Capítulo 02

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—Pero, ¿Por qué no quieres que ellos sepan de ti? —preguntó Vita pausando sus manos que sostenían a su muñeca vestida de princesa, de un color azul suave que se asemejaba al mismo cielo que se posaba sobre ellos.

Ambos se encontraban jugando en el jardín de la casa de Vita, puesto que como era una niña, no tenía permitido salir muy lejos de su casa sin permiso.

—¿Quieres saber la verdad? —respondió el Señor T con otra pregunta.

Y aunque Vita tenía diez años, sentía que podía comprender a cada persona desde su punto de vista.

—Sí, siempre se dice la verdad

—Tus padres se van a asustar —advirtió mientras asentía su cabeza afirmándolo. Como si subrayara la palabra "asustar".

Vita mostró una cara confundida, soltando su muñeca de las manos.

—Espera...entiendo, que tú no entiendas —sonrió el Señor T —. Pero si llevas a un desconocido a tu casa a cenar, de la noche a la mañana, tus padres van a pensar cosas muy raras.

—Eso tiene sentido, pero tú no eres un desconocido, ya te he visto varias veces. Ya sé tu nombre y no eres mala persona, salvaste a un pajarito. ¡Y yo lo vi! Soy testigo de eso, y si ellos lo supiesen, hasta se hacen amigos. ¿Te imaginas ser amigo de mis padres? Vendrías cuando quieras y ellos sabrían que eres real. Espera, si eres real, ¿verdad?

Vita era una niña que se tomaba las cosas seriamente, independiente de su edad, parecía la niña a quien si le cuentas como estuvo tu día, ella se pondría en tus zapatos y te invitaría a jugar para que se te olviden tus problemas.

—Soy tan real como la nieve que cae en un invierno, o como las hojas en un otoño. Incluso puedes ver que me gusta tanto la nieve que mi color de cabello es de ese mismo color —respondió mientras se tocaba el cabello —. Pero en otra ocasión me presentarás a tus padres, hasta entonces, ¡Yo tengo al puerquito, y ya tenemos un plan perfecto para robar a tu princesa!

El Señor T y Vita gritaban por ver quién podría rescatar a una de sus princesas que fue secuestrada por un malvado puerquito de ojos muy grandes, una nariz rara y de color púrpura (que según Vita todos los puerquitos eran de ese color). Puesto que como ella era algo distraída, hizo que se olvidara del tema muy rápido.

Pasaron horas y horas jugando en el jardín, que quedaba en la parte trasera de su casa. Risas y gritos que daba Vita corriendo alrededor del jardín buscando ayuda para que rescaten a su princesa del malvado puerquito liderado por el Señor T.

El Señor T nunca la había pasado tan bien con alguien, no había sonreído desde hace ya mucho tiempo, incluso hasta había olvidado que al fin alguien podía verlo.

—Oye, Vita, ya tengo que irme, es muy tarde. Nos vemos otro día, si me necesitas solo tienes que decir mi nombre y vendré lo más rápido posible.

—¿Solo eso? —se preguntó Vita. —¿A dónde vas? ¿Y si no me escuchas? —

—Te voy a escuchar, tú y yo somos amigos —aclaró —Y como ya dijimos. Los amigos...—

—¡Nunca se abandonan y se dicen siempre la verdad! —completó Vita gritando con la mano en el pecho. Como si estuviese jurando, como si lo prometiera, como si ese fuese su lema a partir de ahora.

Fue entonces que el señor T se paró, soltó unos juguetes que tenía en sus pálidas manos y se dirigió hacia la salida, por la puerta del jardín, que quedaba a un costado de la entrada principal de la casa.

—Es una buena niña —susurró el Señor T, sonriendo y dejando caer unas lágrimas mientras comenzaba a caminar por las ráfagas de luces que soltaban los postes bajo un atardecer.

Caminaba como alguien decidido, pero con la cabeza hacia abajo, pareciera que estuviera triste o que hubiese cambiado de personalidad, aunque en el fondo de sí mismo, él sabía que triste no lo estaba. Pero aun así había algo que lo perturbaba.

Vita enseguida de la despedida fue llamada por su madre para cenar, estaba cansada de jugar todo el día que solo quería descansar o simplemente irse ya a dormir.

Dejó sus juguetes y se metió a su casa rápidamente. Era un barrio muy tranquilo, había vigilancia constante y casi nunca llegaba a pasar algo tan grave. Lo único grave, no pasaba más que unas tartas quemadas, horneadas por una vecina que intentaba hacer una receta nueva cada mes. Era un lugar adecuado para toda aquella familia que le gusta ver a sus hijos jugar en las calles o ese amante de los animales que le gusta sacar a pasear a sus perros.

Vita quería contarles a sus padres sobre lo divertido que había sido su día y el asombroso rescate del Señor T a un pajarito que no podía volar. Pero recordó que sus padres creían que el Señor T era imaginario, y si la escuchaban hablar de él, ellos se pondrían raros, como si la tratasen como a una loca. Entonces Vita solo decidió ahorrarse esa vergüenza y simplemente no dijo nada.

Al terminar su cena, fue corriendo con dirección a su habitación, y como todos los días, se dio un baño, se cepilló los dientes, se puso ropa para dormir y aún con una sonrisa de oreja a oreja dio un brinco sobre su cama. Rebotó un par de veces, pero eso aumentaba más su emoción. Procedió a abrigarse dentro de su cama y soltó un suspiro que llenó toda la habitación de colores.

Aunque era una noche fría y pareciera que en cualquier momento podría llover o incluso llegar a nevar, recordó lo genial que había sido su día, nunca había jugado así con una persona mayor que ella. Y mejor aún, ya conocía mejor a su "amigo imaginario", que según sus padres solo ella podía verlo, jugó con él e incluso ya sabía su nombre.

—Pero, ¿Por qué no puedo tocarlo?


El Día en que la Muerte Cuidó de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora