Aquellas palabras retumbaron en el silencio que encerraba aquel valle. No sólo dejaron sin aliento a Küntruy sino también a Duam, Ellekuf y Ayükelem, quiénes habían quedado del otro lado de la ronda. . Los dos últimos estaban visiblemente heridos por la lluvia de flechas y todavía conservaban las espadas en sus manos. Se miraban atónitos: cuatro ataques no era lo mismo que uno. Todo tomaba una dimensión mucho mayor. Ellekuf era un joven apuesto, corpulento. Un muchacho callado e introvertido y por apariencia, el menos perturbado por la situación. Ayükelem lucía un aspecto totalmente opuesto al de su prima Küntruy. Ella era rubia y sus ojos era negros como la noche aunque igualmente deslumbrantes. El brillo de sus ojos se apagó de un momento a otro. Porque la muchacha acababa de notar que a los pies de Duam yacían los cuerpos de Montuln y Minchekewün. Había sido todo tan rápido que nunca se había dado cuenta que faltaba su primo y tampoco que Duam lo había cargado al volver. Corrió entonces hacia él y Ellekuf la siguió. Los llantos de la chica, mezclados con gritos de impotencia llamaron la atención de todas las personas que conformaban aquella ronda, que hasta ese momento no se habían percatado del arribo de los jóvenes.
Eran muchos, cientos. Era la comunidad entera allí reunida. La antigua comunidad de Geut. De a uno o en grupos se fueron acercando a los cuerpos inertes, reaccionando de la misma manera: rompían a llorar desconsoladamente y se fundían en largos abrazos. Quimval, la mujer del anciano por más de ochenta se acercó al cuerpo de su compañero de toda la vida y en silencio puso su mano sobre su pecho. Estaba en paz, sabía que Minche había dado todo por su gente. Ambos eran muy apreciados. El anciano había sido el sabio de Geut por años, la voz más respetada. Y el muchacho, era el hijo de todos. Sus padres habían desaparecido cuando él tenía un año y nunca más nadie había vuelto a saber de ellos. Jamás se puso en duda que aquello había sido un secuestro y no una decisión voluntaria, pero no se pudo dar con los culpables. No hubo rastros, no hubo pruebas. Como si se los hubiera tragado la tierra. Desde entonces, Mon se había criado con la familia de sus primos, aunque la comunidad entera lo había adoptado. Küntruy tenía un año también y eran llamativamente parecidos. A la edad de cuatro años ya jugaban a ser hermanos mellizos. Es que así lo sentían, así los conocía la comunidad entera, eran mellizos de corazón. Allí estaba su familia ahora, destrozada porque era la pérdida de un hijo. Un hijo que no había necesitado tener la misma sangre. Todos permanecieron inmóviles por largas horas, aún entrada la madrugada, consolándose los unos a otros hasta que el frío punzante de la noche los obligó a volver a sus hogares.
La mañana siguiente despertó a muy pocos, había sido una noche muy difícil. Dos terribles noticias habían sacudido una paz que llevaba cientos de años abrigando a los habitantes del pueblo y que ahora nadie sabía con seguridad si algún día iba a volver.
La comunidad de Geut la conformaban alrededor de ciento diez familias. Todas vivían en casas iguales: pequeñas, acogedoras y cómodas, construidos a base de madera y piedra. La disposición de las construcciones tenían una particularidad: estaban ubicadas como si formaran una gran ronda y con sus puertas apuntando al centro de la misma. En todas direcciones, imponentes montañas y lagos cristalinos decoraban el paisaje de aquel valle de ensueños.
A medida que el sol iba asomando por entre las montañas nevadas, los aldeanos iban saliendo de sus casas y se volvían a acomodar en ronda. Lo hacían con una lentitud que parecía intencional, como si no quisieran verse las caras de tristeza y preocupación. Cuando casi todos estuvieron ahí nuevamente, un hombre de gran porte se ubicó en el medio. Su pelo le rozaba la cintura y, a pesar del frío, estaba descalzo. Era Yukel, el líder de la comunidad.
-Es un día triste para todos, –comenzó diciendo. Su voz era la misma que habían escuchado los jóvenes la noche anterior, apenas regresaron. Todos escuchaban atentamente pero pocos lo miraban– hemos perdido dos valiosas vidas y es un golpe del que costará recuperarnos.
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Hijos de la tierra
FantasyExtraños fenómenos meteorológicos ocurren a lo largo y ancho del planeta, en lugares inusitados. Y parece que alguien está detrás . Sin embargo, desde algún lugar hay un grupo de personas dejarán la vida por salvar a la gente inocente. Una historia...