Capítulo 3

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El Domingo estaba mentalmente exhausto. Acababa de pasar la semana más rara en años y el fin de semana no había sido mucho mejor. Había estado hablando con Pedro. Demasiado. El chico quería negociar mi apoyo para las elecciones a delegado y en ese momento mi vena política no pudo resistirse. Nos pasamos horas y horas negociando ferozmente las bases del acuerdo hasta que llegamos a un punto con el que ambos estuvimos conformes.

El lunes a primera hora se terminó todo. Nuestro tutor, Anguita, nos preguntó a todos qué íbamos a hacer. Abascal y Arrimadas presentaron su apoyo a Casado, como era obvio. A nadie le sorprendía, ni siquiera al profesor.

Entonces, llegó mi turno.

Todos se giraron hacia mí, expectantes. Yo me levanté bastante nervioso, no estaba acostumbrado a tanta atención, y me tembló ligeramente la voz antes de anunciar mis apoyos. Ya había prometido a Pedro apoyarle a cambio de muchas cosas, más de las que me esperaba, pero aún así, al cruzar la mirada con Casado, que sonreía de forma inquietante, mi valor se resquebrajó completamente. ¿Iba a arruinar toda mi vida en el instituto por un par de puestos y de iniciativas?

Entonces, me crucé con otra mirada. Ésta no era hostil, si no todo lo contrario. Los oscuros ojos de Pedro me instaban a continuar y su sonrisa amable me reconfortó ligeramente. Inspiré profundamente y hablé alto y claro, completamente seguro de mí mismo.

-Apoyo a Pedro, profesor. Quiero darle mis votos a él.

La clase enmudeció completamente y pude ver por el rabillo del ojo como el puño de Abascal se cerraba con fuerza. Mi valor se quebró de nuevo en aquel ambiente cargado y silencioso y me volví a sentar en mi silla, con la cabeza gacha, pensando en lo que se me venía encima.

-Muy bien. En ese caso, Pedro gana las elecciones a delegado. Enhorabuena. -En cuanto el profesor pronunció esas palabras toda la clase estalló en gritos. Vi cómo varias personas se levantaban a felicitar a Pedro y también como Casado se giraba hacia mí, aún con una sonrisa en la boca. Dijo algo que no pude oír bien por encima del barullo que invadía el aula pero que me pareció que era "Estás muerto".

Rápidamente aparté la mirada de él y me decidí a no volver a mirar a ese trío inquietante nunca más, con la esperanza de que se olvidaran de mí con el tiempo. Quizás si mantenía un perfil bajo no me verían más como una amenaza y me dejaran en paz. Por supuesto, era un idiotez que ni yo mismo me creía, pero repetirla continuamente me tranquilizaba enormemente.

Una figura alta apareció al lado de mi pupitre. Al mirar hacia arriba vi la sonriente cara de Pedro, que me miraba con júbilo. El chaval extendió su mano hacia mí, como aquel día en el camino. Yo me quedé como un bobo mirándola durante unos instantes antes de entender qué era lo que quería. Le estreché la mano algo inquieto y me sorprendí bastante con la fuerza del apretón, aunque claro, con esos brazos era normal.

-Muchas gracias, subdelegado. -Pedro pronuncio esas palabras con una intensidad bastante innecesarias. Me quedé con la mirada fijada en él y en su radiante sonrisa y, por primera vez en no sé cuánto tiempo, sonreí.

Los días siguientes fueron bastante extraños, pero aún así tranquilos. De vez en cuando me cruzaba con Pedro en el camino de vuelta a casa. ¿Acaso vivía por ahí cerca y nunca lo había visto? Siempre me aseguraba de mantener las distancias. Si le veía por delante, aminoraba el paso o incluso me desviaba del camino para cruzarme con él. Si le veía por detrás, adelantaba el paso y comenzaba a caminar como un descosido, tratando de dejarle atrás cuanto antes. No sé por qué, pero cada vez que le veía mi corazón comenzaba a acelerarse y empezaba a sudar.

El haber aceptado ser subdelegado no lo mejoraba. De vez en cuando Pedro contactaba conmigo para hablar sobre alguna cosa de la clase. Mientras fuese por el móvil no tenía demasiado problemas, excepto el segundo que se me paraba el corazón cada vez que veía un mensaje nuevo suyo, claro. Sin embargo, cuando quería hablar conmigo en clase o en cualquier otro sitio todo iba de culo. Tartamudeaba, miraba a todos lados nervioso y movía excesivamente las manos, farfullando tonterías continuamente. No sé qué pasaba con ese chico, pero cada vez que hablaba con él era como si olvidase como hablar y cómo respirar.

Cada vez que le veía en clase me quedaba completamente paralizado durante unos segundos y luego apartaba la mirada de él, como si mirarle demasiado fuese ilegal. Por suerte, él nunca se percataba de esos episodios bastantes ridículos ya que se sentaba delante de mí y siempre solía atender reverencialmente a todas las clases, supongo que al menos en eso sí que tenía suerte.

Sin embargo, lo más raro era que no había tenido ningún problema con el trifachito. Pese a sus amenazas, nunca me hacían nada, ni siquiera insultarme o enviar a sus brutos contra mí. Continuaron ignorándome completamente igual que el resto de la clase, como si nada hubiese pasado. No sé si eso me aliviaba o me preocupaba aún más. Por dentro deseaba que hicieran su movimiento y terminaran de una vez con todas con el miedo que tenía en el cuerpo.

Con el paso de los días me fui tranquilizando. Quizás se habían olvidado de mí. Quiero decir, estaba claro que no era una amenaza demasiado grande y, desde el principio, siempre había sospechado que se estaban tirando un farol para intimidarme y que no apoyase a Pedro, pero que realmente no planeaban hacer nada contra mí. Quizás estaba a salvo y no tenía que preocuparme de nada. Quizás estaba inquieto sin razón.

Por supuesto, me equivocaba.

Mi vecino PedroWhere stories live. Discover now