Capítulo 08

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Pasaron catorce frías noches, con una luna que iluminaba cada ojo que la viese. Única bajo un cielo estrellado que deleitaba la vista de cualquiera.

El reloj posicionado en las cinco de la mañana con cincuenta y nueve minutos, anticipaba la hora para que Vita comience su día. No faltaba mucho y el sol comenzaba a dar sus primeros rayos de luz sobre la ciudad donde ella vivía, las estrellas se ocultaban avergonzadas de la inmensa luz que este desprendía, y en los árboles se despertaban los cantos de las aves que se comunicaban entre ellas.

—¡No me interrumpas! —gritó Vita a la vez que apagaba su alarma como despertador— No se puede soñar dos veces la misma cosa, ¡En el mismo día!

Era muy notorio que tuvo un sueño increíble del cual no quería despertar. Pero la realidad tocaba la puerta cada mañana.

—¡Señor T!

Pasaron unos segundos.

—¡Señor T! —repitió.

—¡Ya! —respondió— Cielos, ya llegué.

Vita se levantó de su cama con un sentimiento pesado, sus ojos algo hinchados por tanto dormir, tenía el cabello despeinado y le faltaban ganas de querer comenzar un día nuevo.

—¿Vita? —la miró.

Ella subió la mirada en forma de respuesta, al parecer no tenía ánimos ni para abrir la boca.

—Eres un asco —comentó el Señor T—. Mírate, cielos.

T, abrió las cortinas del cuarto de Vita, haciendo que el sol alumbre toda la depresión que se olía en esa habitación.

—¡No! —se volvió a acostar sobre su cama con sus sábanas sobre su cara— ¡Quedaré ciega! ¡Moriré ciega!

El grito no sonaba tan fuerte, pues las sábanas y sus manos que estaban sobre su cara impedían que el sonido sonara muy fuerte.

T, miró el reloj y en un parpadeo ya eran las siete de la mañana. Había olvidado que el tiempo no respeta a nadie.

—Cielos. ¡Vita! —apresuró T— ¡Levántate niña! Llegaremos tarde.

No podía tocarla, pero podía moverla. Primero comenzó levantando su ropa del suelo, uno por uno, a la vez que creía que no podría haber tanto desorden en un cuerpo tan pequeño como el de ella. Y, mientras la llamaba para que se aliste para irse a sus clases, ella se encaminaba directamente a un sueño nuevo. Pero al ver como ella ignoraba cada palabra del Señor T, él decidió hacerlo por ella. Abrió su closet, sacó un conjunto de ropa al azar, estiró su mano hacia el otro extremo de la habitación donde estaba su cepillo dental y todos esos artículos de aseo.

Con la mano estirada, chasqueó los dedos y posteriormente levantó su dedo índice de su misma mano con la que había chasqueado.

—Ustedes, síganme —hizo un gesto. Como si esos artículos de aseo tuviesen vida propia.

Los artículos, se levantaron de ese mismo lugar y comenzaron a seguirlo mientras el Señor T, caminaba de un lado a otro por la habitación buscando las cosas que Vita tenía que llevar a sus clases.

T, volteó a ver a Vita y ella seguía en la misma posición. En su cama, con sus sábanas sobre su cara, sus manos igualmente en la misma posición con la que había estado desde que el Señor T había abierto la cortina.

—¡Vita! —extendió su mano señalándola desde un lado de la habitación.

T, chasqueó los dedos y con el mismo gesto que hizo con los artículos de aseo, levantó su dedo índice e hizo que ella se levante de su cama.

El Día en que la Muerte Cuidó de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora