|Arce|

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A la mañana de un nuevo día, afilada Malion trabajaba.

Habiendo quienes gozan desde temprano al amanecer, la casa de tragos luce semi vacía, abandonada casi. Atendía la fisóstoma, más que la susodicha agua de vida, a prestos oyentes. Iba siendo la hora, que matutina la invita a narrar sus crónicas. La invoca el mediodía a contar sus historias.

Allí estaba ella, con trapo en mano hace mímica de despedida. En vista de mesas desalojadas, escala entre sillas desocupadas. Salta de mesa en mesa, finge huir, quizá alcanzar, atrapar.

Pasión que arrebata aliento, se sumen con ella al encanto del ambiente. Ambiente testigo de dos amantes separados. Carta de despedida no deseada, se alejan los enamorados. Declaman sus labios relato de primera mano. Las 14 orejas se regalan al adiós previsto.

-Hasta el día de hoy, el caballero de sol no ha correspondido las salutaciones del otoño... ¡y no sabremos hasta cuándo, hasta dónde, será por fin equinoccio encuentro!- Malion vacía alma y corazón. Disecada su interior doliente, halla consuelo en expiar triste presente. Al silencio que advierte el desenlace del drama, los oyentes de la tragedia se miran unos a otros.

-¿Es ese el final?- pregunta sincera una dama, que no se cree así concluya el nudo de estas almas gemelas. A la pregunta, Malion suspira.

-No lo sé... pero rezo para que no sea- los 14 ojos desconocen la intimidad del relato. Todavía menos podrían adivinar que la protagonista del romance está delante de ellos, sentada a una mesa, talones cruzados.

-¡Malion, no nos narres historias tan tristes!- expresa un cliente habitual, con su retumbo destensa el aire. Todos se ríen, incluso la que de pérdidas conoce.

-¡Si les cuento historias alegres, se pondrán a beber!- reclama relajando su pecho entumido de recuerdos. Agradecen el relato y de vuelta a sus bebidas, Malion reverencia a su público. Regresa a encontrarse con Mathias, quien está siempre limpiando.

-¿Ninguna carta de Anton todavía?- susurra confidencial el pelirrojo.

-No, todavía...- responde esperanzada. Transcurre el silencio, hasta que el cantinero percibe una figura a las afueras de la casa.

-Me gustaría ser hombro en el que puedas desahogarte, pero, parece que tenemos un nuevo cliente- señala Mathias el momento exacto en que una silueta ingresa a la casa de tragos- a este nunca lo había visto. Es carne fresca. Ofrécele lo más caro- aconseja Mathias sabiendo que ignorará esta política.

-Apuesto a que puedo convencerlo de comprar dos rondas de nuestras bebidas más baratas.

-Hecho- se sonríen y puesta en marcha, Malion acude a recibir al cliente extranjero. Para su sorpresa este es tan joven como ella. A primera vista sus aspectos son similares. El muchacho bronceado se quita el abrigo y escoge el asiento de su preferencia. Su primera vez aquí, ¿y actúa tan confiado? En cuanto se aplaca brunos mechones, Malion se aproxima.

-¡Bienvenido a la casa de tragos! Puedes referirte a mí por mi nombre... bueno, ¿de qué otra forma me llamarías?- se ríe de su propia incoherencia y consigue robarle una sonrisa al extraño. Se da el tiempo de prestarle atención. Destilan sus pupilas marrón dulce caramelo de simpatía. Malion identifica la sonrisa del cliente, mohín amistoso, con ello confirma. El varón es agradable.

-¿Debería presentarme también?- pregunta el joven, vocablo de diplomáticos.

-Si así lo deseas, tienes la libertad de permanecer anónimo o escoger un alias secreto por el cual te reconozcamos- el nuevo cliente se lo piensa un instante. No tarda en referírsele por alter ego.

-Entonces, gustoso de congratularla, yo Erin, un hombre de negocios agradezco su servicio- esto dice y se le encojen los párpados. Se esconden sus ojos, dos rajadas entre pómulo y ceja.

La segunda tristeza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora