P. i

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Se dejó caer con pesar sobre su silla, reposando su cabeza sobre el escritorio. Después de un arduo trabajo de meses, donde la palabra dormir había desaparecido de su diccionario personal, por fin tenía a su hombre a la espera de un juicio. Allí terminaba su labor y ahora podía sentarse a ver a los fiscales tomando todo su trabajo para hacer lo posible y encerrar a ese desviado sexual que gustaba de abusar de jovencitas desprevenidas.

Más que alivio por ya no tener que trabajar hasta que le asignaran un nuevo caso, Yoon sentía esta sensación de grandeza y orgullo en su pecho. Acababa de sacar una peste de las calles, aun si por cada una que ella sacaba aparecían otras tres, no se dejaba hundir por estos pensamientos. Maldad siempre existiría y si ella podía hacer algo, por más pequeño que fuera, para contribuir en la limpieza del mundo, entonces lo haría con todas sus fuerzas y haciendo uso de todos sus recursos.

Así había atrapado a un montón de criminales, escorias sociales que desafiaban la paciencia y el autocontrol de la detective que no tendría reparos en limpiar las calles a punta de pistola si la ley no se lo prohibiera. Si por ella fuera, mancharía las calles de sangre criminal, si con eso evitaba derramar la de los inocentes que sólo trataban de vivir lo mejor que podían, hundidos en la miseria de los barrios pobres olvidados por la mano de la sociedad y tal vez de Dios mismo.

Pero estaba esta cosa de los derechos humanos y la obligaban a comportarse. Porque a Yoon a veces se le olvidaba que lo que se sentaba a confesar en las salas de interrogatorios eran humanos y no gusanos inmundos como a ella le gustaba llamarlos.

—¿Todo bien? —preguntó la señorita Kang, no era más que una novata en el cuartel, llevaba menos de un año y todos la trataban como una incompetente menos la detective Yoon que entendía lo que la joven sentía pues incluso a ella con sus seis años de servicio seguía aguantando desplantes que más que nada se debían a lo que faltaba entre sus piernas y que automáticamente la volvía menos útil a vista de sus superiores.

—Perfectamente —se recompuso en el acto, brindándole una cálida sonrisa a su compañera.

Al ser mayor, naturalmente Yoon tenía la necesidad de cuidar de Kang, sobretodo porque la apariencia de esta última lo facilitaba. Siendo ella tan pequeña y delgada, frágil a la vista, en sus rasgos todavía podían apreciarse los rastros de un rostro de niña, dulce y delicada que para nada encajaba con el perfil de una detective de homicidios. Yoon, por su parte, era todo lo contrario: claro que tenía una contextura normal, siendo un poco más alta que la media pero tampoco lo suficiente para llamar la atención, medía lo mismo que un hombre bajo. En su abdomen se habían marcado los años de constante trabajo físico y sus brazos fuertes y delgados podían engañar a sus adversarios que reían burlones cuando veían a la mujer, sin imaginarse que ella sabía compensar sus carencias físicas con excelentes técnicas de combate aprendidas a la mala.

Y con todo eso, era bonita, claro que no era una belleza inocente como Kang quien todavía no conocía la crudeza del oficio y mantenía su delicadeza intacta, tal y como había sido la detective Yoon en sus primeros años de servicio. Pero estar tanto tiempo en medio de ese mundo asqueroso donde conoció el peor lado del ser humano, la cambió. Volviéndola una mujer de rasgos finos y elegantes, con un imperturbable gesto de seriedad y profesionalismo pero con ese toque de sensualidad que sólo las mujeres como ella podían tener.

A veces su compañera la admiraba en secreto, preguntándose si ella también se vería así cuando llegara el momento y los veinte se le escaparan con tanta gracia como a la detective Yoon que parecía tan imponente y hermosa aun cuando no hacía mucho por su apariencia cuando se encontraba trabajando.

—Kang —la llamó la detective, la pobre chica volvía a quedarse absorta contemplando a su mayor, se sobresaltó al ser llamada.

—¿Sí?

Peek-a-boo || Lee HoseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora