Capítulo segundo

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¡Riiiiiiin! Sonó el timbre y Joey fue el primero en salir de la clase. Iba lanzando hacia el sol. Sorbió y luego tosió. Un olor horrible le entraba por la nariz. Volvió a sorber. Fuera lo que fuese, olía a rayos. Como coles hervidas con jarabe para la tos. O bolas de naftalina fritas con ajo. Peor todavía

Miró alrededor. Nadie parecía haber advertido nada. Extraño. Muy extraño. Al instante se le pusieron de punta todos los pelos del cogote. Alguien estaba detrás de él. Una persona o una cosa cuyo aliento era como el hielo. Giró en redondo. No había nadie. Joey sintió que le temblaban las tripas ¿qué estaba pasando? Dava igual, fuera lo que fuese aquello quería que cesara

-Hola, Joey- dijo una dulce voz a sus espaldas. ¡Era su amiga Gemma!

Joey se preparó. Esa semana eran enemigos mortales. Pero Gemma parecía dispuesta a enterrar el hacha de guerra.

-¿Quieres que te preste mi nuevo disco compacto?- le dijo.

Satisfecho, Joey extendió el brazo para cogerlo. ¡Zas! En cuanto lo tocó saltó al aire. Fué como si alguien se lo hubiera arrevatado de la mano. Pero no había nadie cerca de ellos.

Dando vueltas, el compacto voló sobre ellos. Joey se quedó con la boca abierta. Jamás habría conseguido tirarlo aunque hubiera querido. Describió un amplio arco sobre el patio; cruzó sobre los que saltaban... sobre los árboles... sobre el muro... y acabó bajo las ruedas del autobús que pasaba en aquel momento por allí.

Gemma lanzó una mirada acusadora a Joey. Yo... yo no hice- dijo él confuso.
 Pero Gemma ya se había dado la vuelta. Angustiado, Joey la vio salir muy irritada de la escuela. Él se dirigió a su casa. Estaba silenciosa cuando llegó. No había nadie. Sólo una nota de su padre apoyada en la tetera: <<Voleveré más tarde. La merienda está en la nevera>>.

<<Más tarde>>, se dijo inquieto Joey. <<¿A qué hora?>> Se dejó caer en un sillón y encendió la televisión. El televisor se apagó solo. Joey parpadeó. Su corazón empezó a latir más deprisa. Pueso un vídeo. Salió lanzado. Como si alguien lo hubiese arrojado; tras atravesar la habitación, se estrelló contra la pared.

Sintió frío. -Vete.murmuró-. Seas lo que seas, seas quien seas, vete. Déjame en paz.

Pasó toda la velata tan callado como un ratón. Nervioso, sobresaltado, volviéndose continuamente para mirar qué había a su espalda. Algo pasaba que él no podía explicarse.

El profesor fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora