Capítulo V

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Muchos de los curiosos que se se habían amotinado en el lugar tras expandirse el rumor que Lord Grantchester y Lord Leagan se debatirían en un duelo a muerte por el honor y la honra de Lady Candice, no daban crédito a lo que sus curiosos ojos veían.

La joven aristócrata, galopaba sobre su caballo, sin silla de montar y a horcajadas, algo inapropiado para una joven dama; y como si aquello fuera poco, había saltado del caballo, antes que este se detuviera por completo, se había parado justo en medio de los dos caballeros, e importándole un reverendo pimiento ser objeto de sus miradas indiscretas, había alzado un poco la falda de su vestido, había metido sus manos bajó este y tras sacar un arma, la empuñó y disparó al aire sobresaltándolos a todos.

El gemido escandalizado de unas curiosas damas que se encontraban ocultas tras unos arbustos, resonó en el ambiente, aquello sin duda era algo sin precedentes. Para ser una dama de la alta sociedad, la joven rubia manejaba el arma mejor que muchos caballeros presentes quienes se habían quedado literalmente con la mandíbula desencajada por la manera como sostenía el arma en sus delicadas manos.

Lord Albert sonrió orgulloso. Él era el único responsable que su hermana menor manejara un arma. Todo había sucedido de manera casual mientras él le enseñaba a disparar a su hermano Anthony. Siendo Lady Candice, una mujer, se le ocurrió enseñarle a usar un arma desde muy temprana edad, y cuando cumplió sus 18 años, le regaló una preciosa pistola Lancaster de cuatro cañones, la cual había mandado a diseñar especialmente para ella. La pistola era de color dorado y su empuñadura fundida en marfil, había optando por dar aquel obsequio tan fuera de lo común para que ella pudiera defenderse de cualquier rufián, en caso de ser necesario si ellos no estaban presentes. Con el tiempo y la práctica, su pequeña hermana había adquirido una puntería envidiable; le había ganado una apuesta a Anthony y a él en un reto de tiro al blanco. "El alumno, había superado al maestro".

—Lady Candice —logró decir Lord Terrence tras reponerse de la impresión de verla allí, sosteniendo una pistola luego de disparar al aire —¿Que hace aquí?.

—Poner fin a esta locura su excelencia —respondió ella con firmeza.

¿Una locura?, ¿había escuchado bien? , ¿le había llamado una locura defender su honor y limpiar su reputación de las lisonjas de aquel rufián? —Lord Terrence abrió los ojos como platos.

—¿Sabe usted la razón por la cual he retado a duelo a este rufián? —le preguntó mirándola a los ojos.

—No tengo idea la razon por la cuál lo ha hecho y siendo honesta, tampoco me interesa —respondió ella sosteniéndole la mirada.

—Pues debería importarle Milady —le replicó él frunciendo el ceño y enarcando su ceja izquierda. Solía hacer aquel gesto tan propio de él cuando estaba a punto de perder la cordura.

—Dudo mucho que exista razón suficiente para este tipo de acto.

Lord Terrence bufó incrédulo por sus palabras.

—Por lo visto, me equivoqué con usted su excelencia —lo miró frunciendo el entrecejo —creí que era diferente a todos estos chismosos —los señaló a todos —pero con su comportamiento me queda claro que es uno mas de ellos quien se debate en estúpidos duelos a muerte.

—Un momento —Lord Terrence la detuvo —para su información Milady —remarcó la última palabra —he retado a duelo a este idiota para limpiar su reputación.

—¿Queeee? —chilló Lady Candice abriendo los ojos ampliamente. Si lo que Lord Grantchester decía era cierto, eso significaba que aquel renacuajo había esparcido el rumor de lo que había sucedido en el jardín de su casa la noche de su presentación. El muy desgraciado la había seguido para declararle su supuesto amor y cuando ella lo rechazó, el muy idiota la había besado por la fuerza. Cuanto deseo entonces haber llevado consigo la pistola que su hermano le había regalado minutos atrás, para por lo menos incrustarle un disparo en sus pies por su atrevimiento. En aquella ocasión sólo había atinado a alzar la rodilla y propinarle un fuerte golpe en su entrepierna y una vez la sabandija aquella se retorcía de dolor en el suelo, le había lanzado unas cuantas patadas en el rostro, para luego correr al interior de su casa, tomar su pistola y cuando regresó a donde lo había dejado, el renacuajo aquel ya no estaba.

Una Lucha JustaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora