Capítulo 8: Despertar

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''Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado.

—Antifanes.

"La vida es algo gracioso, un arreglo misterioso de lógica despiadada para un propósito fútil. Lo más que podemos esperar de ella es un poco de conocimiento de sí mismo, que llega demasiado tarde; una cosecha de pesares inextinguibles."

—Joseph Conrad



Félix caminaba a paso lento por los pasillos vacíos del palacio Garnet. Sus pasos haciendo un estruendoso eco en el silencio, dieron una sensación terriblemente inquietante al ambiente. El sosiego se extendía por las paredes como una bestia hambrienta que amenazaba con devorar a cualquiera, un indicio furtivo del mal augurio que acechaba en el lugar.

Perdido en sus pensamientos, los ojos del caballero se apartaron del largo pasillo y se detuvieron en el sencillo jardín del palacio a través del ventanal. El clima en Obelia no había amainado durante los últimos días. En cambio, solo parecía empeorar y volverse más furioso con el tiempo.

La tormenta que comenzó hace unas semanas, había pasado de suave y relativamente agradable a furiosa y violenta. De un momento a otro, el imperio se transformó en el epicentro de la tempestad fortuita.

El mal clima, fue como un reflejo distorsionado del estado de ánimo en la ciudad imperial, desde que el emperador fue encontrado inconsciente en la habitación de la primera princesa.

Como algo débil y maltratado, estaba tendido en el suelo junto a la cama donde yacía la doncella atrapada en un cruel letargo. Aun en su estado de inconsciencia, sus dedos apretaban débilmente la mano de su hija, reacio a separarse de ella.

Félix sintió como un nudo se formaba en su garganta al recordarlo. En el rostro pálido de su mejor amigo, los rastros de lágrimas amargas se perdían en su barbilla. Él no tenía idea de que había pasado, pero desde ese día, cayendo en un estado muy similar al de la princesa, el emperador no había despertado.

Médicos y magos revisaron su cuerpo de pies a cabeza, sin encontrar nada en particular que pudo haberlo inducido a caer en semejante condición.

Con el colapso de Athanasia y posteriormente Claude, los sirvientes murmuraban que una terrible maldición había recaído sobre la familia imperial.

Los dioses se enfurecieron con la realeza y desataron su furia sobre Obelia.

Un rayo atravesó el cielo después de horas de fricción acumulada entre la inconmensurable cantidad de diminutas gotas de agua. Estaba claro que los vientos huracanados no mostraban signos de aplacarse.

Dejando escapar un suspiro exhausto, el caballero dio un paso adelante, siguiendo el ancho camino del corredor hasta llegar a su destino. Saludó brevemente con una inclinación de cabeza a los guardias que custodiaban la habitación, antes de presionar su mano contra las enormes puertas de roble y entrar.

En comparación con el lujo y la gloria de Obelia, la estancia era demasiado simple como para ser llamada 'los aposentos del emperador'. Teñido en tonos oscuros de morado y oro, el dormitorio solo constaba con una cama y algunos muebles situados en el centro de la habitación. Lo único que engalanó tal sencillez, fue el magnífico mapa tallado en oro puro que abarcaba por completo la pared izquierda de la recámara.

El sonido de sus pasos resonó tétricamente en el nefasto silencio, como una melodía ominosa que solo traerá desesperación a quienes la escuchen.

La mirada de Félix se posó en la cama situada a un costado del dormitorio. Tendido allí con un aspecto enfermizo, estaba el sol de Obelia. Insanas sombras oscuras se marcaron profundamente bajo sus ojos, su tono de piel no hacía nada más que esclarecer con el pasar de los días. El entrecejo de Félix se arrugó, era terrible la forma que incluso el cabello dorado de su hermano de leche, perdió aquel brillo esplendoroso que lo caracterizaba.

¿Por qué la princesa le daba solo carne de comer al mago ancestral?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora