Capítulo Cuatro

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     Se ha cortado el cabello

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     Se ha cortado el cabello.

     Es en lo único que puedo pensar desde que capté su olor, su presencia, en mi radar de Monumentos Nacionales.

     (Nota aclaratoria: desde que definí mi orientación sexual, Maryanne y yo solemos describir a los hombres en un “sistema de calificación” que creamos para que nadie se dé cuenta de qué hablamos si estamos rodeados de gente. Los calificamos como “Monumento Nacional”, “Paisaje” o “Facsímil Razonable”, dependiendo de lo guapo que fuera.)

     Aunque Gavin dejó de ser un Monumento Nacional hace tiempo. Es la maldita Octava Maravilla. ¿Con ese nuevo look? No hay quien se le pare al lado. Ningún modelo, estrella de Rock o del cine, y yo soy de este último renglón, se compara con él. Una obra maestra hecha hombre.

     Luce distinto. El cabello largo hasta la clavícula le hacía ver más joven de los treinta y tres años que tiene. Le daba un toque jovial, alegre. Todo eso se ha ido. No es que parezca viejo, sigue viéndose más joven de lo que es, de hecho, pero hay una madurez que le sienta bien. Lo hace ver —tampoco es que antes no lo fuera— serio, profesional, intenso. Sexy.

     Sobre todo, lo último.

     Mis pantalones están a punto de romperse.

     Por Dior, Gavin ha cambiado en estos pasados seis meses. Para mejor. Está para comer helado en ese abdomen que el suéter negro deja entrever. Y más abajo... ¡Ay, mamá! “Follable” se queda corto para describirlo.

     Su nuevo corte, el cual oscurece su color rubio natural, resalta esos asombrosos ojos azules y su cuerpo viril —cubierto además del suéter, por un traje de dos piezas del mismo color que le sienta como un guante, acompañado de zapatos italianos a juego y su Rolex favorito—; luce más tonificado. Un cuerpazo que conozco muy bien. Cada curva, ángulo, músculo, aquella cicatriz en la ingle, sus lunares, los tatuajes.

     Los. Tatuajes. Oh, aquella tinta que adorna su piel y que yo me tomé todo el tiempo del mundo en trazar con mi lengua cada vez que tuve a ese papasote desnudo en una cama, o en la bañera, la cocina, el sofá, o en pleno suelo, frente a la chimenea...

     «¡Basta, Andersen!»

     Estamos en una reunión de trabajo, no puedo dejar que mi mente sucia y pervertida me arranque el poco control que tengo ahora mismo en lo que a Gavin se refiere.

     Fue intencional no pasar a su lado cuando me dirigí a la mesa y comencé la reunión. Era eso o sucumbir a mis deseos de agarrarlo por la nuca, sacarlo a rastras del salón a la habitación más cercana, besarlo hasta quedar sin aliento y follarlo por tres semanas sin parar. Cual sabroso aperitivo. Hacerlo no sería muy profesional que digamos, ¿verdad?

     Tristemente, con el espectacular cambio físico de Gavin vino un aire sombrío que lo hace distante. Al menos, en lo que a mi respecta. Porque lo vi charlar con Maya unos segundos y se veía relajado, tranquilo, contento. Como si ya hubiera olvidado lo que compartimos por dos años, tres meses y diez días. No es que esté contando, que quede claro...

Descubriendo mi Corazón© (Mi Corazón #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora