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Primeros dos años de Myungjun.

Domin... Apá.

—Espera un momento, cariño, estoy guardando unas cosas.— Murmuré terminando de cerrar la pequeña mochila negra en la que había guardado las cosas de Myungjun, quien estaba sentado sobre la pequeña silla amarilla que Sanha le había comprado hace unos meses.

—No gusta esto.

Miré detrás de mí, observando como mi niño se encontraba con un puchero triste mientras jalaba suavemente del suéter mayor de su talla que cubría sus alas las cuales ya empezaban a emplumarse de preciosas plumas blancas.

—Lo sé, mi amor, pero solo será por unas horas mientras visitamos al tío Sannie.— Poniendo la mochila en mi espalda, me agache para tomar a Myungjun en brazos y salir de la cabaña.

—Lastima alas.— Siguió puchereando mientras su bracitos rodeaban mi cuello, mi corazón se estrujó cuando su cabeza se dejó caer sobre mi hombro en un murmullo adolorido.

Pese a que no entendía del todo el como lo lastimaba, sabía que le dolía, y no dejaba de culparme y tratar de retener las rebeldes lágrimas que querían salir.

Si hubiese sido por mí, habría dejado que Myungjun anduviera por el mundo mostrando sus hermosas alas de bebé, pero en mi poder no estaba el pensamiento asqueroso y perturbador que tenían los humanos sobre los ángeles.

Muchos los odiaban, diciendo que eran demonios o por el simple hecho de que no les gustaba que fueron superiores a nosotros. Otros, los amaban, la mayoría, de una manera enfermiza, hasta el punto de que una sola pluma de un ángel, o mucho mejor, de un arcángel, pudiera ser vendida en miles de dólares.

Y no me podía imaginar lo que harían si llegaban a ver a Myungjun. Hasta donde yo sabía, los humanos habían visto ángeles adultos, volando sobre los cielos, pero nunca a bebés o niños angelicales. Un miedo absoluto me recorría una y otra vez cada que íbamos a la ciudad.

¿Por qué no ir yo solo a la ciudad y dejar que algún amigo cuidara de mi niño?

Por el simple hecho de nadie podía llegar a mi hogar. Por alguna extraña razón, incluso Sanha, siempre terminaba en el lado opuesto y perdido. Y definitivamente esa no era una situación que a muchos le gustara, pues habían avistamientos de animales salvajes, y gracias al cielo, no me había topado con ninguno.

Mi mejor amigo y casi hermano, Yoon Sanha, tenía la idea de que aquel bosque estaba embrujado y que solo me quería a mí y a Myungjun.

Aunque me había reído, con el tiempo y dándome cuenta de que realmente, nadie había logrado pasar "la barrera" que tenía la cabaña, empecé a creer lo mismo muy, pero muy en el fondo.

Así que la única opción que me quedaba era llevarlo junto a mí hasta que se hiciera mayor. Y como era obvio, le decía que juntara sus alas y entonces lo arropaba con suéteres grandes para que no se notaran las plumas y la carne que poco a poco iban creciendo.

—Aguanta un poco más cariño, cuando lleguemos con Sannie, entonces podrás estirarlas y comer galletas, ¿sí?— Hablando bajito mientras atravesaba el bosque en dirección a la ciudad, lo arrullé para que durmiera.

—Sip, ¿también balitas de cholate?— Preguntó, levantando la cabeza levemente para mirarme.

Sonreí... —Claro que sí, pero solo una, ¿uh?

Con la alegría en los ojitos oscuros, volvió a dejar caer su cabeza en mi hombro.

Barritas de chocolate.

¿Acaso los seres angelicales tenían una obsesión con las barritas de chocolate?.

"... Observé como volvía a dejar caer otra envoltura sobre las sábanas, devorándose de una mordida aquella barra de chocolate del paquete que le había regalado hace casi una semana.

—¿Tanto te gustan, Arcángel?.— Pregunté sonriendo.

En respuesta por tener comida en la boca, en un movimiento sumamente íntimo, alzo su ala derecha, dejándola caer en mi estómago desnudo, con ternura, acaricié las alas azules como el zafiro, recorriendo una y otra vez aquellas plumas, con el tacto que solo dos amantes podían poseer, y una vez más, me enamoré de ellas..."

Domin... ¿Poque estás tisste?

Parpadeo repetidas veces, saliendo de uno de los bonitos y dolorosos recuerdos que me esforzaba por olvidar.

—No lo estoy, Junnie, anda, duerme, cuando lleguemos al auto, te desper...

Interrumpiéndose a sí mismo, se quedó quieto, cuando hojas secas moviéndose y ramas siendo rotas se empezaron a escuchar, mi corazón latió con irregularidad.

Animales salvajes.

—Mierda.— Mascullo en voz baja, mirando a todas partes

—Miedo, ¿podque?... Yo cuidade de ti, papá.— Myungjun, completamente tranquilo, siguió abrazándome, como si no le temiera a aquellos ruidos tan tenebrosos que me estaban haciendo temblar.

Fue entonces, cuando águilas empezaron a aparecer de la nada, sobre nuestras cabezas y en las ramas, en el suelo y en el cielo. Cuando un aullido penetró el bosque, lobos negros, blancos, cafés y grises nos rodearon.

El miedo me atacó como agujas en mi piel.

Lo primero que hice, fue abrazar aún más fuerte a Myungjun sobre mi pecho.

Íbamos a morir. Pero no podíamos. No debíamos.

—¿Papá?

Mis ojos no miraban a mi niño, me encontraba atento a los movimientos que aquellos lobos y aquellas águilas hacían. Solo miraban, observaban, esperando algo. ¿Qué cosa?

Domin.— Mi mirada bajó ante la voz infantil, observando aquellos redondos ojos negros, que ahora brillaban en un familiar intenso gris sobrenatural. Casi pude sentir mi alma salir.

¿Pero qué...?

—Esta bien, papá, no miedo. Te van a cuidad.

Mi cerebro tardó segundos en procesar aquello, analizarlo, entenderlo.

—¿Los has llamado, Junnie?— Fue lo único que salió de mi boca, incrédulo.

Una sonrisa enorme adornó su adorable rostro, sin responder, volvió a dejar su cabeza sobre mi hombro, listo para dormir.

El corazón del arcángel || BinwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora