Capítulo 10

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­Pasaron meses, las hojas de otoño se dejaban llevar por las suaves brisas de los vientos. En invierno, las lluvias azotaban la ciudad bajo un cielo nublado, pero no había mejor satisfacción que sentirte vivo bajo esas gotas de lluvia. En la primavera, los colores cálidos de las flores y rosas, te sacaban una sonrisa. Y, en verano, se podía sentir el calor que te regalaba un sol brillante, con un cielo totalmente despejado.

Pasaron meses, las hojas de otoño seguían cayendo. Las lluvias en el invierno no son más que simples gotas. Las flores y rosas solo tienen colores. Los cielos seguían despejados en el verano, pero siempre era el mismo sol.

Pasaron meses, ya no es lo mismo desde que el Señor T, se fue.

Ocurrió al día siguiente, aquella vez cuando el Señor T preguntó si los sentimientos tienen olores. Cuando fue el cumpleaños de Vita. Cuando Vita se sentía más viva que nunca.

Pasaron tantos meses, pero aún ella recuerda su voz, aún recuerda su aspecto y su forma de ser.

Paso a paso, Vita camina a su último día de trabajo, las pequeñas gotas rozan su rostro, la brisa del viento frío, le dicen indirectamente que despierte, pero sus ojos siguen nublados pensando lo que pudo ocurrir con alguien que alguna vez, fue su mejor amigo.

Se preguntaba si algún día él podría volver. Cada mañana a las seis con treinta minutos, se despierta para posteriormente decir su nombre, pero las lágrimas salen a la luz cuando no escucha una respuesta.

Hay noches que no solo susurra su nombre. Vita alza la voz con un nudo inmenso en su pecho, pensando que, si tal vez lo llamase más fuerte, él la podría escuchar.

—¿Qué? —susurró Vita.

Una mirada extraña se formó en su rostro, miró a sus alrededores para buscar un indicio de dónde estaba. Se había concentrado tanto pensando, que sus pies solo avanzaban sin que ella se pudiese dar cuenta de a dónde iba.

Son las ocho de la mañana, Vita se encontraba frente a frente a su antigua casa. Donde el Señor T había llenado de color el jardín. El paso estaba prohibido, por no decir ilegal. La casa estaba habitada, al parecer las personas que vivían ahí, remodelaron el lugar. Ahora aquella casa, por el exterior ya no se veía para nada abandonada, tenía más color que antes.

Vita se quedó un rato mirando aquella casa, le trajo muchos recuerdos. Tantos, que no bastaron cuatro parpadeos para que comenzara a lagrimear. Sentía muchas emociones dentro de ella. No sabía si debía llorar, o tal vez sonreír.

Vita dio un giro, dispuesta a irse. Un paso a la vez, decidió tomar otro camino. En lugar de ir por donde regresó, pasó por el lado contrario, por donde una vez una pequeña niña conoció al ser más humano que hubo.

Se sentó donde un día existió un pequeño pajarito que no podía volar, que tenía las alas rotas, agonizando por seguir adelante.

La acera estaba pintada, nada como hace años cuando estaba sin color.

Quedó horas mirando esa escena que en su mente se volvía a repetir una y otra vez, imaginando, recordando cada detalle del Señor T, para no olvidarlo.

El frío ya no era tan intenso como había sido en la madrugada, cada hora los vientos soplaban menos y las gotas que una vez se apoderaron del entorno, simplemente se iban desvaneciendo.

Sentada, su cabeza descansaba en sus antebrazos, que, estos mismos se encontraban sobre sus rodillas. Su mirada se fijaba en el suelo.

—Señor T —susurró, aún con la esperanza de escuchar su voz una vez más—. Por favor, vuelva.

Vita se sumergía en sus dudas y pensamientos "¿Por qué?" incluso lo pensaba tanto que le dolía aún más recordar que ni siquiera se despidió.

—¿Hola? —se escuchó.

Vita dejó de pensar, dejó de llorar e incluso esa pequeña voz, la volvió a la realidad.

—¿Estás llorando? —volvió a preguntar una tierna niña.

Tenía una bufanda en su cuello que la cubría muy bien, unas botas rojas para la lluvia, un abrigo que le quedaba algo grande y un gorro para el frío.

—Hola —subió la cabeza Vita—. Estoy bien.

Vita dejó mostrar una inmensa sonrisa, una que camuflaba su dolor y te desviaba de la conversación.

—¿Otra vez lloras?

Vita quedó sin aliento. Se dio cuenta de dos cosas.

La primera, que nadie le había dirigido la palabra hace mucho tiempo, solía ser una chica solitaria y desapercibida a la vista de cualquier persona, así como era el Señor T. La segunda, no pudo evitar asombrarse por lo que dijo aquella pequeña niña de botas rojas.

—¿Otra vez? —respondió Vita.

La niña solo sonrió y se sentó a lado de ella. No le importaba que esté un poco mojado por la lluvia que había caído hace unas horas, al parecer solo le importaba saber más sobre Vita.

—Mamá dice que eres muy tierna —respondió aquella niña mientras comenzaba a mirarse los dedos y a moverlos—. Pero que siempre paras triste. ¿Es por tu amigo?

Vita estaba totalmente desorientada, no entendía como ella podría conocerla si nunca antes la había visto, o como su mamá de aquella niña podría saber de su existencia. O peor aún, como sabrían ellos saber del Señor T.

—¿Amigo? —volvió a responder Vita— ¿Conoces al Señor T?

La pequeña niña volteó a verla a los ojos, y sonrió de oreja a oreja.

—¿Así se llama? —dijo— Señor T, ¿Cómo es él?

Tanta ternura por parte de ella, que le contagió la sonrisa a Vita.

—¿Quieres saber cómo era el Señor T? —preguntó.

Sus lágrimas se habían secado y ella dejaba de sentir ese nudo en su pecho. Se distrajo totalmente con esa pequeña niña que decidió seguirle la conversación.

—Tiene el cabello blanco. ¿Verdad?

Esto no era común, de hecho, era bastante raro. Vita no sabía que decir, ¿A caso ella puede verlo? O de lo contrario, ¿Por qué sabría cómo es él?

—Sí, lo tiene. ¿Cómo sabes eso?

—Tu lo dices, siempre —respondió—. Todas las mañanas.

El Día en que la Muerte Cuidó de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora