No vi las tres figuras que me esperaban en mitad del camino hasta que las tuve prácticamente encima. Iba como siempre, leyendo mi libro tranquilamente, empapándome de toda la información que podía transmitirme. De repente, una mano agarró el libro por la parte de arriba y me lo arrebató de las manos.
Al principio no sentí miedo, si no mucha rabia. ¿Quién se había atrevido a separarme del conocimiento transmitido por el gran Karl Marx? Esa rabia duró bien poco, exactamente el tiempo que tardé hasta ver la cara de mis atacantes. Casado tenía el libro robado entre sus manos y lo miraba con bastante desinterés. A su lado, Abascal se crujía los nudillos, sonriendo ampliamente. Parecía llevar tiempo esperando ese momento. La que más me impactó fue Arrimadas. Su cara mostraba una rabia muy diferente a la sorpresa del día de las elecciones.
-¿Esta es la mierda que te pasas todo el día leyendo, Coletitas..? -Casado le pasó el libro a Abascal que comenzó a arrancarle las hojas sin pensárselo dos veces.
-¡Eh! ¿¡Qué coño hacéis!? -Prácticamente salté hacia delante, tratando de arrebatarle el libro de las manos a Abascal, pero Casado me lo impidió golpeándome con un potente empujón. Yo no era muy alto y pesaba mucho menos que él, así que el empujón me mandó volando directo al suelo.
Miré horrorizado como mi libro se iba haciendo confeti a medida que Abascal, sonriendo como un maníaco, arrancaba y trituraba las hojas. El suelo estuvo pronto lleno de pequeños trozos blancos. Me incorporé temblando y di un paso hacia atrás. ¿Podría salir corriendo antes de que se lanzasen a por mí? Quizás todavía tuviese una oportunidad.
Mi pregunta quedó rápidamente respondida cuando los tres se movieron alrededor de mí hasta dejarme acorralado contra la pared. Pasé la mirada de uno a otro, sin saber muy bien qué hacer. Casado debió de ver el miedo reflejado en mis ojos, porque se echó a reír mientras daba un paso tras otro hacia mí.
-Ahora ya no eres tan valiente como en clase, ¿eh? -Finalmente les tuve prácticamente encima. Podía ver la rabia en las venas del cuello de Casado, infladas como sogas. ¿Tanto le importaba ese estúpido puesto de delegado?
-¿Se puede saber qué queréis? -Pese a mis esfuerzos por parecer seguro mi voz salió temblorosa de mis cuerdas vocales, demostrando claramente que estaba completamente cagado.
-¿Nosotros? Oh, no queremos nada en especial. Sólo solucionar un asunto que lleva molestándome bastante tiempo. Me suena que tú y yo habíamos tenido una conversación en la que llegamos a un acuerdo bastante beneficioso para ambos. ¿Qué ha sido de lo que prometiste?
-Nunca llegué a aceptar nada, solo dije que me lo pensaría. -Traté de mirarles directamente a los ojos, pero al ver la mirada de Abascal volví a apartar la cabeza. Esa mirada siempre me había dado escalofríos. Es como si te estuviese mirándote a ti y vigilando la retaguardia a la vez.
-Bueno, pues ya veo que en realidad no te lo has pensado demasiado bien. Quizás si te damos unos cuantos coscorrones tu cabeza empiece a trabajar como debería. -Casado se relamió los labios, como saboreando el momento. Estaba claro que llevaba bastante tiempo esperando esta oportunidad, ¿pero por qué habían esperado tanto para hacerle esa encerrona?
-Casado, estás seguro de que... -Arrimadas colocó una mano sobre el hombro de Casado. Me sorprendió mucho notar ese rastro de duda en su voz, completamente diferente a la furia con la que me había mirado antes.- Ya le hemos dejado claras las cosas, estoy segura de que no necesitamos ir más lejos.
-Mira, Inés. Si no estás segura de lo que vamos a hacer bien puedes coger esas dos bonitas piernas tuyas y largarte caminando o corriendo o rodando o como te de la gana. -Casado apartó sus ojos de mí y clavó su mirada en la muchacha.- Eres completamente irrelevante ahora. No llegaste ni a los 5 votos en las elecciones a Delegado. ¿Por qué siquiera seguimos juntándonos contigo?