Capítulo 2: ¿Bebé?

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Vuelta un desastre, desaliñada mordía la uña de mi pulgar ansiosa. Caminé alrededor de la habitación de un lado para otro, cerrando los ojos gravemente haciendo un esfuerzo por recordar los detalles de la novela sobre si hacia mención a otro lugar.

Confío plenamente en mi memoria, esta es la única descripción que he leído en la novela. Los bebés si quiera pasaban del año cuando ocurrieron los acontecimientos, tal parece que aún no han nacido.

Mi rostro formó una expresión medio aliviada, medio arrepentida. Sí, sería un alivio si no supiese que conllevaría a tener que salir embarazada para poder cumplir con la dichosa historia.

A una corta distancia resoban unos pasos a la par de unas voces femeninas. Unas damas con aspecto de criadas se inclinaron frente a mi. Por inercia correspondí de igual manera.

—Buenos días, emperatriz.

—Buenos días.

Siendo la causante de desbordar un mar de confusión, sus miradas atravesaron mi piel por dicha acción. ¿A caso había cometido un error?

Un inmenso silencio incomodo se hizo presente entre ellas.

-Emperatriz, venimos arreglarla. El emperador, lo ha ordenado.-una joven del grupo rompió el hielo temerosa.

—No. Gracias, puedo vestirme sola.—comenté en mi vergüenza.

Las criadas seguían mirándome periódicamente con una mirada de confusión dibujada en sus rostros. Había pasado por alto el hecho de que la emperatriz era alguien exigente.

—Es una orden de su majestad.—repitieron con ojos temblorosos.

No tuve otra opción que dejarme convencer e ir a la habitación de donde había salido sin entablar una conversación decente con quien se supone ser esposo.

Las criadas eran damas que han trabajado por generaciones para el imperio, por lo tanto son mujeres de fiar. ¿Debía a caso fingir la actitud exigente?

A decir verdad, el fingir una personalidad distinta a la mía me resulta difícil de imaginar. Sería una brillante idea ir cambiando a la antigua Morgana a una más ¿amigable quizá?

Manos suaves tocaban mi piel con tibias toallas húmedas. Mi mirada era perdida a causa de mis pensamientos, es una vida de la cual tengo que acostumbrarme.

En mi vida anterior como Helena no era de clase alta como esta que sobre pasa las expectativas. Al menos mi sueldo alcanzaba para los gastos de la renta, y alimentos. Sería un pecado querer volver a mi soledad sin beneficios.

Se encargaron de secar mi piel como si fuese una niña. Sin embargo, la pesadilla comenzó cuando me pusieron contra mi voluntad un corsé.

—¡No! ¡No es es necesario!—exclamé con insistencias.

Entre dos criadas hacían el intento por ajustar el corsé a mi cuerpo. Juraría que mis costillas se iban a comprimir.

—Emperatriz, es un requisito de vestimenta. Por favor, relájese.—comentó la criada que ejercía fuerza ajustando por fin el corsé.

—¡No quiero!—exigí con un tono de voz tembloso.

No podía entender como las mujeres podían llevar esta aterradora herramienta puesta con normalidad. Incluso respirar era una acción pesada.

Vistieron mi voluptuosa figura con un vestido claro de un diseño sencillo, decorando mi cuello con una fina gargantilla de perlas. La belleza de esta mujer reflejada en el espejo es hermosa y regia por naturaleza alagada por las damas. Una verdadera lastima que jamás encontró su media naranja pese estar un matrimonio.

—Emperatriz, es hora de tomar el desayuno con su majestad.—me indicó una de las mujeres que me rodeaban.

—No, no cenaré con majestad.—respondí instantáneo con firmeza.

¿Cenar con un hombre codicioso? ¡No! ¡Primero muerta aquí y ahora!

—Querida emperatriz, pero si usted rechaza, nosotras...—asustadiza sujetó mi brazo temblorosa.

¿Es probable que Ares sea capaz de echarlas solo por haberme negado? Si bien es un manipulador de punta a punta no quisiera poder el trabajo de terceras personas en juego. Rodeé mis ojos, asintiendo. No me quedaba otra opción.

El comedor desorbitaba de riqueza en alimentos. Aunque quisiese devorarme todo, tenía que tener una actitud desagradado ante Ares, quien muy cómodo posaba su codo sobre la mesa dejando reposando sus nudillos en su mejilla, fijando intenso su vista en mi.

Es una suerte haber despertado en este cuerpo cuando la intimidad cesó y no cuando iba a comenzar. Por más que su rostro sea agradable, su personalidad es la de un malhechor.

—En la mañana parecías fingir demencia.—converso a regañadientes.

Aunque mis ojos varaban en él, no pensaba en dirigirle ni una sola palabra.

—¿Era una oportunidad para insultan a tu esposo, la majestad de llamarle pervertido?—preguntó alardeando su titulo buscando que soltase mi lengua.

Tome los cubiertos, corté un trozo de carne para llevarlo a mis labios, y pasara a mi boca, continuando ignorandole. Sería un crimen desperdiciar tan exquisita comida.

—Muy bien. Vamos excelente.—comentó con sarcasmo—Necesito a un heredero, para ya.

Por prestarle máxima atención a sus palabras el trozo de carne quedó atascado en mi garganta, teniendo que dar ligeros golpes en mi pecho mientras sorbía agua. Respiré hondo viéndole que si quiera se inmuto a levantarse para ayudarme, podía ahogarme, y haría nada al respecto.

¿Como se atrevia a exigirme un hijo de esa manera? ¿Es a caso un animal?

—Me parece una idea brillante.—le comenté con notable emoción—¿Cuando te piensas embarazar y tenerlo?

Permanecí con una sonrisa imborrable del rostro, si tanto deseaba emplear el sarcasmo hacía a mi, que no piense que no iba a retornar contra él.

Su reacción de suspenso era digna de quedar grabada en una vídeo cámara. Sin embargo, permanecerá en mi memoria como un día conmemorable.

—Es la primera vez que me hablas de ese modo. Lárgate.—me ordenó apretando los dientes con una notable rabia.

Deje los cubiertos en la mesa de inmediato calmada, levantándome de mi asiento. Me la has puesto fácil, ni siquiera deseaba comer junto a ti, le di justo en el blanco.

Su aterradora mirada llena de resentimiento perpetró mi próximo movimiento, con una sonrisa satisfactoria.

—Quiero dormir en una habitación distinta.—interrumpí el silencio con un tono de voz moderado.

—Podemos cambiarnos, si eso deseas.—respondió a mi solicitud con sequedad.

—No, no pareces que me has entendido.—conteste dejando brotar una risilla de mis rojizos labios.

A continuación incliné mi espalda frente a él, en una distancia prologada. Con el objetivo de hacer resaltar mi solicitud.

—Lejos de usted. Su majestad.—volví a contestar.

Admiro su ego inquebrantable, y estoy segura de que esto sería el motivo de hacer una grieta en él.

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⏰ Última actualización: Mar 06, 2021 ⏰

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