I. Todoroki Shoto

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De no ser por lo real que se siente el viento frío golpeando contra su rostro y la sensación de vértigo en el estómago, asumiría que todo se trata de un sueño. Hace cinco minutos dormía plácidamente, y ahora un dragón lo lleva colgado de las fauces. 

Está loco. ¿Es consciente de que las mantas soportando su peso podrían solo rasgarse? ¿qué demonios quiere de él? Pero lo más importante...

Es un dragón.

Colgando en una cuna de —fuertes, gracias a los Dioses— mantas, Shoto no tiene palabras para describir cómo se siente, y es que está tan atónito que la sorpresa casi eclipsa por completo al miedo de ver el suelo tan... jodidamente lejos. Un breve vistazo hacia abajo le disuade de seguir mirando y se limita a aferrarse a las sábanas. El viento no le deja mantener los ojos muy abiertos a tal velocidad de todas formas. El cabello le azota contra el rostro y los alfileres fríos de la intemperie atraviesan su ropa de pijama sin problema, poniéndole toda la carne de gallina.

Un dragón. Un monstruo, una bestia. No ha podido apreciarlo bien, solo ver el tamaño —enorme, es enorme— y escuchar el batir de unas alas enormes sobre él. No puede hacer nada más que apretar los dedos hasta que le duelen alrededor de las sábanas, con los ojos cerrados y el rostro hundido en estas para protegerse del viento. Incluso le cuesta pensar que acaban de secuestrarle.


¿Cuánto tiempo pasa? Quince, tal vez veinte minutos, cuando la velocidad empieza a disminuir y levanta la cabeza solo para encontrar que el reino ha quedado totalmente fuera de su vista. Desde el aire se vislumbra la fortaleza en ruinas que corona la cima de Drakon Mount —una estructura tan antigua como la especie misma que le da nombre—, de la cual no queda nada salvo las viejas pilastras convertidas en polvo y las altísimas torres derretidas hasta la mitad, inmortalizadas. De la muralla que antes protegía la dicha fortaleza solo queda un muro medio derrumbado con dos o tres almenas aún en pie.

«El Nido», es su nombre.

Su hogar, diría Katsuki. Allí se estuvo aislando su manada por largas generaciones, año tras año con la comodidad que cualquier especie Cambia-Forma podría desear. Terreno de sobra. Manantiales de agua que desciende fría como una noche de invierno por los laterales de la roca calada. Animales para cazar. Un cielo amplio y cubierto de nubes que tapizan toda la cima de la montaña donde pueden volar sin ser vistos por sus presas... o los humanos.

Todo un paraíso para su especie. Pero aún con todas esas comodidades, es jodidamente aburrido tenerlo todo y no tener a nadie para compartirlo. Desde que la manada decidió emigrar al Norte, donde las montañas están cubiertas de hielo, ha estado solo en este lugar reinándolo como la única bestia mágica que quedó. Al comienzo, podría decir, le pareció conveniente. Luego la soledad comenzó a devorarlo lentamente hasta que casi perdió la cordura.

Es por eso que ahora aterriza con una presa viva en su boca sobre una de las torres derretidas, medio inclinadas en arcos de media luna; en una zona segura deja la bolsa de sábanas y se recuesta, cruzando sus patas cómodamente mientras su mirada se mantiene fija en la personita que aparta las mantas de encima suyo.

Podría solo tomar su forma de hombre para poder hablarle, pero es mayor su curiosidad por ver qué hará su nuevo entretenimiento a continuación. A esa altura, si cae morirá. ¿Preferirá el suicidio?

Muere por ver su reacción por completo.


A Todoroki le ocurren varios motivos por los que alguien querría secuestrarle, con el pequeño detalle de que en ninguno de ellos entra que lo haga un dragón. Se centrará en lo que puede saber por ahora. Al fin está en tierra... o no del todo, pero al menos puede apoyar manos y rodillas sobre superficie sólida al deshacerse de la envoltura de sus sábanas, cerrando los dedos en el borde de piedra que le muestra demasiada distancia entre él y el verdadero suelo.

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