Italia, 1983.
El campo verdoso y esplendoroso parecía interminable cuando se vislumbraba el horizonte. Los rayos dorados del sol iluminaban el entorno, creando sombras, como aquella modelada por un árbol, por su copa frondosa y atiborrada de albaricoques, bajo la cual se resguardaba un pequeño ojiverde de rizos extensos y trenzados.
Acababa de llenar con los jugosos frutos que recolectó dicha tarde las múltiples cestas de mimbre que llevaba consigo. Se dejó caer sobre el gras. Con el puño de la camisa blanca se secó la frente impregnada de pequeñas perlas de sudor, soltando un cansino suspiro. Domingo... Era domingo, uno muy caluroso y rutinario. ¿Ocurriría algo insólito aquel domingo? Al igual que hace un año, anhelaba con la totalidad de sus ansias que fuese de ese modo; sin embargo, el cielo empezaba a oscurecerse cada vez más y nada novedoso parecía asomarse por el horizonte infinito que el niño ya estaba habituado a apreciar.
Aspiró una gran bocanada de aire, para después exhalar con fuerza, cayendo en cuenta de que todo estaba en sus manos. Se alzó de un salto y, después de mucho tiempo, una sonrisa deseosa se curvó en sus labios de tonalidad sandía. Así como hace un año, volvería a salir en búsqueda de ese algo novedoso. No sabía qué era, pero sí sabía que lo encontraría.
Empezó a andar, alejándose cada vez más, más y más de su cosecha. Anduvo por un par de minutos, reconociendo sin problemas los lugares por los que se desplazaba. No obstante, el cielo se iba ensombrenciendo con cada paso que daba. Prontamente, cuando un manto negro azulado pareció cubrir el campo en su totalidad, el rizado desconoció su alrededor. Quedó quieto, oyendo solo la suave ventizca, su agitada respiración y el canto de algunas avecillas. Se giró sobre sus talones creyendo que podría regresar por la ruta que siguió para llegar donde estaba. Pero tras girarse, realmente no estaba seguro si es que estaría regresando.
Nunca había sido hábil para desplazarse de noche. Durante sus búsquedas nocturnas de ese algo novedoso, el ojiverde solo lo seguía a él.
Antes de que pudiera entrar realmente en pánico, vislumbró un brillo aproximandose. Era el brillo de un candelabro.
El rizado se aclaró la garganta, cuando tenía al desconocido más cerca. -Buenas noches... ¿Podría ayudarme?
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Pictures and letters (Larry Stylinson)
Short StoryImágenes con breves historias sobre Larry