CAPÍTULO 2

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Llegué a mi habitación derrotado, lanzando la capa que me cubría encima de la cama. Mi padre se había ido a dormir hace horas, encargándome todo su trabajo pesado, como siempre hacía antes de irse. Aparte, había escapado del castillo por un par de horas para una reunión secreta con algunos habitantes de la capital. Una reunión que sirvió para darme cuenta de lo pésima que seguía la situación en el reino, ellos imploraban que hablara con mi padre y yo les repetía lo mismo que le decía a los todos los que se presentaban: No se puede hacer nada con un hombre como el rey, pero su hijo algún día logrará reparar los errores de su padre.

No estaba seguro que eso lograra calmar la angustia de esas personas, pero sus ojos demostraban que confiaban en mí. Y lo demostraban cuando mandaban a nuevos representantes a nuestras reuniones secretas para obtener nuevos comentarios y puntos de vista.

Me senté en la cama y arrojé los zapatos lejos, chocando en la puerta. Observé mi habitación, recordando que antes dejé a mi madre en este lugar dando vueltas y viendo todo el lugar, ¿qué estaría viendo entonces? Mi habitación no ha cambiado nada desde que tenía 10 años, y ella siempre observaba todo cuando venía a visitarme, pero de algo estaba seguro, siempre se quedaba mirando, durante varios segundos, el libro de Illéa que me regaló años atrás, antes de ponerse "melancólica" (si así se le podía llamar al estado de mi madre en esos momentos).

Fijé mi mirada en el estante luego de recorrer toda la habitación con la vista y me di cuenta que mi libro favorito ya no estaba, era extraño, mamá nunca había tocado ese libro desde que me lo regaló, pero quizás tenía que hacer algo importante con él. Mañana iría a pedírselo.

Eché una ojeada al reloj en mi escritorio.

—Las dos de la mañana...—dije demasiado cansado. Últimamente las reuniones tardaban más de lo que esperaba.

Me eché en la cama, cerré los ojos y dejé que esta me absorbiera, aliviando todo el estrés del trabajo, se sentía demasiado bien dormir luego de las clases (trabajo) de papá y las reuniones semanales secretas. Desde que cumplí los 10 años papá me había dejado sus trabajos más pesados y, al darme cuenta de los errores que cometía como rey, decidí enterarme personalmente del bienestar de la población.

«Debes ser perfecto o no valdrá la pena» es lo que siempre decía antes de dejarme solo, y esto se volvió una rutina, duermo muy tarde y me levanto muy temprano, y si no llego a una de sus clases me quitaría el día libre, mi preciado domingo de diversión.

Con todos esos pensamientos en mi cabeza me fui durmiendo poco a poco, hasta que escuché una taza rompiéndose en una habitación cercana y mis ojos se abrieron de golpe. Me levanté de la cama con la camisa y el pantalón arrugados, y caminé descalzo hasta el comedor, tambaleándome por el agotamiento.

No podía imaginar que estaría haciendo Isabella a esta hora, ¿había encontrado otra revista y no se había resistido a leer las últimas noticias de su diseñadora de moda favorita? Seguro se quedó dormida y dejó caer su taza.

Con sigilo entré al comedor principal, estaba muy oscuro, me di cuenta que era imposible que Isabella estuviera leyendo, especialmente sabiendo que ella le tenía tanto miedo a la oscuridad. Caminé hasta la mesa y vi vidrios rotos en el suelo, estos no eran de una taza, eran de una botella de Ron Stroh. Algo raro estaba pasando, mis padres nunca toman y los sirvientes no pueden entrar a estas habitaciones durante la noche, ni siquiera deberían estar despiertos.

Una figura esbelta cruzó por la ventana más alejada de la mesa, se tambaleaba con una botella en su mano, se apoyó en uno de los viejos muebles. Me acerqué con cuidado a esa persona; cuando estuve a unos pocos pasos la reconocí, su cabello aún atado con un moño alto, su vestido verde ahora manchado con gotas de ron en el escote y debajo de este, y sus ojos marrones que ahora me miraban un poco desorbitados. Estaba demasiado borracha.

El herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora