La primera vez que supe como se sentía ser abandonado, fue cuando tenía siete años. Papá había metido todas sus cosas en la maleta y me había dado un beso en la mejilla, diciéndome que mamá no era suficiente y que siempre me amaría.
La segunda vez, acababa de cumplir doce años, cuando mamá un día se recostó a dormir un poco, recuerdo que había dicho que dormiría durante diez minutos, porque estaba cansada. Pero supe que esos diez minutos se volverían interminables cuando la ambulancia se estacionó frente a mi casa, después de haberle dicho a la vecina Hwang que mamá no despertaba.
La tercera vez, iba en preparatoria, y mi único y mejor amigo se llamaba Yugyeom, pero él y sus padres se mudaron, y entonces quedé solo.
Hasta ese punto, ya me había mentalizado que las personas a mi alrededor siempre me abandonarían, así que me hice una promesa a mí mismo, en el pequeño y sucio apartamento en el que vivía mientras me abrazaba a mí mismo, con los ojos hinchados de tanto llorar después de preguntarme por que nadie me quería.
No volvería a sentir. Específicamente, el amor, de todos los tipos de amor que existían.
Durante tres años, mi promesa se mantuvo firme, pese a que no tenía amigos ni un conocido que me importara, estaba satisfecho
Nadie me lastimaba, y mi corazón no se volvería a romper.
Pero era un humano. En la vida de los humanos, siempre existía un pero.
Él había aparecido de repente, sin saber su nombre y apellido, sin quererlo, mi corazón había latido con una fuerza sobrehumana, en cuanto lo vi entrar en la pequeña cafetería en la que trabaja como cajero.
Alto, atractivo y unos ojos y cuerpo irresistibles. Lo primero que pensé, fue que era un ser de otro mundo. Cualquier persona con dos dedos de frente o uno, voltearía y nunca dejaría de ver la belleza que desbordaba por los poros.
Nadie tuvo que preguntar para saber lo que era.
Un ángel.
Los ángeles, aquellos seres que se escondían de los ojos humanos, aquellos seres que, para los humanos, eran protectores de la tierra, mandados por Dios. Pocas veces eran vistos, y casi siempre, eran por los cielos. Los ángeles eran hermosos, con una presencia enorme, divinos.
Y uno de ellos se había parado frente a el.
Pero así como la emoción lo llenó, se fue.
¿Que clase de hombre era yo, Lee Dongmin, un chico pobre, con las costillas notorias y el rostro pálido, ojeroso y cansado, como para ser digno de estar con aquel ser celestial?
Si mi madre no había sido suficiente para papá, ¿por qué lo sería yo, para alguien más?
Eso era lo que había pensado en ese momento, y en los días siguientes, en los que aquel ángel seguía apareciendo.
Él me hizo sentir amado, especial, suficiente.
Y como era obvio, rompí mi promesa y me enamoré.
Realmente creí que sus palabras de amor eran ciertas. Creí en él, cuando era solo un ángel y su autoridad en los cielos era nula. Creí cuando me miraba con aquellos oscuros ojos llenos de amor. Creí en él cuando me decía que se convertiría en un arcángel poderoso y los demás ángeles se reían de el.
Creí. Creí como un maldito loco enamorado, que Moon Bin, alguna vez, me amó.
Él se convirtió en un poderoso arcángel, y ángeles le empezaron servir. Sus alas se volvieron doradas, aquellas alas tan enormes y hermosas que solían rodearme cada una de las veces que hacíamos el amor.
Creí en un maldito cuento de hadas. Creí tanto, tanto que el Arcángel nunca me abandonaría.
Creí que alguien me amaba, me creí suficiente.
Realmente lo hice.
La cuarta vez que me abandonaron, tenía 25.
Me acababa de enterar de que tenía pocas semanas en cinta. Y que dentro de mi cuerpo, una pequeña vida estaba formándose.
Lloré, y reí. Me sentía feliz, eufórico. Estaba esperando al hijo del hombre que amaba. Un día antes, él me había dicho que quería que nos casáramos, cuando las plumas inferiores de sus alas se volvieron de un color azul marino brillante, empezando a marcar su última evolución, un arcángel supremo. Así que sí, no me esperé la forma en la que reaccionó.
Todo era perfecto, tal vez debí de haberlo visto venir.
Cuando él llego a casa, su rostro se encontraba tenso, enojado. Supuse que aquella noticia le sacaría una enorme sonrisa.
Pero cuando las palabras habían salido de mi boca y una sonrisa enorme cruzó mi rostro, él solo tomó sus oscuros cabellos y negó.
Sus alas se alzaron con agresividad, en posición de ataque, más no me asusté. Confiaba en él.
"No, Dongmin, no". Fue su última respuesta, con un tono de voz que me confundió.
Sus ojos se habían alzado, un inconfundible negro, mirándome, vacíos.
Mi corazón para ese entonces, estaba herido.
Y cuando se levantó, con cada pesado paso que daba hacia la salida del que creí mi hogar, aplastaba mi corazón, con dolor y pena. Estaba roto.
Me quedé ahí, sentado, deseando que regresara, me abrazara, me besara.
Cuando el sol desapareció, la luz de la luna se coló por la ventana, y mi espalda empezaba a doler, supe que no regresaría.
Los días, las semanas y los meses pasaron.
No me atreví a buscarlo, por que sabía que incluso si lo intentaba, no lo encontraría.
Cuando estaba en el hospital, agitado, en labor de parto sin nadie sosteniendo mi mano, y escuché un pequeño llanto, mi mente y corazón lo entendieron.
Había sido abandonado, una vez más.
Supongo que no debí de haber vuelto a creer.
Pero al menos, me había dejado un regalo que sabía desde el fondo de mi corazón, que este nunca me abandonaría.
Un pequeño y lindo bebé, que cada vez que abría sus ojitos, las estrellas y hermosas galaxias parecían habitar en ellos.
Sus sonrisas y carcajadas infantiles fueron curitas cubriendo las grietas de mi corazón.
Estaba bien. Todo estaba bien.
O eso creí, otra vez.
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El corazón del arcángel || Binwoo
FantasíaLee Dongmin había sido preñado y abandonado por un Arcángel. Moon Bin. Ese era el nombre de aquel siniestro ser que había amado con toda la fuerza de su corazón. Pronto se dio cuenta de que había parido al hijo de uno de los Arcángeles más poderosos...