|Aquilea|

7 0 0
                                    

Hemos aprendido hasta ahora, que la historia es eterna.

Esto es bendición y a su vez, maldición.

Pues no existe tinta invisible al momento de redactar pecados. Y por desgracia del transgresor, una vez escrita es imposible de borrar.

A menos que sean rasgados estos manuscritos y arrojados al fuego consumidor, será purificado. Este es el regalo de Dios, el milagro divino dado a los humanos.

El perdón. Solo el perdón corrige la historia. Creerán por boca de los poetas que el perdón es liviano, de adjetivo primaveral, fragante.

De una vez advierto que es menos romántico de lo que por décadas se ha vendido.

El perdón es doloroso, similar a un carbón que es necesario comprimir hasta convertirse en diamante. No distinto de un oro traspasado con fuego.

Es un corazón sometido a fuerza bruta que arranca la mala hierba de supuesta inmortalidad, cuyas arterias y paredes son al fin libres de la maleza.

Con esta analogía en mente, quédense conmigo y lean esta narración. Mi alegoría no se compara al acto a punto de consumarse.

Pues veo a un pelirrojo de renombre dirigirse a la frontera entre los plebeyos y la familia real. Sin interrogantes se le es abierto el paso. Atraviesa los capullos moribundos, pétalos secos son arrastrados por los torbellinos de viento. Parece el otoño haberse adelantado.

Al erudito se le son abiertas las puertas. Como si fuese su propia casa, anda por los pasillos de matutino nocturno. Ventanales grisáceos y paredes claroscuros. Silbidos fantasmagóricos que podrían confundirse con falsos espíritus es la música del viento.

La mansión le arrebata su nombre. Al amanecer de este crepúsculo, no anda sonriente.

Se dirige a su audiencia con su majestad como si acabase de cometer un asesinato y sin reproche camina directo a su calabozo.

Pero como bien sabemos esto no puede ser posible, debe ser algo más.

Mírenlo marchar, juez a punto de sentenciar al acusado.

A nadie avisó donde iba y nadie se dio cuenta.

Me atrevo a decir que, ni una sola alma conoce lo que ahora sucede salvo ustedes.

De los fines quedarán enterados, no de sus métodos.

Así pues, queda por fin delante de una puerta que lo divide de su majestad. Saber que el rey está dentro lo mata de tensión. Experto en los horarios de rondas entre criados, ningún sirviente vigila la entrada. Sin vigilia, ni entrometidos, inhala una respiración que podría alcanzarle hasta el día de mañana.

No se anuncia, hace su presentación con las puertas de par en par.

Brisa detrás suya que despierta con azote la concentración del rey, apenas vestido, distraído corrigiendo declaraciones que afectan sus intereses.

Despega de su pluma los ojos al allanador. Y al ser Smiley, se pone en pie con la sonrisa de un amigo.

-¡Smiley! ¡Vaya sorpresa! ¿Qué clase de entrada es con la que te recibo? ¿Estabas planeando causarme un impacto? Eres excéntrico en todas tus presentaciones, ¡pasa por favor! ¿A qué has venido?- el rey mal informado, pretende acercar al invitado sorpresa extendiéndole una mano.

Sin embargo Smiley se endereza y rechaza su hospitalidad con labia cortante.

-No me quedaré demasiado. Vengo por mi respuesta.

-¿Respuesta? ¿Cuál respuesta?- cuestiona su majestad, no seguro de lo que su mano derecha le refiere. Su silencio contesta por su cuenta la duda del monarca. El rey se lleva las manos a los bolsillos y se pasea dándole la espalda- vienes por la huérfana. ¿Es eso?

La segunda tristeza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora