Nagisa

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Voy a morir, pensó Sayaka con los ojos cerrados. Sus lágrimas le ardían en el rostro y el tierno dolor en el centro de su cuerpo se atenuaba poco a poco.

Voy a morir. No quiero morir.

La voz de su atacante la hizo estremecer:

—Lo siento, Sayaka. Te ayudaré a levantarte.

La chica parpadeó varias veces hasta que su vista se aclaró; yacía boca arriba en el pasto y el cielo era muy azul, pero no tanto como los ojos de ese hombre.

Sayaka frunció los labios. La sangre entre sus piernas seguía tibia.

Ese hombre parecía tan buena persona. ¿Por qué le hizo daño?

El extranjero se abrochó los pantalones y luego el cinturón sin apartar sus ojos de los de ella. Sayaka lo recordaba bien, pues solía visitar la casa de té donde ella trabajaba una vez al año. Su japonés era muy bueno.

—James...—dijo ella con la voz quebrada—. ¿Eres...eres James, verdad? El que escribe música.

El mencionado sonrió al escuchar su nombre. Se arrodilló a su lado.

—Sí, soy yo—tomó su mano con delicadeza—. Me alegra mucho que me recuerdes.

Sayaka sintió náuseas ante aquel simple contacto. Su mente le imploraba que huyera cuanto antes, mas su cuerpo no respondía.

—¿Por qué?—preguntó—. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque sé que en el fondo tú también lo querías—respondió él con calma—. Lo que pasa es que no eres honesta contigo misma, con tus sentimientos. Por eso me rechazaste ayer, pero yo soy capaz de ver a través de ti porque nuestras almas están conectadas. Lamento que esta no haya sido una experiencia tan agradable pero...pero te prometo que las demás serán diferentes ahora que ya te he dado mi amor.

Tu amor duele, pensó Sayaka.

La chica se dejó ayudar por James. ¿Qué otra opción tenía? Estaba sola en medio de un bosque a excepción de este desquiciado, y cualquier gesto de rechazo lo alteraría. El hombre la abrazó, embriagado en su repentina felicidad. Las piernas de Sayaka temblaban, y contuvo un grito al ver las manchas de sangre en la falda de su vestido amarillo.

James frunció los labios, apenado.

—Pude ser menos brusco, pero no me dejaste otra salida—dijo.

—Sí, perdón por eso—respondió Sayaka, aterrada—. N-No debí rechazarte.

Él, ya más relajado, rodeó sus hombros con su brazo.

—Ven, hay que ir a la cascada para que te laves.

Sayaka forzó una sonrisa y empezaron su camino.

—Me enamoré de ti desde la primera vez que te vi—confesó James—. Eras la geisha más bonita de todas. Tan elegante...tan amable conmigo...—suspiró—. Me hipnotizabas al bailar. No puedo creer que hayan pasado cinco años desde entonces. Tuve que reunir mucho valor para poder confesarte mis sentimientos. Me alegra tanto que en todos estos años tu amor por mí nunca cambió. Temía que alguien más apareciera en tu vida y me robara tu corazón.

Ya tengo a alguien.

Sayaka se obligó a sonreír una vez más.

Debo resistir. Si no nunca le volveré a ver.

—Te investigué todos estos años. Ya veo por qué pasas tantas tardes sola en este lugar. Es bellísimo. Para la próxima vez deberíamos traer refrigerios. ¿Sabes? A mí también me gusta pasar muchas horas solo cuando escribo mis canciones.

Breve silencio. James miró de soslayo a la mujer de sus sueños. Se veía tan frágil, tan hermosa a pesar de la sangre en su vestido, el cabello revuelto y los leves hematomas en sus brazos.

—También salí con algunas de tus compañeras de trabajo. No porque me gustaran, la única que me gustas eres tú. Lo hice porque...quería saber más cosas sobre ti. Solo me dijeron cosas malas, como que eres muy huraña fuera de tu trabajo y te gustan los libros sobre fantasmas. Lo más loco que inventaron fue que una de ellas aseguró verte hablar con sirenas cerca del mar una madrugada, cuando se fueron de vacaciones—dijo él, riendo. —No creí nada de eso. Te tienen envidia porque eres mejor geisha que ellas y todos te adoran.

—Gracias.

Llegaron a la imponente cascada. Sayaka la miró con una sonrisa lánguida y entró al agua sin desnudarse hasta que ésta le llegó a la cintura. Se sumergió por unos segundos y disfrutó el gélido abrazo. No era suficiente para limpiar su cuerpo contaminado, pero al menos ya estaba un poco mejor. James la miró desde cierta distancia, y suspiró cuando ella emergió; el sol daba reflejos a su largo cabello oscuro y la tela pegada a su piel lo estimulaba una vez más.

Sayaka, por su parte, se preguntó si él la mataría un rato más tarde. Tal vez tenía un arma escondida o planeaba ahogarla ahí mismo.

—Tan hermosa...—susurró James para sí mismo. Sin poder creer que aquella mujer por fin fuera suya. Se quitó los zapatos y caminó a la cascada para encontrarse con ella. Cuando estuvo a poca distancia, notó que ella contempló el agua con los ojos muy abiertos.

—Nagisa...—dijo ella, asombrada.

James ladeó la cabeza.

—¿Qué has di...?

El hombre sintió una punzada de dolor en su pierna izquierda. Un filo atravesó su carne, haciéndolo gritar. Perdió el equilibrio y cayó. Una vez sumergido, su vista nebulosa logró distinguir a una mujer cuyos ojos brillaban. Pataleó con su pierna sana, desesperado por volver a la superficie. Cuando esa extraña lo dejó en paz, James se desplazó como pudo a la superficie, jadeante. Sayaka estaba sentada en una roca, sonriendo.

Una preciosa aleta verde emergió del agua, después se hundió y apareció una mujer con el cabello aún más oscuro que el de Sayaka. James, horrorizado, quiso huir, pero ahora su pierna era inútil. La sirena nadó a toda velocidad hacia él. Después, ya en la orilla, se arrastró. Sus ojos negros eran tan fríos como los de un animal salvaje. Había restos de carne y sangre en sus garras. James se quedó ahí, petrificado por el miedo.

Sayaka miró a su amada arrastrar al extranjero de regreso al agua entre gritos y maldiciones. Ambos se hundieron por un momento. Entonces, un rato después, Nagisa apareció justo bajo los pies de la geisha, quien bajó al agua una vez más y la rodeó con sus brazos.

—Creí que no volvería a verte—sollozó—. Creí que...

Nagisa la apretó con un poco más de fuerza.

Ahora estás a salvo, Sayaka.

Susurros bajo el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora