2 Crislian (Julian + Cristina)

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—Así que tú eres Cristina —dijo Jules en dirección de la chica morena frente a él. La chica asintió sin mirarlo; ella estaba entretenida mirando la vista que ofrecía la Sala de entrenamiento del Instituto.

—Y tú eres Julian —afirmó ella dándose la vuelta. La chica era bonita, otros la describirían como hermosa, pero para Jules la única chica hermosa que existía era Emma. Sin contar a sus hermanas, pero como eran sus hermanas estaba obligado a pensar que eran hermosas.

Ella llevaba el cabello negro en una trenza sobre su hombro, y Jules pudo ver que tenía un mechón de cabello rojo. Cristina solo vestía un pantalón de entrenamiento y un sujetador de ejercicios; dejando al descubierto gran parte de su piel morena. Para Jules era normal ver a una chica con poca ropa, vivían en Los Ángeles solo a unos kilómetros de la playa de Santa Mónica, pero de todas formas se sintió un poco incómodo. La chica aparentaba todo lo contrario mientras le daba una sonrisa.

—No nos conocimos personalmente cuando llegaste —dijo ella tendiéndole la mano a Jules—. Cristina Mendoza Rosales.

Jules le estrechó la mano y sintió como una pequeña corriente eléctrica saltó entre ambos cuando la tocó.

—Julian —dijo él—. Puedes llamarme Jules, todos mis amigos lo hacen.

<<Eso sonó como si tuvieras alguna aparte de Emma>>. Se dijo Jules a si mismo. Cristina enarcó una ceja.

—¿Cuento como tu amiga tan rápido? —preguntó ella divertida—. Apenas me conoces, podría ser una espía.

—¿Espía? —dijo él siguiéndole el juego. Cristina asintió.

—Si ya sabes —dijo ella—. Cosas al estilo del M16 y todo eso… ¿No se supone que estabas en Inglaterra?

—Si —respondió él—. Un acento complicado y té cada tres horas. No es que la directora hiciera mucho más que alardear de lo antiguo que era el edificio y la calidad de la educación y los Herondale y bla, bla, bla…

Cristina se echó a reír fuertemente. El collar en su garganta emitió un destello con la luz del sol. Jules pudo vislumbrar el dibujo de una rosa entre espinas y deseó pintarla repentinamente.

—Me agradas —dijo Cristina repentinamente—. Pero estoy aburrida y deseaba entrenar un poco.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó él. Cristina no respondió, solo se volvió hacia la pared y descolgó dos espadas. Le lanzó una a Jules y el chico la atrapó con la destreza de años de entrenamiento. Cristina sonrió de nuevo. Jules pensó que tenía una bonita sonrisa.

—Quiero que intentes ganarme —dijo ella, y se lanzó hacia Jules con su espada.

Él esquivó sus movimientos rápidamente y dio varios pasos al frente para atacarla, pero la chica era rápida. Demasiado. Ella bloqueó a Jules con su espada y lo hizo dar movimientos en falso hasta que encontró un hueco en su defensa. Ella se apresuró a atacarlo pero él se dio cuenta y la bloqueó.

Eso pareció encender el espíritu competitivo de la chica. Jules vio como los ojos color caramelo de Cristina se iluminaron con el deseo de la batalla que él mismo había experimentado cientos de veces. Cristina lo hizo retroceder dando golpes rápidos y sin vacilaciones con la hoja y el mango de su espada. Su hermano mayor le había enseñado a utilizar las espadas como armas de doble poder. Finalmente, Cristina logró acorralar a Jules contra la pared y de un solo movimiento de muñeca hizo que la espada de él saliera volando de su mano. Jules parpadeó varias veces un poco confundido a ver la punta de la espada en su propio pecho y una sonrisa en el rostro de Cristina. Jules nunca había visto a alguien luchar con tanta ferocidad en un entrenamiento, a nadie excepto a Emma.

—¿Cómo lograste eso? —preguntó el chico—. Casi nadie puede ganarme…

Cristina bajó la espada y soltó una carcajada.

—Tampoco te hagas el invencible —dijo ella recogiendo la espada de él del suelo y poniéndolas de nuevo en su lugar. Una ligera capa de sudor brillante cubría la frente de la chica—. He podido hacerlo porque nunca me imagino un resultado cuando peleo. Solo lo hago.

Jules se acercó a ella y frunció ligeramente el ceño.

—¿Por qué? ¿Eres de esas personas que piensan que es mejor no hacerse esperanzas para así no decepcionarse? —preguntó él. Jules conocía a esa clase de personas. Ty era así.

Cristina se acercó a él rápidamente, lo tomó por el cuello y lo besó durante unos segundos. Jules se quedó totalmente inmóvil. Lo único que hizo fue devolverle el beso unos segundos. Luego ella se apartó, y Jules creyó ver un pequeño rubor en sus mejillas.

—Porque soy una persona cuya esperanza ya está destruida —dijo ella. Cristina rodeó a Jules y salió de la Sala de entrenamiento. Jules se la quedó mirando y pudo ver en su omoplato izquierdo el contorno desvanecido de una runa. La runa Parabatai.

—Te entiendo —susurró Jules en el Sala vacía.

Más tarde, ese mismo día, Jules se encontraría a sí mismo pintando un cuadro que mostraba una hilera de almenas de un castillo con guirnaldas de rosas y espinas rodeando cada una.  Y luego cubriéndolo rápidamente con una manta cuando Emma fue a verlo. Él no supo a que era lo que temía: que Emma se enterara de que había besado a Cristina; o la posibilidad de terminar de aceptar que él no tenía futuro con Emma, pero tal vez, existía la posibilidad de tener algo con Cristina.

Él sí que sabía una cosa; Cristina le atraía solo por una razón: tanto Cazadores de sombras, como Subterráneos y mundanos, se sentían atraídos por las cosas o personas rotas. Jules pensaba que era porque, tal vez, ellos sentían que debían y querían repáralas. Jules sintió como una pequeña voz le decía: “Tú quieres intentar repara a ambas. A Emma y Cristina”.

Solo tendría que encontrar una manera de no romperse a si mismo en el proceso.

Antes de Los Artificios OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora