|Acanto|

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Afuera se bañan de sol los techos.

Manta calurosa cubre entera al pueblo coronado por azul celeste.

¡Hermoso día para estar vivo!

Se pasean las gentes que vienen y van, de un lado aquí para allá otro. Vecinos de perfume campesino adornan la pintura campestre.

Los no nativos de la tierra en este espectro se divierten.

En libros invierten, ramilletes compran, mesmerizados extranjeros se regalan a los frutos de la colorida patria. Es hipnosis de solsticio haciéndose de las suyas, intoxicando a los forasteros con sobredosis isleña. Desmienten las leyendas de sus bosques, aventurados a revelar sus fábulas.

De las tres atracciones, populares según la preferencia de los exóticos, una casa de tragos (la misma de siempre, la única) rebosa gentío.

Afuera canto de pájaros, cuchicheos de risas. Dentro, alboroto de escandaloso éxtasis. Bulla de rondas coperas, algarabía de brindis y fondo de botellas.

Hombres tolerantes pasadas cinco rondas, bola de damas contagiadas por el bullicio.

Jamás esta casa de tragos estuvo tan atiborrada de alegría. Doble oxitocina para los presentes.

Salvo por un dueño malhumorado por su semana sobria. Ya no puede embriagarse a gusto, ¡quién sabe lo que pasaría estando él ausentado entre tanta masa!

Su establecimiento necesitaba uno más además de Mathias su cantinero, fiel hijo adoptivo.

Por ello, en vistas de su tiempo libre, iniciativa dispuesta y carácter burbujeante, contrató Zain a la ex cortesana del príncipe.

Acaba de servir la susodicha un café irlandés (sin lo que lo hace irlandés), cuando la llaman al otro lado del establecimiento.

-¡Malion!- exclama su jefe, el dueño de la casa de tragos. Apenas coloca el pedido en la mesa redonda del cliente, se da la vuelta, espesura de azabache estorba lento su rostro. Marcada de joven todas las facciones de su cara, excepto sus ventanas del alma, caramelo fundido, marrón prieto que desenmascara pasión por pequeñeces, párpados que abanican reboso de esperanza. Su mirada, la misma de siempre.

-¡Enseguida voy!- responde contra alto. Viéndola así, abriéndose sonriente el paso entre los bebedores, jamás creerías que comió a la mesa del rey, o que si quiera sirvió a la realeza.

Atraviesa por fin el laberinto, y saluda con todos los dientes a su jefe.

Quien, no del todo contento la reta inclinándose a sus ojos. Zain, ¡en nada es tan distinto sobrio!

-Malion, ¿Me repites la orden del cliente que atendiste hace dos mesas?

-El joven pidió un café irlandés.

-Perfecto, y, ¿por qué le mentiste diciéndole que, se nos había agotado?- Descubierta, Malion ríe tímida.

-Señor, no le dije que se había agotado. Dije que no lo servíamos más- Zain sonríe sarcástico, mueca que en nada le favorece.

-Ah, que no lo servíamos más. Ha, por supuesto, tiene sentido... ¡tiene sentido para los que no usan el sentido común! Malion, te contraté para que atendieras la casa de tragos, ¡no para que arrancaras sus raíces con tus posturas!

-Pero señor, usted aprobó mi recomendación ayer cuando le propuse retirar las bebidas alcohólicas- Zain dirige su vista a Mathias, luego a la acusada, así varias veces hasta llevarse las manos a las caderas.

-¿Yo, le di mi permiso a una niñita para renovar todo el corazón y esencia de esta casa que ha estado en pie por más de una década?

-No a una niñita señor, en unas cuantas lunas cumpliré 17- el pobre Zain, no más torturado por sus amores si no por la insistencia de esta entrometida se masajea la frente.

La segunda tristeza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora