Capítulo 06

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Al día siguiente, Vita caminaba hacia sus clases como si no pasara nada, con la llegada de Hade Vita olvidó completamente al Señor T. Ni siquiera se despidió de él, o lo llamó cuando salió de casa, como se suponía que lo hacía matutinamente.

Entró a su primera hora, tampoco se dio el lujo de evitar a Casandra pues su realidad ya estaba nublada.

—Miren a la loca —Casandra con su voz irritable.

—Cas —contradijo su amiga de la derecha—. Quiero ir a ver a mi bebé.

Con un gesto de ironía, apartó la mirada de Vita, pues la irritable voz de su amiga, la convenció para aprovechar el momento de ir a ver a su novio.

Vita abrió la puerta y entró a su clase de primera hora.

Y, mientras ella estaba puntualmente en sus clases, Casandra con sus tres amigas estaban buscando como escapar del equipo de porristas para ir a ver a los chicos que entrenaban en un campo a lado de ellas. Pero quien menos se hacía notar, era quién mal siempre la pasaba.

T, estaba en la playa, sentado en la arena, sus pálidos pies rozaban con las pequeñas olas que eran arrastradas por la corriente del océano. Como era de esperarse, él no siente nada, no siente como la arena se filtra por sus dedos de sus pies, o como el agua lo roza, mucho menos, como el calor azotaba ese lugar. Simplemente, no siente nada.

—¿Qué pasaría si ya no quiero seguir? —se preguntó así mismo levantando un poco de arena sobre sus dedos.

Pensando que, esta sensación de no sentir nada, pero sentir como se siente ser amado, es lo más cercano que tiene a estar vivo.

Dentro de él, comenzaba a surgir un nudo de dudas, de ironías e incluso, de que ya se está cansando de ser como es. Estar tan cerca, pero tan lejos de todo lo que está vivo, no es vivir. En especial si solo una persona puede verte.

—Conocerla, me hace sentir más solo que nunca —le comentó a una gaviota que se posó a lado de él.

Ella, simplemente abrió sus alas y las agitó hasta elevarse. Pues ni siquiera se daba cuenta, de que él estaba ahí.

—Si, vete —susurró—. Seguro tienes algo mejor que hacer. Que estar aquí, sin sentir nada, poniéndote en duda sobre tu existencia, sobre tu personalidad. Seguro te cansaste de escucharme, aunque no me aguantaste ni diez segundos.

T, bajó la cabeza, ese nudo se hacía más grande, su respiración se agitaba más, sus hombros se encogían cada vez más, sus ojos se volvían más brillosos, todo se tornaba de color blanco y negro, el mar dejó de escucharse, apretó el puño sosteniendo un poco de arena, cerró los ojos y los apretó hasta dejar caer sus primeras lágrimas.

—¡Odio ser yo! —gritó lo más fuerte que pudo a la vez que tiraba esa arena que estaba prisionera en su pálida mano hacia el océano.

Esperando que tal vez ese gesto, ese grito de desesperación y furia, se le quitasen al mostrarle al océano lo mal que la estaba pasando.

Vita salió de clases y sabía que Hade suele practicar en los campos de entrenamiento, nada impedía que ella no fuese a mirarlo al menos por unos segundos.

Pasando de pabellón en pabellón, fue por el pasillo que iba paralelamente al campo de entrenamiento de los chicos que practicaban deportes.

Y, por una ventana, volteó a observar el campo, era amplio, pero ella solo buscaba a una persona. Tal vez no sería tan difícil si no estuvieran más alumnos colados en ese horario.

Unos segundos después, encontró a Hade. Estaba a lado de una de las bancas, donde los chicos suelen ir a tomar un poco de agua para luego continuar con su entrenamiento.

El Día en que la Muerte Cuidó de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora