IX

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No fue hasta alejarse varias calles del circo que Britornes pudo recobrar el poder sobre su cuerpo, de inmediato se volteó a ver atrás, sin embargo, el miedo le impedía volverse a confrontar a los asesinos de su hermano, pero tampoco podía volver a su casa, pues no sabría qué decirle a su madre.

La campana sonó, liberando a Britornes del trance del miedo, el último sonido de la campana comenzó a resonar en sus oídos, vibraba melodiosamente, estimulaba sus oídos, que ella sentía florecer. En un instante, el hipnotizante sonido de la campana se le hizo insoportable, la melodía se transformó en un chirrido frenético, y cuando la niña arrodillada en el suelo creyó que sus tímpanos iban a destruirse, el ruido cesó.

Ahora era el silencio lo que la atormentaba, se dirigió de vuelta a casa, a contarle a su madre lo ocurrido, pero el crujir de los árboles, el silbido del viento, la tertulia de gatos que transitaban los techos, cada evento típico de la noche erizaba los nervios de la niña.

Entonces un ruido se destacó entre otros, paralizando a Britornes, causa del miedo.

Fue como varios martillazos en el techo a sus espaldas, pero con un sonido húmedo de fondo. Luego siguieron los chillidos, esporádicamente cruzaban murciélagos chillando y aleteando, y nuevamente los golpes. Britornes no pudo evitar sentirse acechada, sumado al horrible asesinato que había presenciado, perpetrado por aquella horrenda e imposible criatura, la tenían al borde de la histeria. Quiso mirar por sobre su hombro, pero su cuello no se movía, estaba paralizada del miedo, luego se hizo presente otro sonido, como el raspar de garras en el techo, y el omnipresente aleteo de los murciélagos.

Un aullido lastimero escapó de la boca de Britornes, quien ya estaba al límite de su compostura. Y en respuesta de la voz de la joven, un fuerte chirrido rompió el silencio superficial de la noche. Entonces Britornes se volteó rápidamente a causa de la impresión. Hubiese preferido no voltear, morir en silencio sin saber qué pasó, pero sus reflejos la traicionaron, y al voltear vio a la maldita criatura, el morador, el asesino de su hermano.

Ante la grotesca visión de la criatura, la niña dejó escapar un grito que provocó que varias luces se encendieran en la noche. La criatura la observó unos segundos, pero luego levantó vuelo en dirección a su presa. Britornes corría tan rápido como podía, mientras gritaba y se contorsionaba presa del miedo.

Entre la frenética persecución, el silbato de un policía cercano sonaba.

Britornes estaba demasiado alterada para escucharlo, en ese momento solo era capaz de oír sus propios gritos, y el desgarrador chirrido de la bestia.

Fue en un callejón donde, al girar la curva, Britornes chocó con el policía. Éste trataba de calmarla, pero le era imposible, ya que la niña lo golpeaba y gritaba.

El policía no entendió qué la había alterado a tal punto, hasta que pudo ver, contrastando con la luna llena, la figura de la bestia, que en picada cayó sobre él.

Britornes se alejó de ambos tras tomar el arma del uniformado, que yacía en el suelo, siendo devorado por la bestia.

Britornes comenzó nuevamente a correr en dirección a su casa, cuando los chirridos comenzaron nuevamente. Al levantar la mirada, pudo ver como decenas de bestias se dirigían, a medias hacia ella, y a medias hacia donde yacían el policía y la otra criatura.

Su hogar ya se veía, iluminado al final de la calle, Britornes dejó caer varias lágrimas, a la par que apuraba el paso. Faltaba ya solo algunas decenas de metros para alcanzar la meta, cuando los chirridos cesaron, y ya no habían bestias a la vista.

Fue al llegar a su puerta cuando un sudor frío recorrió su espalda. Miró a su derecha, y oculto en la oscuridad, pudo ver unos ojos blanquecinos que la observaban fijamente, y entendió que era Cadmus, el mago causante de la muerte de Thomas.

- Buenas noches, pequeña. Déjame preguntarte ¿Qué le dirás a tu madre? ¿Qué puede hacer ella al respecto? ¿Qué puede hacernos ella a nosotros? ¿Vale la pena obligarla a creer lo que has visto? Me temo que no le harías ningún bien, pero ten en cuenta que, lo hagas o no, su final será el mismo.

El hombre desapareció en las sombras, y Britornes se dirigió rápidamente dentro.

- Han llegado, ¿vendieron el pan?- Dijo Ammelda, de espaldas a su hija, remendando un vestido.

- Madre...

Britornes no podía mediar palabra, no sabía qué decirle, siquiera si decirle algo. Se mantuvo dubitativa unos instantes, y luego habló.

- Madre, Thomas se ha ido a vivir con los fenómenos del circo.- Dijo la niña entre lágrimas.

Contrario a lo que Britornes esperaba, su madre no se inmutó, y prosiguió su labor.

Ahora enfurecida, Britornes le gritó por primera vez a su madre.

- ¿Me has oído? ¿No tienes nada qué decir?

- Me alegro por él.- Dijo fríamente Ammelda.

La niña, confundida e irascible, no entendía el por qué de la frialdad de su madre para con su hijo menor.

- ¿Qué?

- Dije que me alegro por él... ¿Vendiste todo el pan?

Las últimas palabras de su madre le erizaron la piel, y sintió un calor insoportable en su interior. Entonces levantó el arma en sus manos, apuntó a su madre, y disparó, disparó hasta vaciar el tambor, pese a que el primer disparo había acabado con la vida de Ammelda. Temblando de rodillas, con sus manos en la cabeza, Britornes lloraba desconsoladamente, cuando un ruido la sacó del limbo de su sufrimiento. Arañazos en el techo, en la puerta y las paredes.

El sollozo de la niña se vio interrumpido, tanteó el arma, pero notó que estaba vacía, entonces gritó, gritó con todas sus fuerzas, hasta que sintió que sus cuerdas vocales se desgarraban, y su grito enmudecía.

La puerta cedió, y por la abertura entró una de las criaturas, que se abalanzó sobre la niña, desgarrándole la ropa, arrancándole jirones de piel. Los gritos no escapaban de la boca de Britornes, pues se habían desgarrado completamente sus cuerdas bocales, y solo podía emitir un resoplido lastimero.

Derrotada, en el suelo, Britornes observaba cómo esa maldita bestia la devoraba viva, mientras otras se congregaron en el cadáver de su madre, no fue sino hasta cuando la bestia se alejó de sus piernas para centrarse en su cabeza, cuando notó algo que le hizo perder la conciencia, sumado al dolor que estaba sufriendo.

Cuando la bestia mitad murciélago, mitad araña, abrió sus fauces, Britornes pudo ver claramente lo que yacía en el fondo de su garganta, la visión de locura que la acompañaría en sus últimos momentos de vida, fue tal que le hizo perder el juicio, la conciencia, y cualquier esperanza que tuviese de ser salvada, en esa vida o en otra quizá, ya que estuvo segura entonces, de que tras su muerte solo encontraría el infierno. Infierno de visiones horribles, de bestias en la noche, muerte, mutilación y dolor.

Aquello que vio en la garganta de la bestia, no era sino el rostro de su hermano, Thomas.

El Circo de las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora