Muchos de los que sobrevivían a la primera visión de una de estas criaturas, terminaban suicidándose. Una sombra alargó la mano hacia ellos, y Leandro intentó verle a los ojos y asustarle, pero en su lugar, solo había dos cuencas. Las criaturas de ultra tumba se apiñaban sobre ellos, encerrándolos, quitándoles el aire.

-Basta.

William sacó de su funda una espada de fuego, que ilumino el bosque y alejó a las sombras. Leandro se levantó despacio y miró embelesado la espada, de la cual se desprendían pequeñas lenguas que se deshacían en el aire. Caminaron hasta el pie de una montaña de piedra color morado oscuro. En el pie de esta, una cueva a la que no se le veía fondo.

-Hemos llegado -anunció el caballero. Bienvenido a la cueva del guerrero. Tendrás que adentrarte solo. Si logras superar las pruebas que se te presentaran, si sobrevives, serás un guerrero

-¿Si sobrevivo?

William frunció el ceño y de una patada mandó al chico al interior de la cueva. Cuando este se dio la vuelta, observó con miedo y asombro que la entrada había desaparecido y en su lugar, quedaba una pared de piedra. No había otra opción que seguir adelante. Leandro caminó hasta que debió dar vuelta, esquivando las estalactitas y las rocas que salían de la tierra. Se sorprendió al encontrar a una chica, de piel color anormal, como si hubiera recibido un baño en plata líquida.

-¿Quién eres tú?

Ella extendió su mano y salió de sus dedos una línea color azulada, un rayo. Leandro fue derribado por el impacto.

El malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora