II. El Nido

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Quedarse dormido es complicado, y cuando finalmente lo logra no es más que un sueño ligero. El cansancio impide que despierte a lo largo de esas horas, pero puede recordar sonidos difíciles de interpretar: ¿estuvieron aquí o solo ha soñado algo de lo que no se acuerda?

Desorientado, Shoto se incorpora antes de recordar dónde está y por qué, para su poca alegría. El olor a carne quemada le llega a la nariz y girar la cabeza hacia la fuente sirve para responder dos preguntas al mismo tiempo: la fuente del olor y la veracidad de los sonidos en sus difusas memorias. Ahí, sobre el suelo de roca y a unos cuantos metros de la rudimentaria cama, hay dos cabras. Dos cabras, sin más. Enteras, como si las hubieran lanzado en una hoguera directamente y esperado a que se tostaran bien. 

Pensándolo bien ni siquiera tiene apetito.

Se pone en pie y abandona la capa negra con la que se quedó dormido para permitirse más libertad de movimiento sin tener que preocuparse de arrastrar un pedazo de tela en el camino. Un breve vistazo alrededor le asegura que, por ahora, está solo, así que puede explorar bien lo que en presencia del dragón resultaba problemático. Llega hasta el mismo borde de piedra derruida donde el otro sujeto le subió volando anoche, confirmando que el siguiente suelo parece estar cerca y a la vez horriblemente lejos. No puede saltar, tal y como pensaba, no sin romperse los tobillos. Con la resignación por bandera sigue caminando alrededor, comprobando que no hay manera de descender.

¿Tal vez escalar una pared...? 

No, no a ciegas y sin haber comprobado antes que tiene puntos de apoyo para ir descendiendo. Necesitará algunos viajes más a través de esa abertura y también revisarlo desde abajo.

Frustrado, se sienta en el suelo, con la única compañía de las pobres cabras rostizadas. Piensa en el revuelo que se armará en el castillo y cómo asumirán que se ha escapado él solo de alguna manera. No tiene tiempo de meditar mucho las posibilidades porque un sonido no demasiado armónico llega a interrumpir su hilo de pensamientos. 

Qué.

Levanta la mirada hacia el techo al descubrir que el sonido viene en esa dirección, justo sobre él, y de repente la realización le ilumina la mente: es una flauta. Es LA flauta. Y tiene una idea de quién está haciéndola tocar de manera tan estrepitosa.

Suspira, masajeándose una sien con el índice. Todo es un maldito mal chiste.

Las escaleras para bajar están derruidas, pero no las de subida, así que sortea escalones medio rotos y otros tantos totalmente ausentes para llegar arriba. Está asomando la cabeza por el hueco del techo cuando le ve ahí: sentado, con las piernas cruzadas y el ceño fruncido en dirección a la flauta, como si esta tuviese la culpa de que no sepa usarla. Entonces vuelve a llevársela a los labios, al parecer muy decidido a darlo todo de nuevo.

—Basta —se ve obligado a intervenir, terminando de subir al tejado y poniéndose en pie mientras sacude el polvo de su ropa—. Por favor.

Ha quedado claro que no sabe tocarla. Se arrepiente de haberle dicho cómo hacer que suene.

—Hasta que te despiertas. —El salvaje parece olvidarse del instrumento enseguida, gracias a Dios.

—Sí, ser secuestrado es agotador. 

Katsuki asiente y a Shoto no le queda muy claro si está ignorando su reclamación o solo dándole la razón de verdad. No lleva aquí ni un día completo y ya tiene la sensación de que nada podría sorprenderle. 

Como sea. Está a punto de abrir la boca para decir algo cuando una flauta voladora casi le golpea en la cara y tiene que atraparla en el aire ante la sonrisita burlona de Bakugo, que da una simple orden:

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