Parte III

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William lo esperaba del otro lado de la cueva. Había salido ya del bosque oscuro, y daban a una extensa planicie, donde no había ni un solo árbol y brillaba la luz del sol. Leandro le sonrió, pero pronto reparó en cuan cansado estaba y se desvaneció en los brazos del caballero, muerto de sueño. Cuando despertó, se encontró en una cabaña de madera, junto a un grupo de gente, entre los que había caras conocidas. William se acercó a él y le invitó a levantarse.

-Chico, habéis dormido varios días. Pensábamos que te habías contagiado de la fiebre de Troll o algo así. Bienvenido a la Orden. Algunas caras ya las conoces. Son Ivy, Natalia, Lynnes, Lalu, Malena, Thaena, Tommo, Lea, Sara, Amber y Vanessa.

-¿Son todas mujeres?

-Cuando nuestra ciudad fue atacada, todos los hombres salieron a pelear. Yo logré sobrevivir, y reuní a quienes quedaban. Todas tienen habilidades, como tú. Todas son guerreras.

-Muy bien-dijo Ivy. ¿Cuál es el plan?

-Es simple-dijo Thaena

-Tommo llevará a Leandro al palacio y atacará a Alpiel y a su protector. Eso creara una distracción para que nosotros ataquemos la ciudadela.

 Todos asintieron y tomaron sus armas elementales. Más tarde, mientras los otros nueve montaban a caballo, Tommo y Leandro los miraban irse. Esperaron una hora. -Te dejaré ahí y regresaré a ayudar a los demás.

-¿Estás listo?

-Lo estoy.

 Y ambos se esfumaron en el aire.

El palacio de Alpiel era de paredes rojas con láminas doradas en ellas. Incontables tesoros, obras de arte y armas se apiñaban sobre los muros. Tommo desapareció antes de que Leandro pudiera recuperar la visión. Algo en el lugar se sentía familiar.

-¡Hey! -Un guardia le había visto, y rápidamente, Leandro le atravesó con su lanza, clavándole en la pared. Después su arma regresó a su mano.

Tommo le había dejado en la planta arriba del salón del trono, y cuando vio a Alpiel en su silla, reconoció el lugar. Era con el que había soñado en el bosque oscuro, y era el malvado rey quien le atravesaba. Cuando fue visible para todos, unos guardias se acercaron a él, pero al verle los ojos comenzaron a atacarse entre sí. Alpiel miró interesado al joven.

-Vaya, vaya.

  Mientras tanto, fuera de las amuralladas puertas de la ciudadela, se encontraba una decena de mujeres comandadas por un hombre ciego. -Los guardias, se retiran -dijo Lynnes. Ya deben de ir a ayudar a su rey.

   

-Bishop, haz lo tuyo.

 El hombre que había permanecido junto al trono salió corriendo hacia él. Leandro usó la lanza para atravesarle, queriendo golpearle la cabeza con un movimiento vertical, pero el hombre detuvo el filo descendiente con sus manos. Sin poder salir de su asombro, Leandro vio al tal Bishop partir la lanza a la mitad, y después tomar con sus manos la cabeza del maldito. Los ojos del chico se transformaron, pasando del amarillo al verde. Leandro cayó de rodillas. Habían eliminado su poder.

 -Quiero confesarte algo, amigo mío- dijo el soberano. No soy humano. No, soy un incubo. Un demonio. Con solo estar cerca de mí, la gente comienza a experimentar visiones horrendas, a discutir entre sí, a odiarse. ¿Te suena familiar? Uno de mis mayores pasatiempos, de mis distracciones, es acercarme a las mujeres mientras duermen y poseerlas, hacerlas mías.

-¿Violarlas? ¡Eres un maldito!

- Así es como te llaman, ¿no Leandro?

 El chico se quedó boquiabierto. Alpiel se acercó a él, mientras Bishop le tomaba de los brazos y se los jalaba hacia atrás. Sin embargo, Leandro aún no salía de su asombro.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Porque yo... yo soy tu padre.

 Alpiel desenvainó su espada y le atravesó el pecho a la altura del corazón.

Un dolor en el pecho apareció de la nada en la pobre Náyade. Sin dudar, corrió hacia el árbol más cercano, el cual pudo trepar con facilidad. Vio a lo lejos la ciudadela, en el aire reinaba el clamor previo a una batalla.

-Leandro...

 La elfa descendió de las ramas y corrió hacia el árbol más viejo, frente al cual se hincó. Una hermosa creatura de piel y cabellos verdes emanó del tronco. Su vestido era café, largo y sedoso, y tenía una corona que resplandecía bajo el sol. La reina del bosque exterior.

-¿Qué os preocupa, hija mía?

-Mi reina, Leandro, algo le ha pasado. Ya no le siento. Su conexión conmigo se ha roto.

-Os preocupa que esté en peligro.

-El mundo humano se prepara para una batalla, yo misma le he visto.

.Sabéis que no podemos interferir con asuntos humanos.

-Necesito su permiso, mi reina, para ir a rescatarle.

-Tu conexión con este varón hijo de Adán, es fuerte. ¿Tú le amas?

 Náyade bajó la mirada.

-No podría ser, de cualquier modo. El no vivirá más de cien años.

La reina enterneció la mirada.

-Ve, hija mía. Te doy el poder de convocatoria. Reúne fuerzas entre el bosque, apoya la causa de tu amado. Vosotros seréis el inicio de una fraternización con los humanos. Ganad la guerra en pos de nuestro hogar. Creaturas y humanos compartimos la tierra. Debe ser nuestro deber protegerla.

-Gracias, Madre.

 Cuando Náyade se levantó, portaba una armadura plateada con el símbolo de la reina, un arco y un carcaj repleto de flechas.

-Algo anda mal. No hay guardias.

 Avanzaron hasta el castillo sin muchos problemas, y cuando entraron, lo primero que se toparon fue al sangrante del chico y su lanza rota a su lado.

-¡Chico! –William corrió a su lado. ¿Qué ha pasado?

-El rey. Se retiró a... el castillo de las montañas.  –dijo Leandro mientras escupía sangre. Les está esperando allá. No vayan, es una trampa.

 William, sin separarse de su amigo, miró a Tommo.

-Llévatelas a las montañas. Peleen todo lo que puedan. Mermen las fuerzas del rey. Si no podemos ganar, al menos les daremos una gran pelea. Lynnes, tú las dirigirás. Yo intentaré ayudar a nuestro amigo.

 Ella asintió. Unos momentos después, desaparecieron. William subió a Leandro a su caballo y cabalgó. El chico no resistió mucho, unos momentos después de empezar a correr, expiró su último aliento.  

-Vamos, sé que aún no es muy tarde...

El malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora