Llegó el día de las elecciones a delegado. Nuestro tutor, Anguita, estaba subido a la palestra apuntando los nombres de todos los que se habían presentado en la pizarra. Al final éramos 5: Pedro, Abascal, Casado, Arrimadas y yo. Toda la clase se giró hacia mí en cuanto las letras de mi nombre aparecieron en la pizarra, como si nadie acabase de creérselo. ¿Por qué había aceptado hacer algo así? Con dos o tres votos que iba a recibir nadie me querría para darle su apoyo, además, ya se sabía que Abascal, Casado y Arrimadas estaban hablando para aliarse y derrotar a Pedro, que era el candidato favorito. Por supuesto que lo era.
Uno a uno, todos los alumnos fueron introduciendo pequeños papeles doblados con el nombre del candidato al que daban su voto en una pequeña caja de cartón que hace bastantes años había contenido tizas de colores. No pasó mucho tiempo antes de que todos los alumnos votasen y se pasase al recuento.
Éramos 35 personas en clase, así que era imposible que hubiese un empate. El profesor se levantó de su asiento y comenzó a poner una raya de tiza por voto al lado de cada uno de los nombres. Al final del recuento, Abascal, Casado y Arrimadas y contaban en conjunto con 16 votos, Pedro con 14 y yo... ¿me habían votado 5 personas?
Parpadeé confuso durante unos segundos, mirando el recuento de votos en la pizarra. 5 votos no era gran cosa, pero había logrado incluso quedar por encima de Arrimadas. Comencé a mirar a mi alrededor, buscando los rostros de quiénes podrían haber sido mis votantes aparte de Alberto e Irene. ¿Quizás Iñigo? Habíamos sido siempre buenos amigos, pero desde aquella pelea hace dos años no nos habíamos vuelto ni a dirigir la palabra.
Antes de poder seguir pensando, Anguita dio por terminada la clase y nos mandó a todos para casa. Comencé a recoger mis cosas mientras sentía como alguien se acerca a mi mesa. Creí que serían Alberto e Irene, como siempre, así que me sorprendí al ver la cara de Casado observándome con asco. A su lado estaban Abascal y Arrimadas, la última parecía realmente afectada por las elecciones, como si no se creyese que había quedado por debajo de mí.
-Bueno, coletitas... Ya veo que has sacado un "fantástico" resultado electoral... -Casado sonreía burlón, pero en su expresión había una pizca de miedo. Sabía que podía arrebatarle el puesto de delgado si decidía apoyar a Pedro, y eso le ponía nervioso.
-¿Qué queréis? -Aparté la mirada del grupito y seguí recogiendo mis cosas mientras trataba de ver dónde estaban Alberto e Irene. Les encontré algo apartados, mirándonos fijamente. Alberto parecía a punto de salir corriendo hacia nosotros e Irene le estaba agarrando del brazo por si acaso.
-Sólo queremos hablar. Ya sabes, negociar. Hemos trabajado bastante duro para ponernos nosotros tres de acuerdo y bajar a Pedro de las nubes, así que nos gustaría contar con que no le apoyarás ni nada parecido.
Miré arqueando una ceja a Casado.- Son mis votos. Debería poder hacer con ellos lo que me diese la gana, ¿no te parece?
A Casado no pareció hacerle demasiada gracia mi respuesta, porque se agazapó ligeramente hacia mí. Empezaba a sentirme ligeramente intimidado. Al fin y al cabo, esos tres tenían a sus espaldas a algunos de los más brutos de la clase, no les costaría demasiado hacerme la vida imposible.- Por supuesto, claro, claro... Aún así, te pedimos que pienses en tus compañeros de clase. Lo mejor para la clase es, sin duda, que yo sea delegado, y tus votos ponen en peligro la estabilidad de todos nosotros. Pedro como delegado sería un auténtico desastre.
Negué con la cabeza y me incorporé para salir de allí, pero el brazo de Abascal me cortó el paso. Se me cortó ligeramente la respiración. No podían hacerme nada allí, en medio de la clase, pero aún así seguía siendo una situación algo intimidante. Por suerte, otro brazo agarró el de Abascal por la muñeca, apartándolo de mi camino. Alberto miró fijamente a Abascal con una mirada furibunda que sólo le había visto poner cuando el Rey salía en alguna conversación. Casado miró con una mueca como se acercaba también Irene detrás de Alberto.
-Vámonos. -Casado se dio la vuelta y salió de la clase, seguido por una Arrimadas muerta por dentro y un Abascal que se frotaba el brazo a la altura de donde Alberto le había agarrado.
Irene se acercó hasta mí, con el ceño algo fruncido en señal de preocupación.- Hay que ver. No tienen ningún tipo de vergüenza. ¿Cómo se ponen a hacer algo así y encima en mitad de la clase?
-Prefiero no pensar en ello. Muchas gracias. -Me despedí de los dos y salí de clase algo más tranquilo, aunque con el corazón aún algo acelerado. Había sido una experiencia muy extraña y sólo quería llegar a casa y tirarme en la cama.
Por el camino, volví a sacar mi libro de Marx de la mochila. No lo había abierto desde aquel día en el que me crucé con Pedro. Me recordaba demasiado al incidente y siempre me moría de vergüenza al hacerlo. Al abrirlo por la página por la que recordaba ir, un pequeño papel salió volando del interior hasta caer en el camino. Lo miré algo sorprendido antes de agacharme y recogerlo con cuidado, como si fuese una bomba que fuese a explotar en cualquier momento.
Aunque lo que en realidad explotó fue mi corazón por culpa de la ansiedad.
En el papel había escritos unos números. 9 números, exactamente. Parecía, por la estructura, un número de teléfono. ¿Cómo había llegado allí? ¿Quién lo había colocado? ¿Cuándo? Inspiré profundamente, tratando de calmarme, y saqué mi móvil del bolsillo. No solía utilizarlo demasiado, total, nadie me hablaba de todas formas, así que sólo lo sacaba para escuchar Los Chikos del Maíz de vez en cuando.
Guardé el contacto en mi teléfono y me apresuré a mandarle un WhatsApp.
"hola, tu número estaba en mi libro
quién eres?"Observé la pantalla haciendo una mueca. La foto de perfil no dejaba nada claro del dueño del contacto, era una simple y triste rosa, así que dependía de que me lo dijese él mismo. El móvil casi se me cae de las manos del susto cuando vi el mensaje de "escribiendo..." en la pantalla del dispositivo. Aún así, el impacto real llegó en cuanto leí el nombre de la otra persona en su respuesta.
"hola Pablo! soy Pedro
cómo estás?"